Carmen McEvoy

Los que hemos escrito una conocemos el enorme esfuerzo que esa fascinante aventura del saber demanda. Y es que luego de llegar al momento climático de la sustentación el tesista vive, de diferentes maneras, una particular Epifanía. Acá me refiero a una serie de cambios mentales, pero también emocionales, que ocurren a lo largo de una larga jornada que te marcará de por vida. Salir bien parado/a de esa suerte de rito de pasaje requiere mucha pero, sobre todo, una intensa conversación con otros autores, con los cuales muchas veces discrepamos. Porque el objetivo fundamental de una tesis, que también ocurre en la creación de un libro, es ampliar el conocimiento, aportando, en el camino, una perspectiva nueva que en muchas ocasiones trasciende al debate meramente intelectual.

Al referirse a su libro sobre el emperador Adriano, la escritora Marguerite Yourcenar señaló: “He pasado una gran parte de mi vida tratando de definir y luego de describir a este hombre solo y, por otra parte, en relación con todo”. En “Memorias de Adriano” Yourcenar nos ofrece una verdadera lección de cómo en la investigación y la escritura es posible aprender sobre nosotros mismos, en términos de obsesiones, miedos y nostalgias. Eternizando, mediante la palabra, lo amado u odiado, pero principalmente las luces y sombras de nuestra siempre doliente humanidad.

Es por lo anterior que perturba, por decir lo menos, que para el presidente Pedro Castillo, un maestro de escuela, la acumulación de saber y el diálogo enriquecedor con los otros sea lo que menos interese. Ya nos lo adelantó al inicio de su mandato cuando compartió su lectura, a todas luces caricaturizada, de la Historia del Perú. Imaginando una misión que, siguiendo el viejo libreto caudillista, era refundar la república luego de décadas de estropicio y explotación. Más aún, la grandilocuente declaración de abandonar Palacio de Gobierno, símbolo de un orden del cual un hombre venido del “Perú profundo” finalmente nos liberaría, está estrechamente asociada a su propuesta fundacional.

La paradoja de esta narrativa ficticia es que lo que define a la administración perulibrista es justamente la cultura del privilegio. Y el tema acá no es solo el escándalo de una maestría obtenida fraudulentamente, sin lectura, esfuerzo y mucho menos discusión con autores canibalizados, sino el simulacro de una salvación nacional mientras lo que se refuerza es el más crudo patrimonialismo prebendario de siempre. Uno que, no contento con copar el Estado con una variedad de allegados rapaces e incompetentes, ahora va a la Derrama Magisterial como futuro botín.

Mi padre, preocupado por su sobrevivencia desde que quedó huérfano a los doce años de edad, no tuvo el tiempo ni los recursos para completar una carrera ni menos escribir una tesis, pero inspiró en sus hijas el amor por los libros, el conocimiento y la conversación sobre el Perú. Por eso pienso que el tema del plagio presidencial no es solamente acerca de un cartón que ayuda, como es el caso del presidente Castillo y su esposa, a incrementar tramposamente un salario, sino sobre el desprecio a la aventura de aprender con todo lo que ello conlleva.

Además de robo intelectual, el plagio del Primer Magistrado de la Nación es un ejemplo concreto del autoengaño y la soberbia en la que vive sumido este régimen. Desde una tesis, cuyo marco teórico fue plagiado en un 80%, hasta la resistencia a dar cuenta de actos, donde la línea entre lo público y lo privado se esfuman, pasando por la existencia de un círculo íntimo que usando el privilegio saquea cotidianamente al Estado que jefatura, Castillo repite maquinalmente lo que prometió combatir. Y, lo que es peor, la corte que lo rodea actúa de facilitadora de esta perversa mistificación depredadora. Porque declarar, como lo hizo el ministro de Cultura, que el Perú sería distinto si promovemos la lectura, cuando su defendido no cita a autores renombrados que además no leyó, es el simulacro llevado a la cumbre del delirio. Del cual no se escapa tampoco un Congreso “reo de nocturnidad”, además de intereses personales desbocados. ¿Será posible liberar al Perú de las garras del privilegio, la mentira, la ineptitud corrupta y la falta del respeto por el trabajo y el conocimiento que nos eleva? Es la pregunta que queda por responder a 200 años de instalada la República del Perú.

Carmen McEvoy es historiadora