No cabe duda de que el escalamiento del genera terror en la ciudadanía. Por eso, no es raro que ver torres voladas en Pataz, granadas en colegios y autoridades amenazadas de muerte nos lleven rápida y fácilmente a los años 80 y 90. Es muy comprensible querer llamar a todo esto .

Pero las salidas rápidas y fáciles no siempre llevan por buen camino, menos aún cuando son instrumentalizadas por la demagogia. Aplicar un concepto como el de terrorismo debido al terror que genera el crimen organizado es, aunque comprensible, discutible. Sobre todo si no se consideran las precisas implicancias que el terrorismo conlleva. También es debatible esperar que los cuerpos de seguridad que lucharon eficientemente contra las organizaciones terroristas giren su mirada a otro tipo de actor, aun cuando este resulte tan violento como lo viene siendo.

Lo que es urgente y es posible es definir un marco de acción contra el terror y la zozobra en las que nos tiene sumergido el crimen organizado. Pero eso parte por entender que el actor aquí es una organización y una banda criminal, y no una estructura con otros fines políticos o religiosos (aunque coincidamos en que son igual de nefastos). Dos enfermedades, a pesar de ser distintas, también pueden generar deshidratación o fiebre. Debemos tener claro que el objetivo principal de la enfermedad que hoy nos aterroriza no es el poder o imponer una ideología, sino el dinero.

Bajo ninguna circunstancia se trata de minimizar la situación en la que nos encontramos. Es cierto que el crimen organizado está apelando a métodos y actos que utilizan organizaciones terroristas. También es cierto que nada parece lograr que retrocedan. Pero ni medio millar de Dinoes en Pataz, ni grupos especiales en Trujillo, ni estados de emergencia en cada vez más distritos parecen distraer a las organizaciones y bandas criminales de su empresa delictiva. Y han encontrado en las economías ilegales y en el crimen predatorio en el Perú el campo perfecto para desenvolverse cada vez con más violencia.

En todo caso, si se trata de aprender y aplicar lecciones de nuestra lucha contra el terrorismo, tomemos el principal elemento: la inteligencia. ¿Por qué no pensar en un GEIN contra el crimen organizado? ¿Por qué no definir como objetivo táctico prioritario al Tren de Aragua y sus secuaces, como se hizo con Sendero Luminoso y Abimael Guzmán? ¿Por qué no enfocarse en capturar a los cabecillas, intervenir los penales y cortar los flujos de dinero que estos generan (como lo propone el plan Bukele, para gusto de sus entusiastas)?

Si la preocupación son los métodos del terror que usan las organizaciones criminales, podemos también trabajar en un marco normativo e institucional que refuerce la persecución de grupos criminales que recurren a actos extremadamente violentos para sus fines delictivos. Modalidades agravadas en las que el uso de una granada, la amenaza a una autoridad o la destrucción de infraestructura convierta en prioritaria la respuesta de los cuerpos de seguridad y de justicia. Pero para eso se requiere tener claridad sobre el tipo de problema que estamos enfrentando.

Si vamos a traer algo que funcionó en nuestro pasado reciente, que sea la decisión de enfrentar con firmeza el crimen organizado, para darle tranquilidad a nuestra ciudadanía. Hoy volvemos a tener un enemigo común que nos mantiene intranquilos. En lugar de recurrir a los conceptos, adecuemos las estrategias que fueron eficientes. Pero, sobre todo, demos un mensaje claro: nadie volverá a poner en riesgo nuestra estabilidad, nuestro crecimiento ni mucho menos la vida de los peruanos.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Nicolás Zevallos Trigoso es Director del Instituto de Criminología