(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Enrique Bernales

Artículo primero: “La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”.

Supongo que los peruanos conocemos y acatamos esta norma constitucional. No debiera dudar de que los funcionarios responsables de la conducción del Estado han leído la y la aplican, por respeto a la dignidad humana, que es la razón de ser del Estado.

Si los ciudadanos no conocen el artículo primero de la Constitución y los funcionarios desconocen los alcances de su vigencia, entonces el Estado Peruano es cualquier cosa, menos “un Estado constitucional de derecho”. Ello pues, lamentablemente, este funcionaría según el arbitrio de quienes tienen autoridad para mandar, pero sin gobernar sujetos a lo que la Constitución dispone como orden, seguridad y servicio.

El artículo primero es el que enlaza y da sentido al texto completo de la Constitución. Ni el Ejecutivo ni ningún grupo político de los representados en el Parlamento, ni los organismos vinculados a la administración de justicia ni los gobiernos regionales y locales ni el conjunto de instituciones públicas o privadas mencionadas en la Constitución, pueden asumir que tienen licencia para prescindir de las obligaciones que consigna esta norma, que es principio que modela el conjunto de la Carta Magna, y también es derecho positivo.

Contra ella no vale invocar “razones de Estado” y menos el manido recurso de alegar el “carácter técnico” de algunas decisiones. En el Estado, lo técnico está subordinado a la política que, conjuntamente con el derecho, son su esencia. Si algún ministro ignora que el nombre de nuestra Carta Magna es “Constitución Política”, si no se ha enterado de que el cargo de ministro es político y que toda su actividad está condicionada por la responsabilidad política (artículos 119, 126, 128, 132 y 136), será mejor que deje el cargo y se dedique a la actividad privada.

Jorge Basadre escribió en una de sus primeras obras que cuando nacimos a la Independencia, en lugar de abocarnos a la construcción del Estado democrático y social, lo que hicimos fue fundar una república aérea, es decir, incapaz de pisar tierra. Un no Estado en el que rápidamente pulularon la corrupción, el “hago lo que me da la gana” y las prácticas picarescas.

Las duras críticas de Manuel González Prada, así como las denuncias de políticos imperecederos como Víctor Raúl Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, algo crearon de conciencia. No fue suficiente, sin embargo, para poner orden en un país prácticamente sin Estado, en el que rápidamente proliferó vivir en la ilegalidad que abruma a quienes están atrapados en ella, aunque la llamemos con descarado eufemismo “” (el 70% de la población tiene esa condición).

¿Pero qué es ser informal y por qué quienes ejercen cargos públicos aceptan pasivamente ese problema? Digámoslo pronto y breve: ser informal es vivir al margen de la ley, carecer de capacidad para la autoestima. Si algo sabe el informal, es que los peligros que lo acechan son reales, porque carece de acceso pleno a los servicios públicos, tiene que pagar coimas a los corruptos; en fin, porque vive, o mejor dicho, subsiste como los condenados de la Tierra.

¿Cómo extrañarnos si se premia con olvido e impunidad a los responsables de muertes crueles como las de Utopía, Mesa Redonda, Larcomar, los cuatro jóvenes soldados muertos en Marbella, etc.? ¿Qué se sabe de los responsables? Nada, porque cuando el asunto deja de ser noticia sobreviene esa espesa capa de silencio que es antesala de la impunidad.

¿Vamos a permitir que pase lo mismo con los dos jóvenes del , víctimas de infames condiciones de trabajo esclavo? Es a todo esto a lo que llamamos ser gobernados sin respeto de la Constitución, escabullendo la responsabilidad política que es inherente al cargo público. Jerónimo Pimentel comenta en El Dominical lo poco que hemos avanzado luego de tres gobiernos democráticos, donde lo que ha quedado claro es “la disposición para el lobby, la mediocridad, la componenda y el chanchullo” (“”, 2/7/2017).

¡Cómo duelen esas palabras! Pero de nada vale llorar. Es hora de reaccionar. No importa si el esfuerzo se presenta como tarea de mediano plazo. Pero hay que comenzar y es usted, señor presidente de la República, quien debe convocar, unir y dar inicio a la importante tarea de ser un Estado constitucional y una democracia de trabajo y progreso para todos. Anímese, presidente. Por algo es usted el jefe del Estado, el que dirige el gobierno y quien personifica a la Nación. ¡Lo dice la Constitución!