"¿Por qué no se callan?", por Pedro Canelo
"¿Por qué no se callan?", por Pedro Canelo
Redacción EC

Si hoy se publicara cualquier estudio sobre la evolución de la especie humana, debería incluirse un capítulo extra, un oportuno anexo, con el conductor limeño en hora punta. Ese individuo estresado, casi siempre vulgar, que es hijo natural del desesperante . No solo tenemos un Corredor Azul vapuleado, un Metropolitano sobregirado, sino también incomprensibles choferes que se unen a esta cadena de lo insufrible. Si queremos ver morir el caos en las pistas de la capital, esos pilotos que tocan el claxon sin razón alguna deberían hacer aunque sea un minuto de silencio.

El mal uso del claxon en Lima es una epidemia imparable. Expansiva como la gripe aviar, dolorosa como el cólera. El chofer limeño promedio, ese de las pistas, ha sido poseído por el lado oscuro del desorden. Esa bocina tormentosa casi no tiene razón de uso en los manuales que te hacen leer para sacar el brevete. Solo tiene utilidad en situaciones extremas, en accidentes casi inminentes, o cuando las luces delanteras dejaron de funcionar. Pero aquí  hacemos todo lo contrario.

Un conductor fastidiado en Javier Prado a las seis de la tarde le toca el claxon al carro que está adelante cuando la luz roja del semáforo sigue encendida. ¿Para qué hace ese ruido? Es como si en la mente alterada del chofer habría espacio para alucinar que ese vehículo puede elevarse por los aires, cual “Auto Fantástico”, para dejarlo pasar.

Hay multas para el mal uso del claxon, pero también hay escaso control para detectar a estos bárbaros sobre ruedas. Una crítica honesta a es su poca  capacidad de acción para resolver los problemas más urgentes. El alcalde de Lima por ratos parece un director de orquesta a quien le robaron las partituras antes del concierto. Desorientado y sin mapa de acción. Cuando se llamó la atención por la desaparición de cientos de inspectores de tránsito, era para no perder el control de estos desadaptados del volante que usan el claxon como si quisieran entre todos componer una sinfonía del horror.

Algunos distritos como Miraflores y San Isidro han tratado de mantener esa batalla contra la contaminación sonora con sanciones entre los 150 y 180 soles. De todas maneras, el escenario legal y el control municipal parecen más benévolos que la abuelita de Piolín para controlar ese daño tremendo ocasionado por el uso excesivo del claxon. Solo en Lima es posible ver algo así, ni siquiera en ciudades con más tráfico como Sao Paulo o Nueva York se escucha tanto ruido inútil.  La reforma del transporte también debe incluir proponer un cambio en el comportamiento del chofer promedio limeño que maneja muy mal. La reforma del transporte merece, nunca tanto como hoy, un plan piloto.