Óscar Miró Quesada

Veinticinco lustros de vida vigorosa y creciente, cual árbol gigante que el tiempo fortalece y no destruye. Tres palabras expresan su orientación sin eclipse, escudo nobiliario de su espíritu, impreso en la primera página del Diario el mismo día de su nacimiento: Orden, Libertad, Saber.

¿Por qué los fundadores del periódico estamparon esa trinidad verbal como broquel de su programa periodístico? Al orden social apunta la primera de las tres palabras destacadas en la primera página de cuando vio la luz pública. Pero entendámonos: no se trata de cualquier orden, sino de uno con caracteres humanos que no pueden alterarse sin destruir la esencia misma del orden defendido por El Comercio. Es un orden pacífico, con una paz que no es fruto de la violencia, ni sostenida por el terror, sino cimentada por acuerdo de voluntades, por la armonía de las tendencias en su forma perfecta, aún no alcanzada, pero a la que aspiran los hombres; es el orden que llamará San Agustín “orden de amor”. Ese orden justo, sin privilegios que lo desordenan y corrompen, es el orden proclamado por El Comercio y por el que ha combatido siempre prescindiendo de intereses materiales y del apoyo de los pudientes.

Aún no había cumplido El Comercio dos años de vida y el 18 de abril de 1841 apareció en sus páginas un editorial contra la esclavitud, iniciando una campaña antiesclavista tenaz y vigorosa por la libertad que prosiguió mientras hubo esclavos en el Perú, contribuyendo con ella a la liberación de esos hombres sometidos a la más odiosa pérdida de la libertad. En el número extraordinario editado conmemorando los 100 años de vida de El Comercio se responde a ese porqué. He aquí lo que entonces se dijo: El Comercio protestó siempre de la esclavitud. Por sus ideas democráticas sobre la importancia de la persona humana y la dignidad del hombre por el solo hecho de ser hombre. Pero entre el infeliz negro esclavizado y el poderoso dueño esclavizador, El Comercio no dudó: la esclavitud era un atentado de lesa humanidad que destruía los fundamentos de la . Por eso estuvo en contra de la esclavitud y en favor de la liberación de los esclavos. Pasan 125 años y El Comercio no se desvía de su línea democrática y humanitaria, ante una situación semejante. En un pueblo, como el nuestro, subdesarrollado, la mayoría de sus habitantes vive una vida de angustia económica que linda con la miseria y se hermana, a veces, con el hambre.

La reforma agraria y el cambio de determinadas estructuras socioeconómicas son los remedios a un mal tan hondo, mas como ese alivio a la pobreza puede menoscabar en algo el poderío de los pudientes, el grupo de hombres que tienen en sus manos el poderío económico y social se opone a cambios que juzgan lesivos a sus intereses y consideran enemigos que hay que combatir a cuantos abogan para que se realicen esos cambios. Y de nuevo se le presentó a El Comercio una situación análoga a la esclavitud: la necesidad de escoger entre los poderosos y los desamparados, y eligió a los últimos porque es de justicia y porque no hay verdadera democracia si en su seno no se propende a promover el bienestar de todos, favoreciendo a los de condición más desafortunada. Es posible que los poderosos tengan razón, desde su punto de vista, en defender privilegios que tienen por legítimos, pero en lo que andan equivocados es en considerarnos sus enemigos.

En esa línea, la tercera palabra es el saber y es que si el pueblo no puede ir a la universidad, hagamos que la universidad vaya al pueblo. Es la democracia de la cultura; es posibilitar el saber para todos; es igualar a todos ante los fueros de la inteligencia y permitir que, en este mundo superior del hombre, cada ciudadano conquiste el puesto que merece por su capacidad nativa, impidiendo que las diferencias de fortuna originen diferencias mentales y así la ciencia, la filosofía y el arte difundidos hasta las capas más profundas de las colectividades humanas permitirán la creación de una sociedad organizada sobre la justicia y el mérito, donde la virtud y el saber sean los títulos para el encumbramiento; donde el respeto y la consideración se tributen a quienes valen sin distinción de clases, ni de rangos, ni de títulos, ni de razas, ni de sexos, ni de poderío económico o político, en una amplia fraternidad humana, perdurable y superior.


Texto originalmente publicado el 4 de mayo de 1964.

–Glosado y editado–



*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Óscar Miró Quesada fue Director de El Comercio (1980-1981)