Los tiranos han inspirado a grandes literatos, directores y actores de cine. Recuerdo que hace muchos años leí “Tirano Banderas”, de Ramón del Valle Inclán, y vi “El Gran Dictador”, protagonizada por . En el primer caso, se lee sobre toda la brutalidad del dictador en un país ficticio de América Latina, llamado Santos Banderas, que está por ser derrocado de su absoluto, despótico y cruel poder, y que se mantiene en el sillón por medio del terror y la opresión. En el segundo, la bestia humana Hitler es ridiculizada a través de una serie de acontecimientos que, a pesar de generar terror, también nos producen hilaridad, nos hacen reír a carcajadas. Y es que los tiranos tienen también mucho de ridículo.

Como se sabe, han existido más tiranías que democracias. Desde las monarquías antiguas hasta llegar a unas que llamo modernas por su actualidad. Como las de Vladimir Putin, Nicolás Maduro, Daniel Ortega, y, claro, me quedo corto.

Las autocracias del siglo XXI han cambiado de método para permanecer en el poder. Ya no dan un golpe de Estado como antaño lo hacían las Fuerzas Armadas. Ahora son sujetos que, una vez elegidos, van de a pocos usurpando el poder al pueblo. Empiezan controlando los otros poderes del Estado. Eliminan a todo adversario posible que les parezca peligroso para su proyecto de permanecer en el poder, violando los mandatos constitucionales y las leyes electorales. Como ha sucedido con en Rusia, recientemente fallecido en una prisión, acusado de extremismo, y también en Venezuela con la injusta judicialización de por “acciones desestabilizadoras”.

Por ejemplo, Bukele logró, por una leguleyada, que un tribunal hiciera una antojadiza interpretación de la Constitución de su país para reelegirse. Sin duda, la prensa está amordazada y amenazada. En Venezuela, el prestigioso e histórico diario “El Nacional”, que dirige un irreductible defensor de la libertad de expresión como Miguel Henrique Otero, ha sido confiscado y ahora funciona solo digitalmente.

Las tiranías causan tragedias y el sentido del humor las convierte en tragicómicas. Los tiranos se lo toman muy en serio y, por eso, se los puede ridiculizar, como hizo Chaplin, pero esas películas solo se ven en democracias en donde la ridiculización de las autoridades es casi una constante. La diferencia es que en las dictaduras no se puede interpelar al autócrata de turno. En cambio, en las democracias, esto es normal.

Francisco Miró Quesada Rada es Exdirector de El Comercio