Marco Aurelio Denegri
Marco Aurelio Denegri

Las grandes historias de amor se refieren al amor no-conyugal; ninguna historia, entre las famosas, canta el amor que se profesa una pareja de casados, aun cuando la pareja llegue a casarse, como ocurrió con Romeo y Julieta, que se casaron en secreto. Pero el amor descrito y encomiado no es el conyugal, sino el anterior al casamiento, cuando la pareja, en soltería, se amó.

La otra comprobación, aparte de ésta, de carácter literario, es que los antiguos, y no sólo los de la antigüedad clásica, sino los anteriores, desconocieron la tríada amor, sexo y matrimonio; quiero decir, la adunación respectiva, esto es, la vinculación o juntamiento de las tres cosas dichas.

Lo sexual –con amor o sin amor– fue relegado, pues, al matrimonio, que por lo demás sólo se admitía con fin procreativo y como medio anti-abrasivo. Lo dice expresamente el canon 1013 del Código de Derecho Canónico: “El fin primario del matrimonio es la procreación y educación de la prole, y su fin secundario es el remedio de la concupiscencia.”

Estábamos en el terreno circunscrito de lo procreativo. Después se reconoció que hasta en el mismo matrimonio era aceptable la actividad sexual no-procreativa. Se reconocía la sexualidad improcreativa pero en función del matrimonio. Fuera del matrimonio, no.

Ahora bien: yo no voy a discutir los bienes o los males de la sexualidad con amor o sin amor; pero lo que sí debo manifestar enfáticamente es que me parece irreal y dogmático erigirnos en pontífices y establecer como norma absoluta la sexualidad con amor, y tachar de inmaduras e irresponsables a las personas que desenvuelven su actividad sexual sin estar atadas por un vínculo amoroso o un sentimiento o afecto más o menos permanente.

Hay muchas personas que establecen un nexo de ese tipo y tienen una vida sexual muy gratificante y una convivencia satisfactoria. Pero hay así mismo muchas otras personas que sin estar casadas ni enamoradas hallan en el sexo una verdadera fuente de satisfacciones.

Yo no estoy en contra de las ilusiones, siempre y cuando sean fundadas. Ocurre, sin embargo, que la vinculación de amor, sexo y matrimonio no está bien fundada. En primer lugar, porque depende de una elección particularmente difícil. En segundo lugar, porque depende de capacidades e intensidades desigualmente distribuidas. (Aludo a la capacidad de amar y a la intensidad del impulso sexual, y a la mayor o menor disposición para la convivencia.) En tercer lugar, porque al privilegiar la monogamia, presupone, sin ningún fundamento, que una sola persona puede satisfacer todos nuestros deseos y expectativas.

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