"El Caso Odebrecht acentuó su desprestigio". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"El Caso Odebrecht acentuó su desprestigio". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Alfredo Torres

“Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. Así empieza la novela de Charles Dickens sobre la Revolución Francesa. Parafraseando a Dickens, podría decirse de Alan García que fue el peor y el mejor político del último medio siglo. Al menos desde el punto de vista económico, pocos objetarían que su primer gobierno fue el peor del siglo XX y su segundo gobierno el mejor de lo que va del siglo XXI. Amado y odiado como pocos, las anécdotas sobre su portentosa memoria y astucia se seguirán contando por mucho tiempo.

Lamentablemente, no supo evitar la corrupción. Fue acusado de haber recibido dinero indebido a través de testaferros en sus dos gobiernos. De los primeros procesos judiciales lo salvó la prescripción y de los segundos su suicidio, ocurrido una semana antes del interrogatorio a Jorge Barata en Brasil que podría dilucidar si era verdad, como él sostenía, que “otros se venden, yo no” o si recibió un soborno de 14 millones de dólares, como sostiene el equipo de investigación de la fiscalía.

García fue también el peruano más estudiado por las encuestas. La primera encuesta a la opinión pública que hicimos en Apoyo, quienes ahora integramos Ipsos Perú, fue en noviembre de 1984 y la primera pregunta era sobre las elecciones de 1985. Alan García encabezaba la intención de voto con 40% seguido por Alfonso Barrantes y Luis Bedoya. La tendencia se mantendría los siguientes meses y García, con 35 años, sería elegido presidente de la República.

García empezó su gestión con 85% de aprobación y llegó a tener 91% al tercer mes. Cuando ya empezaba a declinar y contaba con 52% de aprobación, lanzó su propuesta de estatizar la banca y los seguros, el 28 de julio de 1987. La propuesta no despertó el entusiasmo popular que él esperaba. La aprobó inicialmente el 44% y la desaprobó el 35%. Pero la intensidad del rechazo que encabezó Mario Vargas Llosa fue aun más sorpresiva. En diciembre, el apoyo a la estatización había caído a 36%, el rechazo subido a 52% y el Senado decidió no aprobar el proyecto de ley. Pero, con el intento de estatización, la crisis económica se aceleró y ella, sumada al terrorismo y la corrupción, llevó a que concluyera su mandato en 1990 con 21% de aprobación.

Cuando retorna al Perú, luego de su largo exilio durante el fujimorismo, su imagen seguía muy deteriorada. Las primeras encuestas le daban 3% de intención de voto. Pero su extremada habilidad política lo llevó a saltar pronto al tercer lugar, detrás de Alejandro Toledo y Lourdes Flores. Pasó de 14% en enero a 17% en febrero, 21% en marzo y 23% en abril, para lograr, finalmente, 25,8%, superando por décimas a Flores. En la segunda vuelta, empezó 16 puntos detrás de Toledo y terminó perdiendo 53% a 47%. Algunos creen que con una semana más habría ganado.

Para la campaña del 2006 empezó también en tercer lugar, detrás de Ollanta Humala y Lourdes Flores. Nuevamente, empezó a crecer. Pasó de 17% en enero a 22% en febrero, 23% en marzo y, otra vez, desplazó a Flores logrando el segundo lugar con 24,3%. Esta vez, sin embargo, la mayoría del electorado lo apoyaría contra Humala desde el principio. Las encuestas registraban 52% a 48%. Ganó la presidencia 52,6% a 47,4%.

Empezó su segundo gobierno con 55% de aprobación. Su peor momento esta vez fue con el fatídico ‘baguazo’: en junio del 2009 su popularidad cayó de 30% a 21%. Pero luego se recuperó. El crecimiento económico y la consiguiente reducción de la pobreza eran palpables. Terminó su segundo gobierno en el 2011 con 42% de aprobación.

Durante el gobierno de Humala, fue largamente investigado en el Congreso por corrupción y acusado también de haber indultado a narcotraficantes. El resultado fue un nuevo deterioro de su imagen que no logró remontar en la campaña presidencial del 2016, la que terminó con 5,83% de los votos. El Caso Odebrecht acentuó su desprestigio. Cuando solicitó asilo en la Embajada de Uruguay, el 88% lo calificó de un intento de evadir la justicia. En la última encuesta –que no llegó a ver– a la pregunta sobre con qué político simpatiza más, solo 2% de la ciudadanía mencionó su nombre.

El último acto político de García fue su suicidio. Para sus partidarios, fue un acto de dignidad. Para sus opositores, la última evasión a la justicia. De lo que no cabe duda es que García veía en la detención preliminar el inicio de una prisión prolongada a la que no estaba dispuesto a someterse. “He visto a otros desfilar esposados, guardándose su miserable existencia, pero Alan García no tiene por qué sufrir esas injusticias y circos”, escribió en su carta de despedida.¿Acaso, al referirse a sí mismo en tercera persona, valida la hipótesis de que, en los vericuetos de su poderosa mente, había desdoblado su yo físico de su yo histórico y que decidió terminar con el primero para enaltecer al segundo y convertir así a “Alan García” en una figura mítica?

*El autor es presidente ejecutivo de Ipsos Perú.