Alexander Huerta-Mercado

Cuando acompañé a mis sobrinos a ver “Toy Story 3″, lo hice por compromiso, pues no había visto las dos películas anteriores; un ciclo de aventuras que, gracias al empuje de Steve Jobs, había dado inicio a una nueva era para la animación.

En una escena final, el simpático comisario de juguete, Woody, al ver a su antiguo dueño –quien fuera un niño y ahora es un joven que parte hacia la vida universitaria– alejarse, le expresa un: “adiós, vaquero”. Agradecí tener los lentes 3D cubriendo mis ojos porque, para mi sorpresa, solté algunas lágrimas que disimulé muy bien para poder salir del cine.

Tampoco pude disimular la emoción que me daba una aventura que hablaba sobre la amistad, los celos que son superados, el trabajo en equipo y el gran secreto de que nuestros juguetes cobran vida cada vez que no los vemos.

Felizmente, he ido aprendiendo que, contrario a cómo me formaron, ahora puedo mostrar mi vulnerabilidad y expresar mis emociones de tal manera que no tengo que estar regido por las clásicas expectativas sobre la masculinidad que tanto nos han aprisionado durante siglos.

Hoy, nuevamente un personaje de la saga de “Toy Story” viene al rescate. era un juguete que recordaba la locura de la era espacial de finales de los 60, donde todo parecía posible. En una escena de cinco segundos, un beso entre dos personajes femeninos hizo que formulara una advertencia, incluso usando lenguaje inclusivo, de que la película contenía “escenas con ideología de género”. Felizmente, la indignación que causó este mensaje forzó a la empresa , pero, sobre todo, nos permitió observarnos como una sociedad con mucho miedo al cambio.

Aquí es bueno aclarar que aquello que denominamos como ‘género’ es una perspectiva o enfoque; es decir, una forma de ver la situación social. Por ejemplo, si analizáramos el impacto de la pandemia en relación con la fuerza laboral a través de una perspectiva de género, podríamos descubrir que, al ser los roles de la casa aquellos tradicionalmente asociados a la labor femenina, las mujeres fueron las que cargaron con mayor trabajo en los últimos dos años. A su vez, si analizáramos el fin del enclaustramiento, observaríamos que de las mujeres que cargan con su trabajo fuera de casa se espera que, una vez de regreso en el hogar, cumplan también con los roles del cuidado doméstico y de la crianza. Es decir, se trata de un doble trabajo para el que los hombres no hemos sido formados. Viéndolo así, concluiremos que esta situación es claramente injusta y es algo que debemos evidenciar en lugar de aceptar como parte de una tradición que ya no se sostiene.

¿Es esto ideología? No. Al menos en el sentido en el que se suele utilizar para etiquetar al género. No es un sistema de pensamiento que se busca imponer, sino más bien una forma de ver al mundo, como tantas otras hay. Metafóricamente hablando, son como unos lentes que nos ponemos para ver más claro el panorama. El término ‘ideología’ es hoy prácticamente un tabú, pues se lo asocia con los movimientos que causaron guerras y exterminios en el siglo XX. No estamos hablando de nada de eso. Justamente, estoy convencido de que la lucha por la igualdad de derechos no debe ser monopolizada por ninguna corriente política, sino que debe entenderse como un acuerdo social que nos lleve hacia una sociedad justa para quienes sufren inequidad.

¿Una escena de un beso entre dos mujeres que se aman es peligroso para los niños? No. Por más de un siglo, las animaciones han sido espacios de entretenimiento y formas de habitar mundos paralelos; nunca un espacio de contagio, peligro o riesgo. ¿Qué tipo de sociedad hemos construido para que lo diferente sea visto como algo negativo y hasta contagioso?

Definitivamente, debemos incluir en la educación escolar una perspectiva que permita cuestionarnos respecto de cómo los derechos han sido distribuidos de manera nada equitativa entre las personas. Llevamos por lo menos cinco siglos en los que las mujeres han sufrido visiblemente la carencia de oportunidades laborales, se ha naturalizado la violencia hacia ellas y se ha convertido el espacio público en un lugar peligroso para ellas. Asimismo, la población LGTB+ ha sufrido agresividad, discriminación y una marginación que va desde el patio escolar hasta el miedo a salir del clóset ante una sociedad que debe dejar de ser cerrada. Históricamente, gran parte de nuestra mentalidad está anclada en la sociedad colonial donde todo era vigilado y ningún brote de libertad estaba permitido.

A raíz de las actividades propias del mes del orgullo, aparecieron en Twitter tendencias en donde se proclamaba la evocación maliciosa del episodio bíblico de Sodoma y Gomorra. Sin embargo, lo que realmente esa historia nos enseña es que no podemos mirar atrás ante los cambios, hacia un pasado que, si nos quedamos observándolo, nos convertirá en estatuas de sal, inmóviles y tóxicas.

Más bien, si seguimos leyendo el libro sagrado, nos encontraremos con la carta que Pablo remite a los corintios, cuyo final subraya de forma contundente que “lo más importante es el amor”. Hoy, buscamos que el amor se manifieste con empatía, que no deje a nadie en la marginación y que nos permita avanzar felices, como Buzz Lightyear nos enseñó, “hasta el infinito y más allá”.

Alexander Huerta-Mercado es antropólogo de la PUCP