Carmen McEvoy

Lo que es beneficioso para la salud mental de los seres humanos es lo que menos le importa al sistema, señaló, hace ya varias décadas, (1900-1981), autor de “, su libro más destacado entre los tantos que escribió durante su largo exilio norteamericano. En una coyuntura como la actual, de guerra de exterminio en Ucrania, tiroteos diarios en los Estados Unidos, catástrofe ambiental causada por un sistemático maltrato a la naturaleza y feminicidios de un sadismo y crueldad que nos dejan perplejos, vale la pena explorar el legado de un miembro de la centenaria Escuela de Frankfurt. Fromm, un intelectual alemán entrenado en las Ciencias Sociales, pero también en el Psicoanálisis, fue un caso excepcional. Tanto en términos de adaptación a la vida cultural estadounidense, donde logró un éxito editorial inusual para la época (millones de libros traducidos a 32 idiomas), como por su activismo político que lo llevó a participar en la renovación del Partido Demócrata. Sin embargo, lo que define a Fromm y lo hace relevante para estos tiempos de deshumanización masiva es el rescate del amor como instrumento de liberación humana. Cabe recordar que este sentimiento, que para Fromm trasciende lo meramente romántico, no es central a la Teoría Crítica de estirpe marxista que la Escuela de Frankfurt buscó posicionar, primero en Alemania y luego de la llegada del nazismo al poder, en los Estados Unidos.

Con un realismo y un radicalismo, extraño a una sociedad que como la estadounidense vivía cautivada por la fábrica de sueños de Hollywood, Fromm sostuvo que el problema fundamental del vacío existencial reinante en Occidente era que la mayoría de los seres humanos soñaban con ser amados y, por ello, evadían el desarrollo de su propia capacidad de amar. Dentro de ese contexto, el , propuesto por el autor de “¿Tener o Ser?”, partía de una premisa fundamental: el amor no es un estado de “encontrar y poseer” a la pareja perfecta sino, más bien, una suerte de maestría que debía de perfeccionarse a lo largo de la vida. Debido a que el hombre era parte de la naturaleza y a la vez la trascendía, era necesario buscar principios de acción y decisión que remplazaran o en todo caso orientaran al instinto animal. Lo que, de acuerdo con Fromm, se lograba creando un sistema capaz de crear una imagen del mundo en concordancia con acciones tendientes a resguardar a la frágil condición humana. Ciertamente, nuestra especie no está expuesta tan solo a la muerte, al hambre o a ser dañada, por una multiplicidad de fuerzas externas, sino a una situación muy particular: la pérdida de la razón. En otras palabras, Fromm nos recordó, a lo largo de toda su obra, sobre la necesidad de protegernos de la alienación mental. ¿Cómo? Mediante un sistema de referencia, en el que debía quedar claro un sentido de pertenencia capaz de vencer la sensación de desorientación, impotencia y desarraigo que, en situaciones límites, embarga a los humanos abandonados a su suerte.

Fromm escribió sobre la necesidad de trascender el instinto animal y apostar por el amor liberador-solidario cuando todavía no se había descubierto la capacidad de emocionarse que poseen los alcatraces restregando la cabeza y el cuello a sus parejas cuando regresan al nido, la compasión de las orcas arrastrando a sus heridos o el sufrimiento de los elefantes gimiendo por la cría que perdieron. Sin embargo, lo notable del análisis del autor de “La anatomía de la destructividad humana” – un texto preciso para los tiempos de mercantilización de las relaciones humanas que nos ha tocado padecer – fue identificar las patologías que sociedades basadas en la posesión y el narcisismo son capaces de desarrollar entre sus miembros. El Humanismo Radical de Fromm, que vale la pena recuperar e incluso resignificar en este siglo XXI, postula que los cambios necesarios para la sobrevivencia de nuestra especie no solo deben ser políticos o económicos, sino de valores. La situación de la humanidad, señaló en 1972, era muy seria para dejarla en manos de los demagogos y los cínicos, atraídos por el escepticismo y la destrucción. El pensamiento crítico y radical solo sería fructífero si se encaminaba a fortalecer la cualidad más importante con la que la especie humana fue dotada: el amor por la vida. Humanizarnos en tiempos violentos yturbulentos sigue siendo la tarea pendiente.

Comparto una conversación con César Azabache sobre Erich Fromm y la Escuela de Frankfurt en el siguiente link:

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es historiadora