Jimmy Gamonet, compositor del movimiento
Jimmy Gamonet, compositor del movimiento
Diana Mery Quiroz Galvan

Corría la década del 70 cuando Jimmy Gamonet, a los 13 años, tuvo la oportunidad de presenciar “Noche de Walpurgis” en el Teatro Segura. La puesta, un extracto del "Fausto" de Goethe sobre una desenfrenada fiesta entre dioses, ninfas y sátiros durante la noche de brujas, lo dejó, según recuerda, “anonadado”. Meses después acudió a una clase de ballet. Desde entonces, el movimiento corporal, los compases musicales y la energía en escena se convirtieron en fascinación. El episodio marcó sus primeros pasos como bailarín y, años más tarde, dio lugar a una fructífera carrera como coreógrafo y director. En abril del 2015, a cuatro décadas de aquel autodescubrimiento artístico, volvió a Lima para ponerse al frente del Ballet Nacional, su primera escuela. Ahora, Gamonet alista la primera temporada anual del elenco con tres coreografías contemporáneas, estilo que impulsa en sus bailarines.

Para el director del elenco nacional, la necesidad de expresarse físicamente se remonta al tiempo en que sus padres, Jorge Francisco y María Gamonet, formaban parte de una compañía de teatro sacro y comedia. En medio de los libretos y escenarios que conoció desde que tuvo memoria, el pequeño Jimmy ya daba indicios de su inclinación por la danza. “Recuerdo que escuchaba música en la sala de mi casa y me ponía a bailar, tenía cinco años, saltaba y hacía cosas en el aire, mi mamá se mataba de risa y decía: '¿qué le pasa a este loco?'”. 

Ese despertar inicial se tradujo en una serie de experiencias con las mejores escuelas del rubro. Estudió un corto período en el Ballet Nacional, luego pasó al Ballet Peruano a cargo de la norteamericana Kaye MacKinnon, y casi al mismo tiempo ingresó becado a la Asociación Choreartium de Lima, dirigida por Lucy Telge. “Nunca dejé pasar una oportunidad, me las arreglaba con el tiempo porque tenía todas las energías del mundo. Iba por las mañanas al colegio, luego salía volando a las clases con el Ballet Peruano y de ahí corría a tomar la línea 59 para llegar a las 6:30 a Jesús María, con Lucy”.

Hoy, su rutina sigue copada por el movimiento, pero su mirada profesional está enfocada en construir un estilo propio dentro del Ballet Nacional y sus cincuenta bailarines. “Mi propuesta fue reinventar la compañía y en eso estamos. Crear una uniformidad como elenco, no solamente como proyección artística sino tomando en cuenta el repertorio”, comenta. La búsqueda apunta a la escuela neoclásica. 

Ese cambio de estilo tiene su origen en el coreógrafo Edward Villella, discípulo del ruso George Balanchine, uno de los hombres que impuso el estilo neoclásico en el ballet. En 1983, mientras Gamonet formaba parte del Ballet de Oklahoma, Villella se incorpora a esta compañía y trae consigo un novedoso repertorio. La apabullante expresión corporal de sus piezas y el estilo revolucionario que significaba transformó el mundo artístico del bailarín peruano. Atrás quedaron los movimientos clásicos para dar paso a otros más atrevidos en piezas como el “Concerto Barocco” o “Serenata”, de Balanchine.

En 1985, junto a Villella, Jimmy Gamonet se convierte en uno de los fundadores del prestigioso Miami City Ballet, donde bailó, coreografió y enseñó durante 15 años. De las 40 coreografías que allí creó, “Transtango” tiene un significado especial: fue la primera fusión que se hizo entre este baile latino y el ballet. Años después, en el 2004, la ayuda de un grupo de filántropos hizo posible que Gamonet formara su propia compañía.

Fueron cinco años de trabajo intenso, suspendidos con la llegada de la depresión económica a Estados Unidos. Pero, como toda dificultad implica una oportunidad, en el 2010 llegó el momento de volver a sus raíces y estrechar lazos con el Perú, gracias a una invitación del Ballet Nacional. El éxito obtenido en sus primeras colaboraciones logró su integración definitiva a la compañía, asumiendo luego la dirección de la misma. Actualmente, la antigua directora Olga Shimasaki es su principal asesora artística. 
Como parte de la estrategia para fortalecer al reparto nacional, Gamonet ha integrado como bailarines estables a colaboradores foráneos de primer nivel. Sucedió con el cubano Alfredo Ibáñez y pronto llegará a Lima la estadounidense Elizabeth Cohen. 

Siguiendo la apertura a la innovación, ya vista el año pasado, la primera temporada del 2016 trae obras contemporáneas imperdibles: “El beso”, del español Gustavo Sansano; “As above-so below”, del estadounidense Mark Godden; y “Silent Prayer”, del cubano Pepe Hevia, un poema hecho movimiento que reflexiona sobre el paso del tiempo. 

Al ser interrogado sobre su futuro en el Ballet Nacional, Gamonet precisa estar comprometido para quedarse hasta lograr algo significativo, pero reconoce que “esta no es una avenida de una sola vía, va paralelo a lo económico”. Es cierto, traer puestas coreográficas de talla mundial demanda un esfuerzo monetario alto, pero gratificante y aleccionador. El objetivo a mediano plazo, dice, es “hacer algo propio, que nos identifique y nos haga sentir orgullosos”. Que así sea.

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