Pablo Milanés falleció este 21 de noviembre a los 79 años. (Foto: YAMIL LAGE / AFP)
Pablo Milanés falleció este 21 de noviembre a los 79 años. (Foto: YAMIL LAGE / AFP)

“Lo conocí en 1967 en un estudio de televisión de La Habana. (…) Ya había oído de sus cosas y él de las mías, siendo un encuentro fabuloso”, contó uno. “Yo había empezado a hacer canciones estando en el ejército, y cuando me desmovilizaron lo conocí. Me habían hablado mucho de él, de que cuando le conociera encontraría a mi otra mitad, y creo que fue verdad”, contó el otro. Se conocieron en 1967, cuando el primero tenía 24 años y el segundo apenas llegaba a los 21. Ambos recordaron que fue Omara Portuondo, luz de Cuba hecha bolero, la alquimista que reunió a ambos elementos porque entendió, desde que contempló sus talentos, que en aquellas voces y guitarras convivía una mezcla de arte, física o química, además de cierto misticismo, como mandan los manuales de la mencionada protociencia medieval que tiene una ley máxima: “El hombre no puede obtener nada sin primero dar algo a cambio. Para crear, algo de igual valor debe darse a cambio”. Así fue como se encontraron, por primera vez, y Silvio Rodríguez.

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El primero mostró su satisfacción por aquel cruce, “No solo por la confrontación que tuvimos y por la admiración que nos prodigamos aquella tarde, sino además por la similitud de personalidades, en los objetivos e ideas, y sobre todo por las coincidencias ideológicas y en cuanto a lo que se podía hacer con la canción en la cultura popular cubana”. Silvio, por su parte, lo recordó así: “Omara me dijo que esperara un momento, que iba a llegar Pablo. El hecho es que cuando llegó nos quedarnos solos en el estudio y nos pusimos a cantarnos canciones el uno al otro durante más de una hora. Se produjo una especie de enamoramiento mutuo. A mí me pareció que acababa de romper la soledad en que me encontraba en todo el tinglado de la música profesional. Descubrí una sensibilidad muy cercana a la mía en la manera de enfocar las cosas”.

Aquel año terminó siendo decisivo para su futuro musical. Hijos de un periodo revolucionario, la banda sonora de sus vidas era una mezcla de la música tradicional de la isla, representada por el viejo trovero Sindo Garay, El Trío Matamoros, María Teresa Vera o Marta Valdés, con la influencia americana y británica de Woody Guthrie, Pete Seeger, Joan Báez, Bob Dylan, Van Morrison, los Rolling Stones, The Who o los Animals. “Al principio no todo el mundo entendía lo que queríamos hacer. Eran canciones que para uno resultaban demasiado críticas, para otros demasiado revolucionarias y para otras excesivamente novedosas”, recordó Pablo alguna vez. Aunque sus posiciones divergentes hacia el régimen de los Castro terminaron distanciándolos, sus nombres son indesligables al mirar atrás y referirnos a lo que llamamos “Trova”, “Nueva Canción” o “Canción de protesta”. Eran años de ensueños, transformaciones e idealismos en los que sus canciones se hicieron estandartes. Hoy son caricias de un pasado que siempre puede ser un futuro mejor.

Tras una carrera de más de 55 años, más de 40 discos y una lista interminable de premios y reconocimientos –incluyendo un Grammy Latino a la excelencia musical- el autor de himnos como “La vida no vale nada”, “Cuánto gané, cuánto perdí”, “Yo pisaré las calles nuevamente”, “Yolanda”, “El breve espacio en que no estás” o “Yo no te pido” sucumbió ayer en Madrid a una enfermedad oncohematológica a los 79 años, sin cumplir el anhelo que le confesó a este periodista en la entrevista que le concedió hace casi 6 años, en su última visita al Perú: “Si me preguntaras cómo quiero morir, te diría que sobre un escenario. Aunque para muchos puede ser un lugar común, yo creo que es una cosa muy real y positiva para todos los artistas que se han mantenido vivos gracias al favor público”.

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