Minutos antes tomó la palabra la secretaria general de Fuerza Popular, Luz Salgado, quien indicó que su partido ha decidido aceptar la renuncia irrevocable de Salaverry(Foto: Hugo Pérez / GEC / Video: Congreso)
Minutos antes tomó la palabra la secretaria general de Fuerza Popular, Luz Salgado, quien indicó que su partido ha decidido aceptar la renuncia irrevocable de Salaverry(Foto: Hugo Pérez / GEC / Video: Congreso)

Como era previsible, la acometida del fiscal Chávarry la noche de Año Nuevo acabó con su permanencia al frente del Ministerio Público. Lo que no fue previsible, al menos en aquel momento, es lo que esa ofensiva produjo en la derivada. Me refiero, por cierto, a la renuncia del presidente del Congreso Daniel Salaverry y otros cuatro legisladores a la bancada del partido Fuerza Popular, hecho que bien podríamos calificar de ‘parteaguas’ debido a las consecuencias que dichas renuncias producen en la nueva correlación de fuerzas en el interior del Congreso.

Con 56 votos, así la bancada fujimorista consiga el apoyo de algunos otros congresistas, su capacidad de poner al Legislativo detrás de arbitrariedades es extremadamente limitada, por no decir nula. El fujimorismo, desde el jueves, no podrá aprobar –por sí mismo– proyectos de ley (ni exonerar de comisiones y debate los mismos), menos censurar ministros, aprobar cuestiones de confianza, y menos aún aprobar reformas constitucionales o tentar alguna vacancia presidencial. Es decir, seguirá siendo la primera minoría, pero no será más esa masa crítica que podía fungir de acelerador o freno de mano a voluntad de sus agremiados.

Esta nueva correlación de fuerzas plantea a distintos sectores la necesidad de replantear sus agendas políticas. Para empezar, al presidente Vizcarra. Desaparecida la amenaza fujimorista, el mandatario se queda sin contraparte en la narrativa estratégica desplegada, donde los males del país residen en la hegemónica participación fujimorista en el Legislativo (y él encarna, entonces, al libertador de dicha tragedia). Sin riesgos en el frente legislativo, al jefe de Estado se le empezará a exigir resultados de gestión, ámbito donde no son muy visibles los avances del Ejecutivo (la reconstrucción del norte, por ejemplo). ¿Cuál será, entonces, la nueva agenda del gobierno?

Luego está el resto del Legislativo; léase, el complemento de esos 56 congresistas de Fuerza Popular. Si bien queda claro que el fujimorismo no cuenta más con los votos para entorpecer o avasallar, la posibilidad de los otros 74 congresistas de plantear una agenda positiva para el país dependerá de su capacidad de colaboración y coordinación. De lo contrario, seguiremos bajo los designios de un Congreso sin norte, enfrascado en dimes y diretes, y de riñas de nula importancia. Por ejemplo, dichos 74 parlamentarios podrían pasar a trámite, rápidamente, el Caso Mamani. ¿Están en capacidad de hacerlo?

Finalmente está Fuerza Popular. Con 73 escaños, aquellos que consiguieron en las elecciones del 2016, el fujimorismo contaba con los votos suficientes para hacer grandes cosas, empezando por un listado de reformas, cruciales para el país. Lamentablemente optó por una agenda de obstrucción y confrontación. Hoy, con 56 escaños, no contará con dicha fuerza motriz, pero sí con los músculos suficientes para colaborar si dicha agenda estuviese presente. Puede incluso ser más audaz: cambiar su estilo obstruccionista y de confrontación por uno proactivo y reformista. Sé que estamos dando un salto de fe ante un proyecto político que no ha brindado indicios positivos en ese sentido, pero la reflexión es sobre las posibilidades abiertas, no sobre las actividades del pasado.