"De un tiempo a esta parte, sin embargo, Vizcarra da la impresión de haberse tornado un tanto veleidoso a la hora de dar o retirar el apoyo a un ministro". (Ilustración: Mónica González)
"De un tiempo a esta parte, sin embargo, Vizcarra da la impresión de haberse tornado un tanto veleidoso a la hora de dar o retirar el apoyo a un ministro". (Ilustración: Mónica González)
Mario Ghibellini

La (¿ex?) ministra Ana Revilla fue torpe, frívola, insensible y torpe de nuevo al tratar de esquivar la pregunta de los periodistas sobre el pavoroso asesinato de Jesica Tejeda y sus tres hijos. Cometido por su expareja, Juan Huaripata, ese crimen difícilmente podría dejar indiferente a persona alguna, funcionaria del Estado o no. Pero que fuese la titular de Justicia quien le respondió a un hombre de prensa que le pedía un comentario al respecto “ay, lamento fastidiarlo, pero en verdad hoy en día estoy en pleno momento de Navidad” le da al episodio ribetes de macabro desaguisado oficial.

¿Era como para pedirle la renuncia? La materia es opinable. Hay quienes piensan que retirarla del Gabinete por un despropósito expresivo que no guarda relación directa con su gestión es exagerado (es de imaginar, además, lo que, de haber continuado al frente de la cartera de Justicia, podría haber dicho en el mismo trance ese retórico de nuestros días que es ). Pero hay también quienes consideran que un gobierno que pretende hacer de la lucha contra la violencia hacia la mujer una de sus banderas fundamentales tiene que curarse en salud y dar señas de que la indolencia en torno a ese flagelo no es tolerada en sus filas.

El presidente , en cualquier caso, mandó un mensaje relámpago sobre el particular cuando, horas más tarde, sentenció que “todo acto [de los ministros] se tiene que evaluar” y que no ‘aceptaba’ las declaraciones de la señora Revilla. La drasticidad es siempre un recurso disponible para un jefe de Estado que aspire a que su discurso y sus gestos vayan de la mano. Pero, eso sí, solo resulta válido si se lo aplica en todos los casos y con igual rigor. Y esa no es precisamente la actitud que ha caracterizado al actual mandatario desde que asumió el poder.


–Inmunidad rediviva–

Los tempranos licenciamientos de Salvador Heresi y Carlos Bruce del equipo ministerial por asuntos que, a juicio del presidente, ensombrecían su imagen de cruzado anticorrupción (otra de las presuntas banderas de su administración) crearon la ilusión de que sería intransigente en ese terreno. Tras deshacerse de todo asomo de contrapeso con la inconstitucional disolución del Congreso, sin embargo, comenzó a dar muestras de que podía relajar el prurito.

Si hubiera sido coherente con su asepsia inicial, por ejemplo, al ahora extitular de Desarrollo e Inclusión Social, Jorge Meléndez, tendría que haberlo dado de baja ante las primeras denuncias de que, cuando era congresista, había recomendado a la madre de su hijo para que fuera contratada en la Comisión de Ética del Parlamento. Pero eso no ocurrió.

Solo cuando apareció la transcripción de un audio en el que el presunto cabecilla de una mafia de tráfico de madera ilegal afirmaba que Meléndez lo había ayudado a dilatar un proceso de fiscalización que habría perjudicado su ‘negocio’, el presidente se decidió a talárselo.

Algo semejante puede decirse de la exministra de Salud Zulema Tomás, denunciada por la prodigiosa multiplicación de parientes y allegados suyos en la administración pública, pero blindada en un principio por el jefe de Estado con elogios a su “excelente trabajo”... Hasta que la proliferación de casos recogidos por la prensa fue ya mucho roche y, sin dar explicaciones a la ciudadanía, el gobernante tuvo que embarcarla en la nave del olvido.

Si de roche se trata, no obstante, ninguno tan aparatoso como el que envuelve al mandatario desde hace varias semanas por su nula disposición a actuar frente a las falsas declaraciones de , responsable de la cartera de Transportes y Comunicaciones, acerca de los adelantos que se hicieron para la construcción del hospital de Moquegua, cuando él era gerente general del gobierno regional de esa localidad sureña y el propio Vizcarra, su presidente (2011-2014).

Trujillo, como se sabe, ha declarado reiteradamente que el primer adelanto se le dio al consorcio constructor para el levantamiento de un hospital de contingencia que debía funcionar hasta que el principal estuviese listo. Tal adelanto, empero, fue de S/24,7 millones, mientras que el presupuesto del hospital de contingencia era de solo S/10,5 millones.

La presidenta de Confiep podría decir, pues, que hay 14,2 millones de razones para aflojarle el fajín a Trujillo. Pero un curioso espíritu de camaradería presidencial le ha brindado al cuestionado ministro una inmunidad que parece inspirada en el antiguo Congreso.


–Trujillo en Moquegua–

¿Ha evaluado el presidente esas declaraciones? ¿Las acepta? La situación de Trujillo, además, no es realmente equivalente a la de la señora Revilla. Primero, porque sus palabras no son torpes o insensibles, sino sencillamente mentirosas. Y segundo, porque el asunto al que ellas aluden tiene que ver directamente con una pasada actuación suya (la que corresponde a su performance como gerente general del Gobierno Regional de Moquegua en el momento en que se dio el desembolso hoy bajo la lupa) y no con la de algún infame prójimo.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, Vizcarra da la impresión de haberse tornado un tanto veleidoso a la hora de dar o retirar el apoyo a un ministro. Con ese aire suyo a Nicola di Bari que algunos han detectado (y que los anteojazos setenteros y el peinado ‘bombé’ refuerzan), podría intentar contarnos que lo que ocurre es que su corazón es un gitano y tratar de pasar piola. Pero que vaya a rezarle a San Remo porque, de bomberos, los que estamos atentos a sus ardientes contradicciones no tenemos nada.