(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)
Santiago Roncagliolo

A menos que existan los milagros, el extremista de derecha Jair Bolsonaro será elegido presidente de Brasil este domingo. A pesar de su machismo, racismo y adoración por la dictadura, Bolsonaro estuvo a punto de ganar en primera vuelta y los sondeos le auguran un cómodo triunfo en la segunda.

Gane o no, el fenómeno Bolsonaro encierra importantes lecciones para sus enemigos, sobre todo, para la izquierda. Y en la medida que Brasil forma parte de América Latina, comparte sus problemas y a menudo exporta sus soluciones, esas lecciones son interesantes para toda la región. A continuación, intento resumirlas:

No despreciar la religión. El año pasado hice un reportaje en la favela carioca de Maré, cuya economía se basa en el comercio de estupefacientes. Maré vive prácticamente en guerra. Los adolescentes llevan fusiles de asalto y armamento bélico por la calle. Dos o tres veces por semana, la policía entra a balazos y se producen verdaderas batallas.

Lo que más se ve ahí aparte de balas son iglesias. Evangélicas en su mayoría, pero también católicas. El director del centro deportivo, una isla de paz en la favela, es un pastor. Los mafiosos lo respetan, tanto a él como a otros guías espirituales del barrio. Para bien o para mal, la religión es la institución que vela por la convivencia de los pobres.

En el 2014, un tercio de los 43 millones de evangélicos apoyaron a Dilma Rousseff a cambio de beneficios fiscales. Pero la propia izquierda se sentía incómoda con el respaldo de religiosos. Hoy, los medios de comunicación evangélicos apoyan a Bolsonaro. Y el voto de sus espectadores puede ser decisivo.

No descuidar la seguridad. En la favela de Maré había un colegio precioso, producto de las políticas de la izquierda. Tenía infraestructura de calidad. Los profesores que conocí entendían la problemática social del barrio y se sentían profundamente comprometidos con la población. Pero a veces, cuando la policía llegaba a la favela, usaba el colegio como trinchera para disparar desde sus ventanas. Sabían que los narcos no devolverían el fuego con sus hijos dentro.

La inversión de Lula en programas sociales fue un hito para toda América Latina. Pero descuidó la formación de unas fuerzas de seguridad integradas con la población. Hoy, la gente de Maré odia a la policía. Y muchos brasileños viven aterrados de los pobres. Fuera de la favela también se libra una guerra soterrada, entre clases sociales que no se conocen.

Así pues, no es que la mitad de los brasileños se hayan vuelto homófobos. Los votantes de Bolsonaro no son nostálgicos de la dictadura. Es que tienen miedo. Y el miedo pide mano dura, porque ha perdido la confianza en la razón.

No desacreditar la democracia. Recientemente volví a Brasil, a Salvador de Bahía, y conocí a votantes de Bolsonaro. A algunos, les afeé el autoritarismo de su candidato. Respondieron:

-Eso es lo que dice la izquierda. Pero el autoritarismo de Chávez y Maduro nunca les pareció tan malo.

Venezuela le está haciendo un daño incalculable a la izquierda de la región, que nunca se ha mostrado muy contundente contra un régimen del que su propia población huye en masa. Pero además, el Partido de los Trabajadores de Brasil lleva dos años haciendo campaña contra su propio sistema político, al que acusa de un golpe de estado encubierto contra Rousseff.

Eso es tirar piedras contra tu propio tejado. Si atacas una institución que has gobernado durante trece años, te atacas a ti mismo. La gente que aceptó los argumentos antisistema de la izquierda, ha acabado votando al verdadero antisistema: el de derecha.