Ian Vásquez

Cuandoasesinó de manera salvaje al periodista Jamal Khashoggi en su embajada en Turquía en el 2018, Joe Biden declaró que, de ser presidente, trataría al país árabe como un paria.

El presidente Biden, sin embargo, no solo ha mantenido buenos lazos con Arabia Saudita, sino que está por proponer un fortalecimiento de la alianza como parte de una normalización de las relaciones entre Israel y Arabia Saudita. Según el Departamento de Estado, tal acuerdo sería “transformador para el Medio Oriente y más allá”.

No todos están de acuerdo. Después de todo, parte de lo propuesto incluiría un pacto de seguridad recíproca entre EE.UU. y el reino árabe y ayuda estadounidense para desarrollar un programa nuclear civil con el mismo aliado.

Un nuevo análisis devastador del experto Jon Hoffman resume el problema de la siguiente manera: “Los intereses estratégicos de Estados Unidos y Arabia Saudita no coinciden. Ninguna concesión a Riad cambiará esta situación. Al contrario: Arabia Saudita socava activamente tanto los intereses como los valores estadounidenses. A pesar de esta desconexión, Estados Unidos aún no ha ajustado su rumbo y sigue funcionando con el piloto automático hacia Arabia Saudita –y Medio Oriente en general– sin una agenda concreta o un conjunto de intereses estratégicos explícitos. Esto ha dado lugar a políticas contraproducentes que socavan la estabilidad regional, implican a Estados Unidos en las acciones de actores problemáticos como Arabia Saudita y perjudican los intereses estadounidenses a largo plazo”.

Para Hoffman, la relación entre EE.UU. y Arabia Saudita –al estar basada en el petróleo, la estabilidad regional y la lucha contra el terrorismo– ha sido defectuosa por décadas. También lo son los nuevos argumentos para fortalecer la alianza.

Dado que el petróleo es un bien internacional cuyo precio lo fijan la oferta y la demanda, una buena relación con Arabia Saudita no le da mucha influencia a EE.UU. sobre ese mercado. El país árabe determina su oferta basándose en sus propios intereses, que muchas veces difieren de los de EE.UU. Tampoco es probable que surja un hegemón regional que controle el petróleo de Medio Oriente. En la práctica, EE.UU. está proveyendo seguridad a Arabia Saudita a cambio de nada.

Tampoco se puede decir que el apoyo estadounidense a la autocracia saudí promueve la estabilidad regional dadas su represión doméstica y la que ampara en la región, cosa que agrava los problemas de Medio Oriente y perpetúa su inestabilidad. La intervención de Arabia Saudita en Yemen, por ejemplo, ha causado cientos de miles de muertes y una de las mayores crisis humanitarias del mundo.

No se puede sorprender EE.UU. cuando millones de árabes en la región se rebelan en contra de los regímenes clientes de Washington que los reprimen. Se rebelan también en contra de EE.UU., al que no ven como un faro de la libertad y la democracia, sino como un país hipócrita.

El apoyo estadounidense a la represión regional muchas veces termina produciendo terrorismo, pero la situación es todavía más grave en el caso complejo de Arabia Saudita, porque el régimen de ese país también es el principal financista de una variante del extremismo islámico que, a su vez, fomenta el terrorismo.

¿La creciente participación de China y Rusia en el Medio Oriente justifica una relación fortalecida entre EE.UU. y Arabia Saudita? Hoffman dice que no. Mantener el orden desde afuera demanda enormes recursos económicos, militares y políticos que ni China ni Rusia tienen y la probabilidad de fracasar es alta, como lo ha comprobado la experiencia estadounidense.

El acercamiento entre Israel y ciertos países árabes ya se ha estado dando en años recientes porque temen la calle árabe cada vez más y se están alineando sus intereses de fortalecer el ‘statu quo’ autoritario. En ese sentido, las políticas de Biden representan el continuismo en la región, no el cambio.



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Ian Vásquez Instituto Cato