"La sombra de Naipaul" y "El color prohibido" son las lecturas recomendadas esta semana. (Foto: Editorial B/Alianza editorial)
"La sombra de Naipaul" y "El color prohibido" son las lecturas recomendadas esta semana. (Foto: Editorial B/Alianza editorial)
José Carlos Yrigoyen

En su monumental ensayo “La invención de lo humano”, afirma con humor que exigirle a Hamlet ejecutar la venganza contra su padre “es casi como pedirle a Jesús que haga el papel de Napoleón”. Bloom aludía a la gran perspicacia, libertad intelectual y capacidades espirituales del príncipe de Dinamarca, tan ajenas a quienes caen sin dificultad en la tentación de la revancha, actitud -estaremos de acuerdo- más cercana al odio que a la justicia. Dicho esto, sobran ejemplos de expresiones literarias consumadas en la exploración de la venganza y de los procesos que la crean y propagan (Bloom señalaba -también risueñamente- que Hamlet se demoraba en matar a Claudio para que la obra tuviera cinco actos). Algunas de ellas, zonas turbias del máximo rencor que podemos alcanzar, resplandecen a su particular forma.

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Difícil, por ejemplo, acceder a los niveles de inquina y de sangre en el ojo que exhibe Paul Theroux en “La sombra de Naipaul”, unas memorias de su amistad y posterior distanciamiento . Theroux, narrador de segundo orden, siguió durante décadas con ciega admiración a su camarada hasta el día en que encontró las novelas que le había autografiado en una tienda de libros viejos. Cuando pidió explicaciones, la respuesta fue un definitorio portazo en la cara. Theroux reaccionó con esta vitriólica crónica que corrobora aquello de que buena parte de los escritores brillantes suelen ser horribles personas.

Porque Naipaul, sin duda, lo era. Es verdad que sus humildes orígenes y las humillaciones que sufrió durante su juventud en Inglaterra lo endurecieron e hicieron distante de los demás, pero su brutal arbitrariedad y violencia eran realmente injustificables. No tenía empacho en difundir su islamofobia y desprecio por el nacionalismo africano y en minusvalorar con entusiasmo la literatura que se producía en aquellos países. Misógino y machista hasta la caricatura, destruyó la vida de su esposa Pat, con quien estuvo casado cuarenta años, admitiendo incluso que la inacabable tortura mental que le endilgaba fue una de las seguras causas de su muerte en 1996. Theroux no se ahorra historias, anécdotas, chismes y bajezas que uno reprueba indignado mientras desea seguir leyendo.

Aunque parezca difícil, esta historia tiene final feliz. Pocos años antes de morir, Theroux y Naipaul se encontraron en un festival; aquel consideró al autor de “Una casa para Mr. Biswas” como un narrador a la altura de Dickens, entre palabras llenas de afecto. Naipaul, en silla de ruedas y enfermo, se conmovió hasta las lágrimas. Después del evento, tras bambalinas, llegó la hora de la conciliación.

nos presenta en “El color prohibido” la necesidad de revancha que carcome a Shunsuke, quien se alejó de a vida para refugiarse en la literatura, donde consiguió el éxito que su fealdad no le permitió tener con las mujeres. “No solo la belleza impone el silencio, sino también la indiferencia”, proclama con conocimiento de causa. Sin inspiración, viejo y viviendo de las rentas de sus primeros libros, utiliza al bello joven homosexual Yuichi para construir un infierno alrededor de Yasuko, guapa joven que en su momento rechazó los requerimientos de Shunsuke. También lo hace para un propósito no menos egoísta: poner a prueba en la realidad son amargas teorías artísticas.

Como en su inolvidable “Confesiones de una máscara”, Mishima urde esta combinación de destinos desde una mirada, más que frígida, temerosa de las trampas del deseo y de sus ambiguas vecindades con el dolor. Le hace decir a Shunsuke que “el placer es solo un evento trágico y no debe ser más que eso”. El sadismo, la fascinación por lo humillante y la intromisión en relaciones desiguales también son aquí las piedras de toque. Y si bien “El color prohibido” carece de la originalidad de “Confesiones”, sí brinda algunos episodios en que los desarreglos de Mishima con los convencionalismos del mundo provocan una tensión incómoda e irresistible.

El conseguido personaje de Yuichi llama la atención por sus similitudes con otro símbolo de la sujeción, de la voluntad vendida por un oscuro vicio: el Basini de “Las tribulaciones del estudiante Torless” de Robert Musil. Ambos, pálidos, de delicados gestos y moralmente inválidos, acaban por convertirse en las marionetas de un mal absoluto al que no escatiman su obsecuencia ni desean enfrentar.

LAS RECOMENDACIONES

Paul Theroux. “La sombra de Naipaul”. Ediciones B, 2002.

Yukio Mishima. “El color prohibido”. Anagrama, 2011.

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