A pesar de haber transcurrido una centuria desde la Marcha sobre Roma de fines del mes de octubre de 1922, todavía nos preguntamos qué es el Fascismo y sobre su origen.
A pesar de haber transcurrido una centuria desde la Marcha sobre Roma de fines del mes de octubre de 1922, todavía nos preguntamos qué es el Fascismo y sobre su origen.

Entre las manifestaciones más interesantes del folklore de todos los pueblos son sus creencias en lo sobrenatural, es decir, en todo aquello que sobrepasa la esencia de lo natural y adquiere un carácter mitológico, lo que permanece en el tiempo. En esta materia, acaso el fenómeno que más trascendencia adquiere con el paso de los años es el de los fantasmas. Y es que en todos los campos de la actividad humana existen fantasmas, destacándose en lo político el fantasma del , que pese a la cruenta muerte de su líder, (1883 – 1945), en los caóticos días finales de la , guarda un velo de fascinación romántica, semejante acaso al que provocaron las historias de aparecidos y monstruos del romanticismo europeo de la primera mitad del siglo XIX.

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A pesar de haber transcurrido una centuria desde la Marcha sobre Roma de fines del mes de octubre de 1922 – la cual permitió al Partido Nacional Fascista y a su líder hacerse del poder mediante un tipo de golpe de Estado cuyo modelo parece mantenerse vigente en América Latina desde 2005 – todavía nos preguntamos qué es el Fascismo y sobre su origen, a tal punto que mientras los nostálgicos han salido a las calles en toda Italia para reivindicar la marcha como el principio revolucionario de unidad del país, los críticos privan a los hechos de hace un siglo de su carácter revolucionario y lo “normalizan” ex post facto como una opereta en concordancia con los hábitos y costumbres del mundo político de su época. Así, pues, cabe hoy preguntarnos: ¿Qué es/fue el fascismo? Tomando distancia de los extremos ya expuestos, creemos que una respuesta válida a esta pregunta la encontraremos siguiendo el método de las 5W – Qué, Quién, Cuándo, Dónde, Por qué, Cómo – que es la técnica más eficaz de procesar y transmitir conocimiento.

El movimiento fascista surgió de la ‘hubris’ de la Primera Guerra Mundial. Este término griego – que significa desmesura, desequilibrio – describe perfectamente el turbulento mundo de la posguerra, tierra fértil para las ideologías extremistas que se alimentaban de nociones vagas del socialismo, del nacionalismo, del descontento por el estancamiento del liberalismo y el temor al comunismo con el fin de ofrecer a los pueblos una tercera vía a las mezquindades del primero y el estéril dogmatismo del segundo. Al igual que hermano mayor, el comunismo, el fascismo también bebía de las ideas contradictorias del padre del sindicalismo revolucionario, el ensayista francés Georges Sorel (1847 – 1922), en particular de una de sus obras más reconocidas, “Reflexiones sobre la Violencia” (1908).

Ciertamente Italia era el campo adecuado para que germinara un movimiento como el fascista. Y es que, en palabras del ingeniero militar y periodista español Mariano Rubio y Bellve (1862 – 1938), “Italia, que sufrió enormemente durante la guerra, dista mucho de sentir, después de ella, la satisfacción del triunfo. A la hora de arreglar, con la paz, las cuentas viejas, hubo de soportar toda clase de vejámenes que le impidieron saborear los frutos del triunfo. La posesión de Fiume fue origen de graves contratiempos; el problema del predominio sobre el Adriático ha quedado en el aire; el auxilio económico necesario para salvar la crisis causada por la guerra, ha sido objeto de regateos de todo género. Todo ello engendró el público descontento, no remediado sino agravado por los diversos grupos y grupitos políticos… El ojo de Moscú vio que la tierra estaba abonada para sembrar en ella la semilla del comunismo y, en efecto, los emisarios de Lenin aparecieron en la península italiana y empezaron a maniobrar con resultado bien manifiesto. Nadie habrá olvidado todavía las tristes escenas de que fue teatro la Italia industrial: las fábricas asaltadas y arrojadas de ellas sus propietarios, la producción disminuida rápidamente, la ruina pública y privada avanzaba cada día, anunciando lo que hubiera llegado a ser Italia, émula de Rusia, si una acción salvadora no hubiera puesto a raya los atrevimientos del microbio comunista, que obraba ya con la violencia de una epidemia.

La situación descrita claramente por Rubio y Bellve fue la cuna del fascismo. Conocida como el ‘Bienio Rojo’(1919 – 1921), reinaba la anarquía de un extremo al otro de la península por la impotencia del Estado. Ya no bastaba para contener la violencia que se ordenase el reparto de alimentos o se amenazara con la imposición de la ley marcial, Italia estaba

en una crisis político – social semejante a la Alemania vencida. En este contexto, el 23 de marzo de 1919, nace en la sede de la Asociación de Comerciantes de la Plaza del Santo Sepulcro de Milán, el primer fascio de combate, con la consigna declarada de su líder, veterano de los Bersaglieri, ex – socialista y editor – fundador de ‘Il Popolo d’Italia’, Benito Mussolini, bajo la consigna de combatir lo odioso de la derecha y lo destructivo de la izquierda.

En su manifiesto fundacional, Mussolini no dejaba dudas del carácter antipartidista del fascio, es decir, de respuesta divergente a las estructuras tradicionales para alcanzar la representación política. Así, la violencia calzaba perfectamente para alcanzar la cuadratura del círculo ideológico planteado por el fascio. Por ello, no es de extrañar que los primeros fascistas fueran ex – combatientes de la guerra, a quienes su experiencia militar les había enseñado a eludir toda clase de contradicciones y a afirmar sus convicciones personales, incluso en las condiciones más adversas. Así, creyendo que la patria les debía los empleos que tuvieron que abandonar para servir en el campo de batalla, asaltaban las dependencias públicas con el fin de expulsar de ellas a las mujeres que allí trabajaban, porque su derecho al trabajo lo habían pagado con sangre. La guerra había socavado su fuero interno y cultivado en ellos el desprecio de la ley, acaso, como decía un comentarista de la época, “por haber perdido los hábitos de civilización”.

Muy pronto la “convicción” de los fascios se hizo extensiva a la ciudadanía como respuesta al desbarajuste de la vida italiana y europea en general. Había que escoger entre gemir ante la vacilación y el desaliento de la situación o, siguiendo el ejemplo de los fascios, actuar. Fue así como lenta pero carismáticamente los fascios ganaron popularidad rompiendo huelgas de los sindicatos socialistas y comunistas, asumiendo voluntaria y eficientemente los servicios públicos, las algaradas de sus enemigos, en resumen, – parafraseando las palabras del poeta y precursor del movimiento Gabriele D’Anunzio (1863 – 1938) – “venciendo la opresión, a los insultos y a las amenazas”. Entretanto, el Estado italiano, impotente, se hundía lentamente al paso de crisis ministeriales interminables e improductivas. Sin credibilidad, de poco o nada servían las acusaciones fiscales contra Mussolini por sedición. El derecho no tenía poder alguno frente a un controlador de hombres que sin cuestionamientos seguían sus directivas.

El mundo también fue tomando interés en el crecimiento exponencial del experimento fascista. La ambigüedad de su credo daba pie para verlo desde

muchos prismas, considerándosele como una respuesta de la sociedad italiana ante la debilidad de sus gobiernos. No obstante, un periódico neozelandés, el “New Zealand Times”, advertía que detrás de las virtudes públicas de los fascistas se ocultaban sus vicios, siendo su mayor pecado el colocarse en un pedestal por encima de la ley y reclamar el poder para sí sólo por haber vencido las furias del marxismo.

La marcha sobre Roma fue la forma cómo el Fascio conquistó el poder que tanto anhelaba. Anunciada por Mussolini en un discurso en Udine, en el norte de Italia, el 20 de setiembre de 1922, dijo: “Debemos someternos a una disciplina de hierro para luego imponerla a la nación. Sólo la disciplina le dará el derecho a Italia a que su voz sea escuchada entre las naciones. La disciplina se asume o se impone. Nuestro ejército, nuestra vida y nuestras acciones se fundan en la disciplina. La voz de Italia debe ser escuchada por todas las naciones”.

Un mes después, el 24 de octubre, Mussolini presidía un desfile paramilitar de 30,000 fascistas armados y equipados con artillería y escuadrillas de aviación, el cual era la actividad principal del Congreso del partido celebrado en la capital histórica de la Campania. Tres días después el gobierno del primer ministro Luigi Facta dimitía a consecuencia de las amenazas formuladas por los fascistas que exigían entrar a formar parte del mismo. En un amago de resistencia, Facta pidió al Rey Víctor Manuel III (1869 – 1947) oponer resistencia ante la inminente llegada de las tropas fascistas desde todos los puntos del país. El Rey Víctor Manuel III le denegó la petición y Facta dimitió. El día 29 los fascistas juraban lealtad al monarca en el Palacio del Quirinal. Al salir del palacio Mussolini, aclamado por la multitud, dijo: “Ciudadanos: Dentro de unas horas daremos al país no un ministerio, sino un gobierno verdadero. ¡Viva Italia! ¡Viva el rey! ¡Viva el fascismo!”

El acto inaugural de la era fascista fue celebrado por todos los sectores de la sociedad. De ello da testimonio la circular que dirigió el gran maestre de la francmasonería italiana a sus correligionarios:

“En el fascismo fermentan todos los sentimientos que se hallan en el fondo del alma popular y que son la esencia misma de la nación, por eso creo que el fascismo puede ser considerado como un episodio de la gran crisis renovadora actual.

“Es cierto que todas las democracias y todos los liberalismos parlamentarios deben atribuir la popularidad del fascismo a su ausencia de ideas y de espíritu de concordia de esas democracias que

han dado en el Parlamento un espectáculo de pobreza y de insuficiencia que ha desanimado y desconcertado al país.

“En el orden económico es preciso hacer notar que el fascismo ha conseguido agrupar a centenares de miles de obreros organizados, por esto, ante el poder creador de esta fuerza es imposible negar que le animan ideas de libertad, igualdad y fraternidad.

“La burguesía y la clase media e idealista adherida al partido fascista no caerá en el pecado de fundar una oligarquía con desprecio de la libertad. Estamos ante una fuerza nueva que va a participar en la vida de la nación”

Volvamos ahora a la pregunta que sustenta este artículo: ¿Qué es/fue el fascismo? Cualquier intento de respuesta debe hacerse en función de la historia de las dos décadas en el poder del fascismo. En su periodo fundacional (1919 – 1922), fue un movimiento político social- nacionalista y corporativista. Durante su afianzamiento (1922 – 1929) devino en autoritario y antidemocrático y, en su auge (1930 – 1943), un régimen totalitario configurado en torno a la figura del líder del partido único. Con la muerte de Mussolini en 1945, el fascismo se volvió fantasma cuya trivialización en la cultura política contemporánea ha conducido a analogías equívocas y peligrosas. Por ello, al ser invocado por parte de algunos sectores políticos, cabe recordar un verso del poeta romántico español José de Espronceda (1808 – 1842) que reza: “El vago fantasma que acaso aparece/ y acaso se acerca con rápido pie/ y acaso en las sombras tal vez desaparece/ cual ánima en pena del hombre que fue”.

Dejemos, pues, de preocuparnos y descansar en paz al fascismo que fue, y cuando veamos – sin caer en analogías vacías – síntomas similares a los de Italia de hace un siglo, no ordenar que se desvanezcan sino conjurarlos recordando que la ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie.

(*) Por: Héctor López Aréstegui, abogado.

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