Sam Phillips, productor musical, firmando autógrafos en Memphis, Tennessee, 1992. Once años después, moriría de un fallo respiratorio.
Sam Phillips, productor musical, firmando autógrafos en Memphis, Tennessee, 1992. Once años después, moriría de un fallo respiratorio.
/ CHRIS WILKINS

Blues seminal, ragtime, jazz de Big Bands, fox trot, charleston o la voz de Enrico Caruso eran parte de la música más escuchada a inicios de los años 20 y en los años inmediatos. Con ese sonido dando vueltas en la atmósfera llegó al mundo, el 5 de enero de 1923, , el hombre destinado a poner las bases sobre las cuales caminaron muchos de los grandes pioneros del rock and roll. Como si lo supiera al nacer, se puso pronto manos a la obra. Durante la Segunda Guerra Mundial ya estaba fascinado por el mundo de la música y, en 1945, se desenvuelva como DJ en algunas radios. El mundo empezaba a girar convertido en vinilo.

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Entre su ciudad natal, Florence, Alabama, y aquella en la que haría su carrera como productor, Memphis, Tennessee, había poco más de 230 kilómetros que recorrería pronto para responder al llamado del blues, instalando un estudio que, en tiempos de aguda discriminación racial, no hacía distinciones entre músicos afroamericanos o blancos. Esta defensa de la igualdad racial le fue inculcada desde niño. Sus padres tenían una granja de algodón en Florence y el pequeño Sam recogía la cosecha junto a los trabajadores negros, amigos, compañeros y almas sensibles, creadores e intérpretes de melodías que lo impresionaron para siempre. “El blues hizo que la gente -blanca y negra- pensara en la vida, en lo difícil, pero también en lo buena que puede ser. Cantaban sobre ella, rezaban sobre ella, predicaban sobre ella. Así aliviaban la carga de lo que existía día tras día”, dijo Phillips años más tarde.

Cantos desde el Misisipi

Para fines de 1949, el futuro productor había observado una oportunidad de mercado en el vasto mundo de los cantantes amateur de la zona. Había recorrido también Beale Street, el epicentro de la movida: restaurantes, clubes o tiendas abrían sus puertas para que la fuerza musical que hacía latir la ciudad pueda encontrarse con su público. Esta fuerza, que venía desde décadas atrás, parecía cada vez más apabullante. Estaba en al aire, en las paredes, en el pavimento. Nombres como Frank Stokes, Furry Lewis, Louis Armstrong, la blues queen Memphis Minnie, Albert King, Muddy Waters, Rosco Gordon o Rufus Thomas dejaron allí su impronta para darle forma a lo que luego se llamó “Memphis Blues”, heredero del “Delta Blues” que también se fraguó en aquel rincón geográfico.

En un principio, pocos podían darse el lujo de dedicarse a la música de manera profesional o exclusiva: barrenderos, herreros, conserjes, choferes, agricultores o comediantes eran los “trabajos alimenticios” de algunos de los creadores que le dieron protagonismo no solo a la guitarra o la voz, sino a banjos, armónicas, mandolinas, violines, guimbardas y hasta tablas de lavar ropa o jarras vacías que, sopladas, reemplazaban a los bajos. Todo valía para hacer blues.

El talento, sin embargo, parecía emerger desde las aguas del río Misisipi, base y corazón de la ciudad, con la misma naturalidad con la que salía el sol. Así, el 3 de enero de 1950, Phillips fundó el Memphis Recording Service, abriéndole sus puertas a artistas entonces desconocidos más allá de Memphis, como B.B. King o Howlin´ Wolf, innovadores en su modo de tocar la guitarra, al arreglar temas tradicionales dotándolos de nueva personalidad y, sobre todo, en sus interpretaciones. Sin el desarrollo de aquel sonido y un estudio donde grabarlo, el rock difícilmente hubiera tenido el destino que conocemos. Otras compañías, como Chess Records -fundada en Chicago en 1950- o Modern Records –creada en Los Angeles, en 1945-, también tuvieron importantes aportes en ese sentido.

“Rockas” vivas

Sam Phillips, entonces, decidió dar el siguiente paso. El Memphis Recording Service se convirtió pronto en Sun Studio. Dentro de las paredes del 706 de Union Avenue de dicha ciudad se forjaron vientos y percusiones, voces, melodías, estrépitos. Cantos que surgían desde las raíces profundas de la historia americana escrita con sangre por nativos, siervos o esclavos y hasta entonces ignorada por pioneros, terratenientes o amos. Canciones del sufrimiento o de la soledad, sí, pero también del trabajo, de la alegría, del alcohol, de los amigos, de la esperanza… del amor. Muchos de los propios artistas nacieron en campos de algodón y recordaban las historias de la esclavitud contadas por sus abuelos en la infancia. Sam Phillips también las había escuchado. En este estudio integracionista, que no distinguía razas a la hora de grabar a los artistas, el blues y el country, con sus propias lágrimas y épica incluidas, cruzaron sus caminos.

Así, en marzo de 1951, casi como consecuencia natural del encuentro de aquellos sonidos y matices, se grabó la que muchos han llamado “primera canción de rock and roll”: “Rocket 88″, de Jackie Brenston and his Delta Cats. Detrás de aquel éxito estaba, en realidad, Ike Turner, el violento ex esposo de la excelsa Tina. El debate, sin embargo, sigue abierto, pues son muchas las canciones que podrían ser consideradas “la primera” del género. The Fat Man (Fats Domino), Tutti Frutti (Little Richard), Maybellene (Chuck Berry) o Rock Around the Clock (Bill Haley and his Comets), entre ellas.

“Rocket 88 era descarada y sexy; tomó elementos del blues, los martilló con ritmo, actitud y guitarra eléctrica, y reinventó la música negra en algo nuevo. Si el blues parecía dar voz a la vieja sabiduría, esta nueva música parecía llena de nociones juveniles. Si el blues se trataba de exprimir la alegría catártica de los malos tiempos, esta nueva música se trata de dejar que los buenos tiempos fluyan. Si el blues se trataba de problemas terrenales, el rock que creó el equipo de Turner parecía gritar que el cielo era ahora el límite”, escribió en la revista Time el periodista Christopher John Farley en un artículo del 2004.

El amplificador de bajo se cayó del auto. Y cuando entramos en el estudio, el woofer se había reventado; el cono se había reventado. Así que metí el periódico y una bolsa de papel. en él, y ahí es donde obtuvimos ese sonido (…) Cuanto menos convencional sonaba, más me interesaba”, le dijo Phillips a la revista Rolling Stone varios años más tarde.

Esta claridad para emprender nuevas aventuras sonoras la tuvo también cuando, en febrero de 1952, fundó Sun Records. “Grabamos cualquier cosa, en cualquier lugar, en cualquier momento” fue el primer lema de un hombre que pronto dejó de grabar bodas, bautizos o funerales para concentrarse en el blues, el country y, por supuesto, el rock.

El primer palacio de “El Rey”

El 18 de julio de 1953, un joven y tímido camionero, distinguido por una actitud peculiar, se acercó a grabar un 45″ que tendría en el lado A “My Happiness” y en el B “That’s When Your Heartaches Begin”. El joven respondía al nombre de Elvis Presley y la leyenda dice que hizo esa grabación como regalo para su madre. Ahí no quedaría el asunto. Ese mismo año, llegó un exitazo para Sun: “Bear Cat”, de Rufus Thomas.

Poco después, Phillips escucha la grabación de Elvis y el hombre que más tarde sería conocido como “El Rey” volvería a los estudios y se convertiría en artista de Sun Records. En un lapso de casi dos años, hasta 1955, se suceden al menos 24 grabaciones que incluyen temas como “I’ll Never Stand in Your Way”, “That’s All Right (Mama)” –también mencionada en la lista posible de “primera canción de rock and roll”-, “Blue Moon”, “Tomorrow Night”, “You´re a Heartbraker”, “Mistery Train” o “I got a Woman”.

Casi un año más tarde, una sesión producida por el azar se haría legendaria. Conocida como The Million Dollar Quartet, ocurrió en Sun Studio la tarde del 4 de diciembre de 1956. Aquel día, Elvis, que ya era artista de RCA Victor, volvió de visita, pasó a saludar. Allí se encontró con Johnny Cash –que, entre otras, grabó “Walk the Line” o “Folsom Prision Blues” allí mismo-, Carl Perkins –que hizo lo propio en enero de ese mismo año con su éxito “Blue Suede Shoes”- y un joven músico de sesión llamado Jerry Lee Lewis, que solo unos meses más tarde se haría famoso gracias a temas como “Whole Lotta Shakin’ Goin’ On” o Great Balls of Fire y se convertiría, al igual que los otros tres, en nombre indispensable para entender la música contemporánea. Viéndolos a todos allí, Jack Clement, productor e ingeniero de sonido de Sun, decidió que sería un desperdicio no registrar ese encuentro. Apretó Rec, mientras Phillips llamaba a los fotógrafos.

Así, una jam session casual se convirtió en una grabación legendaria que incluiría varios fragmentos de temas que eran referenciales para los cuatro artistas, además de sus conversaciones entre canción y canción. Aunque pasó mucho tiempo sin que vean la luz, hoy las grabaciones del llamado ‘Million Dollar Quartet’ pueden encontrarse en Spotify. El 2017, la serie “Sun Records”, dirigida por Roland Joffé, recreó este suceso en 8 episodios.

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