Oswaldo Molina

Cuán importante puede ser el ejemplo que dan las autoridades, los gerentes, los diferentes líderes y, por qué no, los padres, en el comportamiento que luego tendrán los ciudadanos, sus subalternos en las empresas o finalmente sus propios hijos. En un país tristemente lleno de malos casos, ¿puede, precisamente, el mal ejemplo de las autoridades impactar en la manera de pensar de las personas y traducirse en una conducta incorrecta en sus decisiones del día a día? ¿Puede la de unos estimular la corrupción de otros? Si ocupas un cargo público o cumples algún rol de responsabilidad, ten más cuidado con lo que haces y el ejemplo que das, porque la respuesta es sí. Y existe evidencia rigurosa que lo respalda.

Intuitivamente uno puede esperar que los malos ejemplos de corrupción en las altas esferas lleguen, de una u otra forma, al resto de la sociedad. Pero cómo poder medir el impacto causal que estas acciones corruptas tienen en el comportamiento de otros. Eso es justamente lo que busca responder Nicolás Ajzenman, profesor de Economía de McGill University en Canadá. Él encuentra en el caso de México cómo el destape en medios periodísticos de escándalos locales de corrupción por parte de alcaldes termina impactando en algo tan sutil como la tasa de plagio que cometen los estudiantes de secundaria en los exámenes estandarizados.

Para ello, comparó alcaldías que, antes del escándalo, tenían tasas parecidas de plagio en dichos exámenes (seguramente no lo sabes, pero la tasa de plagio se puede medir por patrones similares de respuestas incorrectas) y pocos problemas mediáticos de corrupción a escala local. El investigador encuentra que, en el momento en el que la corrupción sale a la luz, la tasa de copia o plagio en los exámenes estandarizados en esa localidad aumenta, en comparación con otros municipios en los que no se ha tenido ningún destape de corrupción.

El efecto, además, es particularmente importante en aquellos municipios donde el partido que gobierna la alcaldía tiene una buena imagen frente a la ciudadanía; es decir, en aquellas localidades donde el escándalo cambia efectivamente la percepción de las personas. De esta manera, la corrupción de estos alcaldes terminó haciendo más deshonestos a los ciudadanos. Y eso pasa también porque, en países con una frágil institucionalidad como México o el Perú, no se espera que estas autoridades sean sancionadas por estas acciones corruptas. Evidencia semejante se encuentra en Italia, donde los investigadores Giorgio Gulino y Federico Masera encuentran también que escándalos locales de corrupción aumentan los robos en los supermercados de dichas localidades.

El problema de la corrupción en nuestro país evidentemente no es nuevo ni es pequeño. De hecho, de acuerdo con una encuesta de Proética (2022), en el Perú la corrupción es considerada como el segundo problema más importante del país, solo por detrás de la delincuencia. Y las instituciones que deberían combatir la corrupción, como el Congreso de la República y el Poder Judicial, son consideradas como las más corruptas. Además, la mayor parte de los casos de corrupción no son sancionados: solo el 5% de casos de corrupción en autoridades subnacionales en los últimos 20 años han recibido una sanción (Procuraduría Pública Especializada en Delitos de Corrupción, 2022).

Ahora bien, con líderes políticos que no se esfuerzan por esconder la extendida corrupción, no debería llamar la atención que hace unos días vi la foto de una pancarta en un centro de inspección técnica vehicular con la siguiente frase “Cuide su vida, no ofrezca coima”. Así de normalizado se encuentra el problema, así de malos son los ejemplos y las instituciones que tenemos.

Oswaldo Molina es Director ejecutivo de la Red de Estudios para el Desarrollo (Redes)