Andrés Mompotes L

Una de las pocas cosas que ayudan a predecir cuál es la posibilidad de futuro de un país es el estado de salud de su prensa en el presente.

Un acorralado, amenazado, silenciado o cooptado por cualquier poder es un síntoma inequívoco de que una nación y su gente van rumbo a extraviar sus libertades en las tinieblas.

Solo con una prensa maniatada los gobiernos antidemocráticos han podido encontrar oxígeno. Esa receta, que ha sido aplicada en el mundo y en nuestro vecindario por dictadores consumados y populistas que abusan del poder, está hoy más vigente que nunca.

Aunque se trata de una fórmula tan rancia como peligrosa, hay ingredientes nuevos. Y uno de los más importantes son las redes sociales. Su irrupción en la vida global como promesa de conexión inspiradora entre comunidades ha caído en manos de regímenes y políticos manipuladores.

Estos han aprendido a usarlas no solo para distorsionar la realidad mediante el artilugio de reemplazar los argumentos por las pasiones extremas, sino también para lanzar campañas de descrédito en contra de los medios que destapan el tamaño de sus desafueros.

Lo que hay de fondo es una cruzada de desprestigio en contra de la prensa, en contra de la verdad. Una estrategia que se nutre de audiencias que, en vez de acudir al discernimiento y a la actitud reflexiva, se comportan como hordas armadas de antorchas.

De allí proceden los acosos digitales contra periodistas y medios. La sublimación de la incapacidad de reconocer los hechos convertida en la justificación de la violencia en las redes sociales.

Enfrentar esa amenaza, la de las plataformas y herramientas tecnológicas usadas para relativizar la verdad y restarle credibilidad a la prensa que fiscaliza al poder, es y seguirá siendo el desafío más complejo del periodismo durante este siglo. Más aún por la masificación de la inteligencia artificial. Su ilimitada capacidad para hacer parecer como verdades los artificios de estrategas en manipulación apenas está demostrando su nefasto alcance de desinformación.

La respuesta del periodismo durante las próximas décadas solo puede ser una: hacer más y mejor periodismo. Redoblar sus tareas de vigilancia, investigación, verificación y denuncia. Hacer preguntas incómodas. Proteger al público de los intentos de engaño del poder. Y aprender a usar también la inteligencia artificial para develar las trampas de quienes la usan de forma incorrecta.

En ese propósito la sola noticia de que un diario como cumple 185 años, fiel a estos principios y valores, es un respiro para la sociedad. Más que un aniversario, es la constatación de una garantía para la democracia. Una celebración que sirve para recordarnos que la libertad de prensa y el buen periodismo son el mejor contrapeso contra los desmanes del poder.

Andrés Mompotes L es director general de “El Tiempo” de Bogotá