"La vida" es el nombre de la reciente columna de Marco Aurelio Denegri. (Foto: El Comercio)
"La vida" es el nombre de la reciente columna de Marco Aurelio Denegri. (Foto: El Comercio)
Marco Aurelio Denegri

La vida, entendida como río, como pura Naturaleza, no tiene, en sí misma, ningún sentido. Tampoco lo tiene, necesariamente, la vida como acueducto. El acueducto es la Cultura o Artificialeza, la cual, aunque carente en sí misma de propósito, o finalidad, o sentido, puede sin embargo tenerlo si se lo damos. Para ello se necesita de inteligencia y comprensión. Pero nosotros no somos ahora más inteligentes ni comprensivos, sino menos. No estamos evolucionando, sino involucionando. Sufrimos de peoría, mas no disfrutamos de mejoría.

El único sentido que puede tener nuestro vivir es el que ocasionalmente le demos; pero esta dación dependerá del contenido que tengamos, y cada vez tenemos menos contenido y menos inteligencia. Según el Premio Nobel de Medicina, Peter Medawar, la inteligencia comenzó a disminuir en el mundo en la década de 1940, y seguirá disminuyendo, aunque no indefinidamente. A mí me parece, sin embargo, que la inteligencia seguirá disminuyendo indefinidamente, puesto que nuestra especie involuciona crecientemente.

Si dijéramos que el sentido o propósito de la vida es la felicidad, entonces cualquier positivista lógico o cualquier filósofo científico impugnaría nuestro dicho manifestando que hay solamente dos clases de proposiciones verdaderas o genuinas: las analíticas («Todos los solteros no son casados») y las sintéticas («Los metales se dilatan por la acción del calor»); pero el enunciado «El sentido o propósito de la vida es la felicidad» no es lógicamente admisible, ni científicamente estimable, no es verdadero, porque hasta ahora nadie ha dado una definición absolutamente válida e indiscutible de felicidad, y además nadie ha podido averiguar ni verificar si realmente todos los seres humanos quieren ser felices o si alguna vez han sido felices, suponiendo que todo el mundo entienda lo mismo por felicidad, suposición que es a todas luces falsísima.

Creo que estas consideraciones y otras más indujeron al famoso etnólogo Claude Lévi-Strauss a declarar lo siguiente:«Estoy firmemente convencido de que la vida no tiene ningún sentido y que nada tiene sentido. [...] Sólo me siento atraído por una de las grandes religiones: el budismo. Primero, porque no conoce un dios personificado. Y después, porque sostiene la idea, o la admite, de que no hay ningún sentido y de que, ante la ausencia de sentido, la verdad última [final y definitiva] está en el no-sentido.»

(Entrevista de Constantin von Barloewen a Claude Lévi-Strauss, publicada en la revista Humboldt, 2000, 42: 129, 70-73; la cita, ad finem.)

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