“Hoy, el mundo entero se ha abocado a un manejo fuertemente estadístico de la pandemia”. (Foto referencial: iStock).
“Hoy, el mundo entero se ha abocado a un manejo fuertemente estadístico de la pandemia”. (Foto referencial: iStock).
Richard Webb

Desde la vida humana primitiva, el mundo se ha ordenado con la ayuda de historias, cuentos que explican de dónde venimos, definen nuestros destinos y, de paso, dejan claro a quién debemos obedecer. Su reparto principal consistía en seres divinos cuyas aventuras –cual Juego de Tronos– servían de cátedra para arrear y a la vez embridar las travesuras humanas.

Pero la administración de poblaciones grandes requiere instrumentos que van más allá de las voluntades. Fue surgiendo entonces la ciencia de los números –tabletas de piedra por aquí, papiros por allá, sogas en los Andes– que complementaban la acción sugestiva de los cuentos con la precisión de las cuentas, aportando números, además de historias, para reforzar el control social. No obstante, si bien la matemática se fue desarrollando como teoría, su aplicación quedó casi paralizada por razones prácticas –la falta de instrumentos para registrar, manipular y archivar los millones de números que representan las actividades humanas de un día–. La llegada de las computadoras ha roto ese dique y tal y como pasaría con una Holanda con dique roto, hoy vivimos una inundación de cifras. Casi todo aspecto de la vida se digitaliza y los números se multiplican en las páginas de los periódicos, en las pantallas de televisión y en los discursos políticos. No sorprende, entonces, que vivamos una etapa de río revuelto, tanto por ignorancia en el manejo de números –hoy somos pocos analfabetos, pero muchos anuméricos– como por la viveza de algunos que se aprovechan de esa ignorancia.

En varias oportunidades he sido testigo de una poca habilidad en el manejo de esa invasión numérica. Apenas empezada mi carrera profesional e ilusionado con la oportunidad para, finalmente, aportar conocimientos adquiridos en la universidad para opinar acerca del poco dinamismo económico nacional, descubrí que el problema no era la economía, sino los datos equivocados, como pude comprobar después de varios días de bucear en los archivos ,en el sótano del ministerio. La cifra que se citaba se basaba en un error de cálculo estadístico, producto de la casi nula preparación en estadística del funcionario encargado. Tratándose de un error elemental de aritmética, no había necesidad alguna de mis sofisticados estudios universitarios ni, menos, de cambios radicales en las políticas. Con el tiempo hemos adquirido más capacidad técnica en la creación de cifras, pero el anumerismo del público y de los medios sigue siendo alto.

Nunca antes hemos vivido un grave problema social cuyo manejo se realiza de forma tan estadística. Lo que más se ha acercado a esa dependencia en los datos han sido algunas guerras recientes, como fue notablemente el caso de la guerra de Vietnam. El ministro de Defensa de Estados Unidos, Robert McNamara, venía de ser profesor en la escuela de negocios de la Universidad de Harvard, donde su especialidad era la administración estratégica basada en un uso intensivo de estadística y cálculos logísticos. Su conducción de la guerra se apoyó en esos conceptos, calculando los costos y beneficios de cada aspecto del esfuerzo guerrero, por ejemplo, los costos por kilómetro del acarreo por avión de bombas y otros materiales. Fue notorio, en especial, su publicación diaria del número de muertos de las fuerzas de ambos bandos, estadística que lo favorecía y llevaba a justificar un permanente optimismo (que, en los resultados finales resultó equivocado).

Hoy, el mundo entero se ha abocado a un manejo fuertemente estadístico de la pandemia. Más allá del resultado de esa guerra de la salud, se viene creando la sensación de un cambio permanente en cuanto a los instrumentos del manejo gubernamental futuro en general, con mucho más énfasis en el registro y uso de datos. Sin embargo, podemos estar seguros de que no nos hemos librado de los cuentos. El economista premio Nobel Robert Shiller, quien predijo la crisis financiera del 2008, publicó un libro titulado “Economía narrativa” en el que analiza la fuerza que tienen los “cuentos” en las predicciones de los economistas.

Vamos rápidamente hacia un mundo gobernado tanto por cuentos o narrativas como por data. Si los cuentos se asocian al cerebro derecho y las cuentas al cerebro izquierdo, quizás llegaremos a un manejo humano más balanceado y completo.


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