Javier Díaz-Albertini

Después de escuchar a varios congresistas fujimoristas justificar y defender la conformación y la elección de la nueva del , me sentí mucho más tranquilo. Y no porque la lista ganadora supuestamente impidió la amenaza de que los “caviares y niños” presidieran el Congreso. Tampoco me calmó el “nunca más al terrorismo y al comunismo”, etiquetas con las que Patricia Juárez celebró a las nuevas autoridades en TikTok. Lo que me alivió es el hecho de que las agrupaciones políticas con mayores tendencias autoritarias del país siguieran disparándose en los pies.

Se le atribuye erróneamente a Albert Einstein la brillante frase “locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes”. Pero describe muy bien lo que sucede con muchos de nuestros políticos que –faltos de ideas y programas– funcionan sobre la base de consignas de miedo, estereotipos, polarizaciones y mentiras, y creen que con ello van a triunfar en las lides políticas.

¿Acaso no se han dado cuenta de que esta estrategia de ‘terruqueo’ no funcionó aun en la coyuntura de mayor polarización en años recientes? Solo basta con regresar dos años atrás y ver cómo la enorme campaña anticomunista no resultó. La osadía (o necedad) de presentar al fujimorismo como defensor de la democracia ante el cuco del socialismo fue una muestra de que no es tan fácil engañar a nuestros electores. Aun cuando en la segunda vuelta quedaron en pie pésimos candidatos y los ciudadanos fueron obligados a escoger al “menos peor”, el macartismo no salvó a la lideresa naranja.

Tampoco es una estrategia que ha funcionado para desacreditar las movilizaciones contra el actual gobierno y el Congreso. Si era tan evidente el abrumador apoyo de Sendero y del sector económico ilegal a las marchas, ¿cuáles son las pruebas fehacientes? ¿Cuántos fondos ilícitos han sido incautados? ¿Cuántas pruebas fueron recabadas en el desalojo de la UNMSM y otros locales? Por el contrario, parece más lógico pensar que las personas salen a las calles porque el apoyo a los dos poderes del Estado se encuentra por debajo del 10% y –según una encuesta reciente de Ipsos– solo el 19% opina que las elecciones generales deban realizarse en abril 2026. El discurso del ‘terruqueo’ tampoco ha convencido a los principales gobiernos e instancias internacionales.

Por otro lado, nos anuncian que la alianza de la nueva Mesa Directiva evitó que “Los Niños” controlaran el Congreso. Puede ser cierto, pero si eso lleva a pensar que el Parlamento está siendo librado de la lacra de delincuentes de diversas índoles, estamos ante otra forma de engaño. En pocas palabras, “Los Niños” son solo la punta del iceberg. Como ha mostrado la prensa, el nuevo presidente del Congreso ha tenido varias denuncias en su contra y no ha sido muy transparente al respecto. Carlos Basombrío, en una columna en este Diario, lo ha señalado el pasado viernes con total claridad: son 72 los parlamentarios imputables y siguen sumando. Más que caviar, parece que abunda el caldo de choros.

La farsa es tan evidente que nadie se la toma en serio. Lo que no se logra ocultar es la pretensión de varios grupos congresales de asegurar legislación favorable a intereses de sus patrocinadores o condiciones propicias para las elecciones del 2026. Ya son muchos analistas los que prevén el continuo desmantelamiento de la regulación estatal poniendo en mayor riesgo la protección y defensa al ciudadano como ya ha sucedido en el sector educación y transporte. Por otro lado, seremos testigos de una mayor promulgación de medidas populistas. Asimismo, la extrema derecha e izquierda se la tienen jurada a los organismos electorales y judiciales. Seguirán, entonces, las medidas que dañarán la efectividad y autonomía de estas instituciones.

Pero ¿no habrá cierto control y equilibrio al tener una Mesa con presencia de los extremos políticos? No lo creo. En primer lugar, porque son extremos conservadores que comparten mucho, como han mostrado en los últimos dos años. Segundo, son extremos unidos por el afán de proteger a sus líderes máximos acusados de corrupción. Y tercero, porque aún faltan casi tres años para las elecciones. Hay tiempo para ser aliados sin afectar sus posteriores pretensiones electorales.

Javier Díaz-Albertini es Ph. D. en Sociología