Sus catequesis tratan temas sociales y éticos a salvo de cualquier duda o murmuración
Sus catequesis tratan temas sociales y éticos a salvo de cualquier duda o murmuración
Santiago Roncagliolo

Una carta espeluznante me llegó este año del colegio de mi hijo. Decía que los profesores no lo habían querido, ni pedido, que no era obligatorio, y que si sus padres nos manifestábamos en contra, seríamos desde luego obedecidos, pero aun así, el niño, a sus 10 años y en pleno uso de sus facultades mentales, había decidido libremente hacer... la primera comunión.

No pude evitar que en mi mente apareciese una horda de curas enseñando a mi hijo a beber vino y meterse cosas en la boca. El cuerpo y la sangre de sonaron de repente a demasiada carne y demasiado fluido.

–¿De verdad quieres hacer la primera comunión? –le pregunté al niño, esperando que todo fuese un malentendido, una equivocación, un error tipográfico.

–Claro –fue la contundente respuesta, mientras él jugaba a matar gente en la Play-Station.

–¿Por qué? –me rasgué las vestiduras.

–Porque Dios creó el mundo y todo eso, ¿no? –afirmó indiferente a mi pánico, justo después de aniquilar sangrientamente a un guerrero alado.

Sospeché que aún tenía una oportunidad. Hice un esfuerzo por disuadirlo. Recurrí a los trucos más bajos:

–Sabes que tendrás que ir a misa todos los domingos, ¿no?

–¡No! –pausó el juego, ante esa perspectiva de horror inenarrable, porque los domingos hay fútbol.

–Te vas a hacer católico –me regodeé en su miseria–. Los van a misa.

Me sentí como si soplara el cañón del revólver después del disparo. Supuse que con eso tenía ganada la partida. Pero él se lo pensó un poco y preguntó:

–¿Tú hiciste la primera comunión?

–Sí.

–¿Y vas a misa todos los domingos?

–No.

–Pues ya está –reanudó el juego.

Maldita sea.

Así que he dedicado los últimos meses a monitorear su preparación para el sacramento, esperando el menor desliz, cualquier error que me permitiese interrumpir, incluso revertir el proceso. Pero los catequistas han sido muy conscientes de mis miedos, porque no soy el único que los tiene.

En mi niñez, yo hice una primera confesión, contándole todos mis pecados a un señor con sotana. En el caso de mi hijo, se ha evitado ese rito, quizá porque la idea de dejar niños a solas con sacerdotes hace saltar las alarmas de todos los padres. Sus catequesis tratan temas sociales y éticos a salvo de cualquier duda o murmuración. Las familias de los chicos cruzamos información y comparamos versiones de los contenidos para garantizar que todo sea seguro. Sin duda, si los niños fueran por ahí rodeados de fumones y vándalos, nos sentiríamos todos más tranquilos.

Finalmente, llegó el día de la ceremonia. Debo admitir que fue emocionante. Los ritos religiosos en general fijan los grandes hitos de la vida. La primera comunión marca el momento en que un niño adquiere la capacidad de pensar por sí mismo. Y tener una fecha para celebrar esas cosas ofrece una razón para reunirnos con las personas que nos quieren, confirmar que podemos contar con ellas y recordar a las que ya no están. Para migrantes como mi familia, la tarde se convirtió en una ocasión de recibir a parientes y amigos del Perú y muchos otros sitios. Y fue uno de nuestros mejores días del año.

Nadie podrá quitarnos la ocasión de festejar nuestras pequeñas vidas aquí en la tierra. Pero al cielo le va a costar muchos esfuerzos volver a ser invitado.