El socialismo castrense, por Arturo Salazar Larraín
El socialismo castrense, por Arturo Salazar Larraín
Arturo Salazar Larraín

En 1980 los peruanos retomamos el proyecto, largamente acariciado, de consolidar el sistema electoral como fuente única del poder político. Salíamos entonces de 12 años de dictadura militar, que encabezó inicialmente el general Juan Velasco Alvarado y concluyó el general Francisco Morales Bermúdez. Nuestras Fuerzas Armadas habían asumido, institucionalmente, la ideología socialista. Los resultados para el país fueron funestos. 

Durante esos años (1968-1977), el déficit del Gobierno Central, en millones de soles corrientes, pasó de 3.100 a 113.041, o el equivalente al 10,7% del PBI. En cuanto a las reservas netas internacionales, estas pasaron de US$130,6 millones a un balance negativo de US$1.005 millones. Los trabajadores de Lima Metropolitana, en sueldos reales, ganaban S/8.941 en 1970, y en cambio S/5.087 en 1978. Finalmente, el índice del costo de vida (1968=100) llegó en 1978 a 655,98. Un verdadero retroceso. 

Los coroneles revolucionarios destruyeron también la agricultura peruana en el momento mismo en que surgían en el mundo tecnologías y subsidios químicos a la tierra agrícola. Por castigar a cuatro gamonales terminaron castigando y congelando el futuro agrícola del Perú. Entre 1960 y 1968, la producción de papa subió de 1.398 a 1.785 toneladas métricas. En el período revolucionario (de 1969 a 1975) se contrajo de 1.821 a 1.581 toneladas métricas. Estas estadísticas proceden de fuentes oficiales o publicaciones especializadas. No hay cifra que no sea exacta y cierta.

En el período 2011-2016, durante el cual Ollanta Humala ha gobernado con partido propio, la economía peruana bajó de 6,5% de variación anualizada en el 2013 a 3,3% en el 2015. La bonanza concluyó, pero el gasto público aumentó. Con este segundo socialismo castrense se ha echado a perder una de las mejores oportunidades económicas de desarrollo para el Perú.

Ha surgido en estos días electorales un tercer socialismo de la señora Verónika Mendoza que llamaremos “socialismo anacrónico”, ya que ignora que el Partido Comunista de la Unión Soviética ya no existe y que el socialismo del siglo XXI –que se pregona– fue nada más que el proyecto petrolero del desaparecido Hugo Chávez y de su patético sucesor Nicolás Maduro. Si se quiere rastrear el origen de las ideas socialistas, será necesario viajar hacia el pasado, porque toda preocupación por el vecino se convierte finalmente en preocupación social e inmediato nombramiento de un vigilante o custodio de ella (quien finalmente se convierte en el dueño de la pelota). 

El socialismo nace en el siglo XIX en Europa como respuesta al barullo armado ante los primeros efectos de la industrialización. El socialismo como doctrina –que ya es otra cosa– nació en Francia, Inglaterra y Estados Unidos de las preocupaciones y sueños de Henri de Saint Simon (un aristócrata), Robert Owen (un autodidacta inglés que, por interés propio, se aproximó a los sindicatos) y Charles Fourier (un francés que odiaba a los acaparadores). A los tres se les conoce como “socialistas utópicos” no teniendo nada que hacer con el socialismo que vino después cuando, por un lado, intervino la mano dura de Marx y, por el otro, la enorme capacidad intelectual y física de Lenin para hacerse del poder.

A Marx y a Lenin se debe la caída del zarismo y la construcción del socialismo como fase previa al comunismo. Es posible que lo que no llega a saber la señora Mendoza es la lectura adolescente de Lenin: nada menos que la novela ramplona y medio rosa de Chernyshevski, que Lenin leyó y releyó muchas veces. Lenin fue, no obstante, el hombre lúcido y el gobernante duro que hizo posible que la minoría bolchevique tomara el poder absoluto en la Rusia zarista. Un año antes de su muerte (1924), Lenin tuvo que ceder el poder a Stalin, culpable de la enorme burocracia y la enorme maquinaria de asesinatos y torturas que terminaron con el partido y con el sueño de un socialismo previo al comunismo. Creo que es útil hacer esta enumeración porque, al parecer, nuestros socialistas parecen ignorar lo que realmente es el socialismo.

El balance de los dos socialismos castrenses –el de Velasco y el de Humala– ha resultado para el Perú en un verdadero fracaso. En los noventa, ¿no habíamos comenzado ya a seguir el buen camino? Es evidente que lo hemos extraviado. En vísperas de un nuevo período político, asombra escuchar a buen número de candidatos hablar –con escasa coherencia– de proyectos casi domésticos y de soluciones que carecen del más elemental análisis (ni pensar en un ejercicio honesto de costo-beneficio). 

El terror al plagio, propio o ajeno, parece aconsejar a los partidos políticos a esconder sus propuestas orgánicas. Asombra, por eso, que las propuestas que se escuchan no formen parte de un previo y coherente plan de gobierno. Los candidatos tienen la obligación de sustentar debidamente lo que prometen. Algunos partidos lo han hecho, pero otros guardan el sustento bajo siete llaves.

Jorge Basadre escribió “El azar en la historia y sus límites” (1973), un libro en el que describe la situación compleja que tuvo Lenin que afrontar para deponer a los zares y lograr, además, que una minoría bolchevique se impusiera a una gran mayoría menchevique. Todo ello para enfermarse gravemente en 1923 y ceder el poder a Stalin, quien lo convertiría en una inmensa maquinaria burocrática de terror y muerte. 

Parece que nuestros socialistas no se hubieran enterado de que la URSS desapareció en 1980, que parecida suerte ha corrido el socialismo del siglo XXI y que ya no hay petróleo que lo subvencione. Por eso Basadre escribió: “Todo ello fue manejado por un hombre que era un genio, es decir, una viva encarnación del azar: Lenin”.