“Casi la totalidad de la riqueza nacional es producida por el sector privado, que financia todos los servicios de mala calidad que brinda el Estado”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
“Casi la totalidad de la riqueza nacional es producida por el sector privado, que financia todos los servicios de mala calidad que brinda el Estado”. (Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
Roberto Abusada Salah

La pandemia ha revivido en el mundo la discusión acerca de la dicotomía entre el Estado y el mercado. En el Perú, naturalmente, la izquierda infantil ha tomado esta clara tendencia como una oportunidad para declarar el fracaso del mercado. En cambio, la izquierda más madura, al igual que los socialdemócratas de todo el mundo, resaltan la necesidad de fortalecer el estado de bienestar. Lamentablemente, en el Perú esta discusión es absolutamente inútil porque el Estado es disfuncional: sus instituciones en su mayoría sufren de deterioro terminal y su aparato actual no cumple con proveerle al ciudadano el estándar mínimo de servicios necesarios para poder ser calificado como operacional y efectivo. Dicho esto, es claro que en las circunstancias actuales el Estado debe jugar un papel fundamental en cualquier sociedad. Nadie esperaría que el mercado asigne los recursos de un país en medio de una guerra en la que se imponen la estrategia y la planificación. El problema, sin embargo, es que el Perú no cuenta para todo efecto práctico con un Estado que pueda funcionar a un nivel satisfactorio elemental.