Golpe a golpe, por Alfredo Torres
Golpe a golpe, por Alfredo Torres
Alfredo Torres

El próximo miércoles se cumplen 25 años del autogolpe del 5 de abril de 1992, la fecha en la que Alberto Fujimori anunció su decisión de “disolver, disolver” el Congreso de la República. En sugerente paradoja, la presidenta del Congreso Luz Salgado –que también era congresista fujimorista en 1992– ha sido una de las primeras en condenar el autogolpe de Nicolás Maduro en , que no es lo mismo que lo que hizo Fujimori, pero es igual. 

Más de un analista ha observado que la principal diferencia entre los dos casos no está tanto en las características de cada una de las medidas –ambas prepotentes e inconstitucionales– sino en la reacción popular ocurrida luego de cada evento. Mientras el 80% de los venezolanos rechaza la actitud arbitraria de Maduro, el 80% de los peruanos de entonces apoyó el autogolpe. Fuimos pocos los que nos pronunciamos en contra y aun menos los que salieron a protestar. 

Lo que pasó entonces y que pocos recuerdan es que la población aprobó la disolución del Congreso en el entendido de que era una medida temporal. Como las encuestas de entonces demostraron rápidamente, el 80% de la población esperaba que el gobierno cumpliese con el calendario electoral y el 71% declaraba que desaprobaría a Fujimori si este no cumplía con retornar pronto al régimen constitucional. 

Otra encuesta clave para entender el autogolpe de 1992 (y que también está reseñada en mi libro “Opinión pública 1921-2021”. Editorial Santillana, 2010) es que el 96% consideraba importante que el gobierno respetara la libertad de prensa. Es decir, la ciudadanía apoyaba una disolución temporal del Congreso –confundiéndose quizá con los regímenes parlamentarios europeos donde esto es posible– pero de ninguna forma la restricción a la libertad de prensa. Por eso resulta tan torpe el que dos congresistas de hayan presentado un proyecto de ley para regular la prensa en el Perú. Más allá del tema de fondo, es torpe porque recuerda los peores capítulos del régimen de los noventa.

El apoyo popular al fujimorismo de entonces se configuró por una confluencia de tres corrientes de opinión que apreciaban distintos logros del régimen. La derrota del terrorismo, la recuperación de la economía y la obra pública. Si bien la gran mayoría de la población apreciaba estos logros, para algunos estos adquirían una primacía absoluta. Así, la corrupción y cualquier exceso eran justificados por el sector proclive a la mano dura, debido a la derrota del terrorismo; por algunos empresarios y tecnócratas, gracias a la recuperación de la economía; y, por los más pobres, por la obra pública asistencialista ejercida centralmente por Fujimori.

Años después, su hija Keiko supo construir un partido –Fuerza Popular– sobre esos tres pilares y logró hacerlo crecer en la última década con gran habilidad, pero la derrota en la segunda vuelta del 2016 parece haber obnubilado su criterio. Sus allegados comentan que no admite su responsabilidad en haber nombrado en la secretaría general a una persona de dudosa trayectoria y haber actuado con excesiva agresividad en el tramo final de su campaña. Pero lo más pernicioso es que ha dejado que un sector muy conservador y cargado de prejuicios penetre su entorno, alejándola del centro político que necesita si quiere ganar una segunda vuelta alguna vez. 

Kenji Fujimori –el congresista más votado de Fuerza Popular– parece haber entendido que las posiciones extremistas que hoy rodean a su hermana solo terminarán arrinconándola. Sus planteamientos a favor de una relación constructiva con el gobierno y a favor de la libertad de prensa caen bien entre fujimoristas moderados e independientes. Su posición frente a la unión civil y a favor de una investigación en el Caso Sodalicio lo acercan a la juventud. Sus propuestas en el campo del agua y su aprendizaje del quechua incrementan su potencial electoral.

No está claro aún cuán profundas son las convicciones ideológicas que está revelando en estos días el joven Kenji y cuánto hay de cálculo político en búsqueda del ansiado indulto a su padre, pero no cabe duda de que la eventual salida de prisión del ex mandatario podría inclinar la balanza del liderazgo de Fuerza Popular en favor del menor de los Fujimori.  Por eso, se entiende aun menos qué busca Keiko al enfrentarse con la prensa o si solo se está dejando llevar por los sectores más autoritarios y retrógrados de su entorno.