Carmen McEvoy

En una de las escasas entrevistas que brindó el reconocido novelista estadounidense recientemente fallecido, dejó de lado su laconismo para compartir con su público aquello que lo inspiró para escribir una de sus novelas más importantes. La musa llegó una noche de insomnio, mientras su hijo pequeño, John Francis, dormía en un hotel en El Paso (Texas). Cormac (que significa “hijo del Auriga” en gaélico) imaginó una ciudad enfrentando una catástrofe de dimensiones apocalípticas. El autor de “Blood meridian” –la brutal narración de la vida en la frontera norteamericana– se conmovió con las imágenes de destrucción que vinieron a su mente esa noche de verano.

Más aún, al escritor de la extraordinaria “No country for old men” lo dominó una profunda angustia respecto a la suerte que esperaba a un padre y su hijo, personajes principales de la historia que emergió de su poderosa pluma. Cuenta McCarthy que tomó notas para una historia breve que más adelante se extendió en la Irlanda de sus ancestros, en donde la culminó, titulándola . Ante la pregunta de lo que realmente subyace a esta historia tan dramática, McCarthy señaló que ella partió de su apreciación por la vida, subrayando la importancia de cuidarla y ser agradecido tan solo por el hecho de tenerla. Fue, tal vez, por esa clave humanista de su escritura –que emerge en personajes tan entrañables como John Grady– que, en sus ratos libres, se acercó a las ciencias, en especial a las matemáticas, cuya belleza reiteradamente alabó.

Así como McCarthy encarna la síntesis literaria estadounidense, canalizándola con su particular interpretación –indudablemente violenta, pesimista, pero con destellos de compasión–, , que falleció tres días antes que él, representa la relectura del Renacimiento y la vuelta a los clásicos que el italiano consideró como capaces de dotar de humanidad a un mundo sumido en la oscuridad por la falta de una educación pública de calidad.

Ordine, descrito como un humanista, literato, historiador de las ideas y filósofo, fue un hijo de Diamante (Calabria) y es por ello que analizó el Renacimiento desde la Magna Grecia. Un observatorio periférico localizado entre Europa y África, y por eso asociado a la riqueza multicultural del viejo Mediterráneo, una suerte de frontera acuática inclusiva. Gran amigo de George Steiner –crítico literario franco norteamericano que escribió profusamente sobre la relación entre lenguaje, literatura y sociedad–, Ordine propuso que la cultura se convierta en un instrumento para enfrentar la comercialización de la educación y la investigación, pero también a esa violencia retratada crudamente por McCarthy. La crítica de Ordine a una educación cada vez más alejada de las humanidades que en un mundo, tan fragmentado y violento como el nuestro, sirve para rehumanizarnos, se sintetiza en su libro “La utilidad de lo inútil”. Ahí mediante una conversación con escritores –de la talla de Michel de Montaigne, Dante Alighieri, Francesco Petrarca, William Shakespeare, Immanuel Kant, Ovidio o los filósofos griegos– el calabrés subraya que aquello considerado como inútil para una cultura, meramente utilitaria, será lo que finalmente nos sacará de la situación dramática en la que nos encontramos.

El tema que une a McCarthy y Ordine es el reconocimiento de la condición terrenal del hombre, que para el caso del escritor estadounidense se resume en el análisis de sus aspectos más oscuros e incluso crueles. Por otro lado, y siguiendo a Giordano Bruno –sobre el que escribió un bellísimo tratado–, Ordine nos recuerda que el filósofo napolitano –que se atrevió a declarar la infinitud del universo y murió quemado por hereje– dejó de lado la noción de la divinidad humana para explorar la debilidad e incluso los aspectos más aterradores de la carenciada condición de nuestra especie. No solamente eso, a contracorriente con el pensamiento de su época y apelando a la empatía, Bruno apostó por la aceptación, en igualdad de condiciones, de todos los saberes incluso los considerados no doctos.

Cabe recordar que en “The road”, McCarthy recordó que en el camino de la vida era imposible prescindir del otro, con defectos y virtudes. Y si uno andaba solo por el mundo era recomendable hacerse amigo de un fantasma atrayéndolo con palabras de amor y escudándolo, incluso, con nuestro propio cuerpo. Extraordinario el legado de amor, de apuesta por la vida y el conocimiento en todas sus formas de dos grandes. McCarthy y Ordine partieron, pero nos dejaron sus palabras conmovedoras y a la par iluminadoras y sanadoras.

*Comparto esta conversación con Cesar Azabache sobre Ciudades anheladas:

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es historiadora