"No sabemos qué ocurrirá luego de este 28 de julio, pero es evidente que llegamos al bicentenario sin haber construido una república eficiente". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"No sabemos qué ocurrirá luego de este 28 de julio, pero es evidente que llegamos al bicentenario sin haber construido una república eficiente". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Juan Luis Orrego

La idea de refundar la o liquidar un ciclo político previo rondó en coyunturas similares a la de este , que nos enfrenta a deudas muy serias. Sucedió en el cincuentenario (1871-1874), el centenario (1921-1924) y el sesquicentenario (1971-1974) de nuestra independencia.

En 1871 irrumpió el Partido Civil. Su líder, , hizo una abierta crítica a la gestión de los caudillos militares con los recursos del guano: no había infraestructura ni funcionaban las instituciones. El civilismo buscaba extirpar el militarismo, sembrar la “república práctica”, formar ciudadanía y, con los remanentes del guano, invertir en educación y construir ferrocarriles.

El ideario liberal-republicano de Pardo triunfó en las elecciones de 1872. Sin embargo, el segmento más reaccionario del ejército, liderado por los hermanos Gutiérrez, repudió el resultado y secuestró al presidente, el coronel José Balta. El asesinato de Balta, por negarse a apoyar a los golpistas, y las imágenes del linchamiento público de los Gutiérrez reflejaron el drama que vivió el país ese año. Pardo asumió la presidencia hasta 1876, pero su proyecto naufragó debido al despilfarro heredado y a la insurrección que desató Nicolás de Piérola. La derrota del conservador Piérola fue en 1874, año del cincuentenario de la batalla de Ayacucho. La inquina contra Pardo continuó. Un complot militar hizo que el ideólogo del civilismo cayera asesinado en 1878, cuando ocupaba la presidencia del Senado.

El centenario fue una celebración diseñada personalmente por quien, previamente, se encargó de sepultar al segundo civilismo de la República Aristocrática. Su propuesta autoritaria, la Patria Nueva, consistió en darle al Estado el rol de impulsar el “progreso” a través de obras de infraestructura vial, saneamiento urbano e irrigación de la Costa con la inyección del capital norteamericano. Buscó también favorecer a la clase media, identificarse con la retórica indigenista y cerrar las fronteras con los vecinos sin disparar una bala. El Centenario era la oportunidad para refundar la república, pero, en el fondo, era la fiesta de Leguía, que se encargó de supervisar e inaugurar todo lo que estuvo a su alcance. El aniversario de Ayacucho en 1924, más que el recuerdo de la batalla, fue la apoteosis por su primera reelección.

El leguiísmo terminó mal en 1930, agobiado por la recesión mundial, el desgaste por once años de gobierno y las denuncias de corrupción. El ensañamiento contra Leguía, fraguado por los epígonos del civilismo, no tuvo límites. Tras un juicio irregular, el fundador de la Patria Nueva fue recluido en el Panóptico y murió preso en 1932. Pocos se atrevieron a reivindicar su legado.

La efeméride más radical se vivió en 1971, cuando la dictadura militar, encabezada por el general , proclamó que estaba gestando la “segunda” independencia, pues la “primera”, la de 1821, solo nos había liberado de España, mas no del dominio oligárquico ni de la dependencia económica. La Reforma Agraria, la estatización de los recursos naturales, el impulso a la industria “nacional” y la reforma de la educación fueron los ejes de aquel régimen que proyectó a Túpac Amaru II como ícono de su “revolución”. Los resultados del experimento fueron desiguales y las críticas muy duras, lo que empujó a Velasco a confiscar la prensa en 1974, en el sesquicentenario de la batalla de Ayacucho.

Un golpe al interior del ejército derrocó a Velasco en 1975, debilitado por su salud, la crisis exportadora y la protesta callejera. Le faltó tiempo para defender su legado, pues falleció en 1977. Su sucesor, el general Morales Bermúdez, estaba concentrado en corregir la “revolución”, estabilizar la economía y anunciar la transición a la democracia.

No sabemos qué ocurrirá luego de este 28 de julio, pero es evidente que llegamos al bicentenario sin haber construido una república eficiente, responsabilidad directa de una dirigencia que no supo/quiso estar a la altura del desafío histórico. Ideas y proyectos nunca faltaron, tampoco la estela de nuestros héroes, que hicieron del deber y el patriotismo su insignia. Si bien recibimos un país con algunos logros, queda la titánica labor de fortalecer las instituciones, reconducir el manejo del Estado y crear una auténtica economía de mercado, ajena al mercantilismo y la corrupción. El día en que la ley sea igual para todos, habremos alcanzado la “promesa republicana”.