(Foto: Archivo El Comercio)
(Foto: Archivo El Comercio)
Juan Carlos Tafur

navega orondo, aupado por el fujimorismo del cual es legítimo heredero y sin sufrir las inclemencias del antifujimorismo, que respecto de él ha rebajado todas las cautelas y filtros, entusiasta por el daño que le pueda conferir a su hermana .

El protagonismo del menor de los Fujimori causa irritación en las huestes del keikismo, por la aparición de alguien que no solo compite por los afectos históricos, sino que evidentemente amenaza con trazar una carrera política en desmedro de la hasta hoy fallida candidata de Fuerza Popular.

Kenji ha logrado instalar la idea de que es el preferido del padre y que él representa mejor que su hermana el legado histórico de los 90. En eso, no parece faltarle razón. Keiko ha olvidado que la identidad fujimorista involucra no solo un apego a las propuestas económicas ortodoxas o a la mano dura, sino que su enorme éxito deriva también del recuerdo ciudadano por una opción que en simultáneo generaba apego popular por políticas asistencialistas y también por políticas públicas relativamente progresistas.

Eso era y es el alma popular del fujimorismo, muy lejos de esta mixtura de rigidez macroeconómica con radical conservadurismo moral en la que Keiko ha convertido a su heredad. La ex candidata presidencial posee algunos atributos personales semejantes al padre (frialdad, enorme desconfianza, parquedad, etc.), pero es su hermano quien recoge mejor el ánimo auroral del fujimorismo.

Así, sorprende cómo esta versión algo más desenfadada del fujimorismo duro de los 90 ha logrado conquistar los ánimos mediáticos de sectores claramente identificados como antifujimoristas.

Al menos Keiko, bajo presión, pergeñó su discurso de Harvard. Kenji engolosina con temas como la unión civil, la bicameralidad u otros, pero en lo esencial recoge el legado del padre. Tanto así que nada de los 90 le es extraño, que es el principal propulsor del indulto a su padre y que se rodea de personajes identificados con el ala dura del fujimorismo.

No obstante ello, los filtros políticos y morales del antifujimorismo se han relajado con Kenji Fujimori, contribuyendo a crear un fenómeno capaz de sorprender en términos electorales en la venidera carrera presidencial. Kenji quiere el poder y construye una carrera política para lograrlo.

Hoy por hoy, sea que finalmente se lo expulse o no de Fuerza Popular –camino al parecer inevitable–, estamos frente a un potencial candidato presidencial sobre el cual, sin embargo, no recae ninguna interpelación política.

Fuera de algunas ideas algo peregrinas sobre el impulso forestal como medio de sacar al país de la pobreza (¿?), no se aprecia detrás de Kenji un tabladillo orgánico de ideas sociales, políticas o económicas. ¿No merecería algún auscultamiento en ese sentido, alguna confrontación polémica?

No se le debe subestimar. Navega sobre la ola política más importante del país, el fujimorismo, y de ese modo, si los astros se alinean, tiene probabilidades de convertirse en el presidente del bicentenario. Y sus posibilidades crecerán en la medida que la prensa y la clase política prefieran mirarlo con una mezcla de calculado embobamiento o desdén.

La del estribo: a ver si PPK mira lo ocurrido en Cataluña y cómo la inmensa torpeza de Mariano Rajoy ha escalado el conflicto y ahora sí se asoma la separación catalana de España. La política existe, pues, presidente, y su mal ejercicio produce consecuencias.