"Quizás lo que más impacta es que en abierto desafío a las reglas tácitas de Instagram como lugar de imágenes y sexualidades idealizadas". (Fuente: Instagram)
"Quizás lo que más impacta es que en abierto desafío a las reglas tácitas de Instagram como lugar de imágenes y sexualidades idealizadas". (Fuente: Instagram)
Daniela Meneses

Hace casi tres semanas, la actriz contó por Instagram que acababa de ser diagnosticada con cáncer de mama. Y entonces, retrocedió: paso a paso, nos guio por el autoexamen, la ginecóloga, la mamografía, la resonancia magnética, el oncólogo, la tomografía, la biopsia y los otros tantos exámenes a los que se sometió. “Me topé con la sorpresa de que hay un montón […] de exámenes que hacer, que analizar, para los que no estaba preparada, que no sabía que existían”.

Lo que ella no supo, lo sabe ya el más de medio millón de personas que la siguen y que ahora entienden cómo ese diagnóstico, que suena tan inasible –“”– se descompone en una serie de pasos más pequeños que solo pueden vivirse día por día.

Desde entonces, la seguimos viendo llenarnos de información y asumir lo que le toca con fuerza. Pero esto no significa que no le haga espacio a la vulnerabilidad. Porque sí, es cierto que este es su Instagram y ella controla su narrativa, pero no por eso nos muestra solo una buena cara. Hay también esos días donde “los ánimos bajan, las noticias de los buenos resultados se diluyen en un mar de porqués”.

Quizás lo que más impacta es que en abierto desafío a las reglas tácitas de Instagram como lugar de imágenes y sexualidades idealizadas, Anahí nos muestra un cuerpo cambiante. Uno al que se le ha sacado un seno, que ha tenido que llevar drenes, que toma pastillas, que siente dolor. Un cuerpo que tendrá que pasar por más tratamientos y que está sanando. Hay algo muy poderoso en este acto de reclamar el derecho de un cuerpo de estar ahí, de ocupar un espacio. Su espacio.

Anahí no es una escritora que vierta sus reflexiones en un libro, no es alguien que edita y reedita un manuscrito, pero su vulnerabilidad resuena junto a la de las mujeres que, desde un tipo distinto de medio narrativo, también construyen y cuentan la historia de su cuerpo. Pienso en Annie Ernaux, quien en “El acontecimiento” comparte cómo vivió su embarazo y aborto ilegal en Francia en 1963: “en mi diario, escribí ‘siento que mi embarazo es totalmente abstracto –‘toco mi barriga, sé que está ahí–. Pero mi imaginación no va más lejos’”. Pienso en Darcey Steinke, quien en “Flash Count Diary” se detiene en la menopausia que, “aunque nadie lo quiera decir en voz alta, es sobre la pérdida; es sobre la partida –cada bochorno me recuerda mi corporalidad, mi mortalidad–”. Pienso cómo en “Los argonautas”, Nelson reflexiona sobre la maternidad: “me sorprendió que mi cuerpo pudiera hacer un cuerpo masculino. Muchas mujeres que conozco han reportado algo similar, aunque saben que este es el milagro más ordinario”. En Juliet Jacques, quien en “Trans: A Memoir” nos permite seguir el cambio de su cuerpo: “Durante cuatro días [antes de la operación] todo me hace llorar. Primero es doloroso, luego catártico, y finalmente solo molesto […]. La vista de cada ornamento, cada póster en mi casa lo inicia, y no se cuándo terminará”.

Anahí reconoce que su historia es la de un cáncer detectado a tiempo en una persona con seguro de salud y que su experiencia es muy personal. No le podemos pedir más: una persona únicamente puede hablar desde el lugar que ocupa. Y en ese sentido, a lo que nos llama la historia de Anahí es precisamente a dejar de ver el cáncer de mama como algo universal, monolítico, que solo puede vivirse de una única forma. El cáncer de mama no existe en singular.

Recuerdo que en su primer video ella pedía disculpas porque quizás su manera de contar que tenía cáncer parecía “demasiado fría”. Pero Anahí no tiene nada por lo que disculparse.