Tennessee Williams en 1976. Fue uno de los mayores dramaturgos de la historia.
Tennessee Williams en 1976. Fue uno de los mayores dramaturgos de la historia.
/ AFP

“Uno de los más grandes dramaturgos norteamericanos, Tennessee Williams, nació aquí el 26 de marzo de 1911. Recibió el premio Pulitzer por Un tranvía llamado deseo y La gata sobre el tejado caliente de zinc. Ambas historias tienen lugar en el sur”, dice una placa firmemente instalada a un lado de la fachada de su primera casa, cerca de donde tres mecedoras se dejan mover, solitarias, por el viento. Si una tarde cualquiera anda de paseo por las calles de Columbus, Mississipi, podría toparse con un museo que hasta hace muchos años fue una casa. Una que, tras un aspecto encantador, ocultaba las amarguras de una familia atormentada. Si los fantasmas mentales que poblaron la literatura de Williams cobraran vida, definitivamente caminarían por los pasillos de aquel lugar, reviviendo los gritos, las discusiones, los desacuerdos. Tronarían puertas y ventanas, se quebrarían vidrios, se apagarían las luces de pronto, alguien dormiría solo esa noche. La represión y la infidelidad serían temas recurrentes. Se escucharían quizás las recriminaciones, las insensateces, la lucha de un matrimonio dejando de ser, mientras sus pequeños hijos se convierten en aliados inseparables: ríen juntos, se consuelan de los castigos, se enferman también como reacción a la enfermedad del otro. Él es Thomas, ella Rose. Y, de alguna manera, sus pequeños pasitos y su complicidad caminan aún por aquella casa de Columbus en cuya fachada una gran placa cita con frialdad algunos pocos datos llamativos de la vida de su antiguo ocupante. La casa está bastante bien cuidada –fue remodelada el 2010- y funge como “Centro de bienvenida” de la ciudad. En algún lugar de la memoria, sin embargo, sigue siendo la década del 10 del siglo XX y Thomas aún no es Tennessee y Rose aún no deja que los vientos sureños le arrebaten la mente.

“No te rías jamás de la locura. Es peor que la muerte. No te rías jamás de la locura. Es peor que la muerte. No te rías jamás de la locura. Es peor que la muerte. No te rías jamás de la locura. Es peor que la muerte.”, repetía el pequeño Thomas en los pasillos de aquella casa, mientras se ocultaba de sus padres o se alejaba del bullicio que generaban sus peleas. Rose le dijo aquella frase, la anotó en su diario y él no la olvidaría jamás. De hecho, podría decirse que es el leit motiv de varias de sus obras. Él convertiría sus peores pesadillas en teatro, literatura o cine; ella se convertiría en pesadilla. La alegría y el carácter inusual de su infancia y adolescencia se convirtió en desvaríos en la adultez. Rose empezaba a hablar sola, a decir incoherencias, a comportarse erráticamente a pesar de su simpatía.

“Mi hermana era encantadora. Era muy hermosa y tenía una imaginación portentosa. Estábamos tan unidos que no necesitábamos a nadie más”, diría el dramaturgo sobre ella en 1945. “Mi hermana Rose cambió al crecer, su buen humor se convirtió poco a poco en una especie de histeria” diría también. La enfermedad mental que había disminuido a sus abuelos, parecía revivirse con genética puntualidad en Rose. “Debemos morir todos juntos”, le dijo una madrugada, tras aparecer fantasmalmente en su cuarto mientras él dormía. Sus delirios paranoicos se hicieron cada vez más frecuentes. Se mudaron a St. Louis, Misuri, pero fue lo mismo. Poco tiempo después, fue diagnosticada: demencia precoz esquizofrénica con predominancia paranoide. Thomas, a quien sus amigos rebautizaron Tennessee a causa de su marcado acento sureño, salió de aquel museo de locura y angustia que llamaron hogar como un intento desesperado de escapar de lo que, pensaba, también podría afectarlo a él. Sin embargo, se llevó a ambas en el mismo bolsillo en el que guardaba su pluma: Rose y su locura se convertirían pronto en Blanche Du Bois y Blanche en el tranvía/deseo que le pondría tinta a esa pluma.

Los pequeños diablos azules

El hombre que pareció decidirse a ser escritor después de que su madre le regalara una máquina de escribir a los 13 años, tuvo que luchar mucho para convertirse realmente en uno. Escribió mucho, se inscribió en la universidad, interesado por el periodismo y las letras, pero su padre lo obligó a trabajar en la misma fábrica de zapatos donde él laboraba. Frustrado, sufre un colapso nervioso y deja para siempre aquel rubro. Estuvo en Nueva Orleans, pasó por Washington y Iowa, se licenció en Filosofía y se trasladó pronto a Nueva York gracias al premio obtenido por uno de sus escritos. Aquel premio también hizo que influyentes nombres del teatro y del cine empezaran a mirarlo con buenos ojos. Para 1944 ya estaba trabajando para la Metro Goldwyn Mayer por 250 dólares a la semana. Su primera gran obra fue El zoo de cristal, descarnado retrato de una familia sureña. Su éxito le facilitaría el camino a su siguiente obra, la historia de una dama sureña caída en desgracia y pobreza que se ve obligada a quedarse en casa de su hermana Stella, casada con el machista y bebedor Stanley Kowalski. En el camino, la mujer va dejando evidencias de sus desvaríos mentales. Su nombre, Blanche Du Bois, aunque su alma era realmente la de Rose. Por supuesto, no se trataba solo del retrato de una familia decadente, sino de la exposición de una clase alta delirante y el ascenso silencioso de un proletariado que busca cada vez más protagonismo. Era la propia sociedad estadounidense de posguerra vista desde la soledad, la pobreza, la migración, la masculinidad mal entendida, la desnudez trágica del alma femenina y, sobre todo, la locura. Así, Un tranvía llamado deseo se estrenaría en el Teatro Ethel Barrymore de Broadway el 3 de diciembre de 1947, permanecería por más de 850 funciones y nadie que la fuera a ver seguía siendo el mismo tras salir del teatro.

La producción de Broadway fue dirigida por Elia Kazan. Se querían como protagonistas, inicialmente, a Margaret Sullavan y John Garfield, pero Stanley y Blanche fueron finalmente interpretados por los entonces casi desconocidos Marlon Brando y Jessica Tandy, a pesar de que el autor había pensado en Tallulah Bankhead para ponerse en la piel de su poderoso personaje. A ellos se sumaría Kim Hunter como Stella y Karl Malden como Mitch, amigo de Stanley e interesado sentimentalmente en Blanche. Tiempo después, en 1949, Vivien Leigh, recordada por Lo que el viento se llevó, protagonizó la obra en su versión londinense, dirigida por su esposo, Laurence Olivier.

En los siguientes años –y tras ganar el Pulitzer con esta obra-, Tennesse Williams seguiría escribiendo como si no hubiera mañana, pero también empezó a mostrar debilidad por el alcohol, que invocaba a lo que él llamaba “los pequeños diablos azules”. Aún no lo sabía, pero en el disfrute ilimitado de su éxito estaría también la clave de su triste final. Casi, como si él mismo fuera un personaje suyo. “¿Por qué escribí? –respondió alguna vez- Porque encontré la vida insatisfactoria”.

¡Stella! ¡Hey, Stella!

En setiembre de 1951, también bajo la dirección de Elia Kazan –a pedido del propio Williams- se estrenaría la versión cinematográfica de Un tranvía llamado deseo. El éxito teatral la había llevado a la pantalla grande. Todos los actores principales repetirían sus personajes, menos Blanche Du Bois. En lugar de Jessica Tandy se mencionó de pasada a Bette Davis y se consideró seriamente a Olivia de Havilland buscando un nombre conocido, más atractivo para la taquilla, pero finalmente rechazó hacerla. Fue su contraparte en Lo que el viento se llevó, Vivian Leigh, quien terminaría haciéndose del personaje, probablemente para la eternidad, gracias a la experiencia adquirida en la producción británica.

La propia Leigh, aunque entonces quizás no lo sabía, ya sufría las consecuencias de una bipolaridad que empezaba a hacer cotidianos el histrionismo, la exageración, el histerismo o el desequilibrio en situaciones que no lo ameritaban. Sin embargo, a pesar de algunos malos momentos con sus compañeros de reparto, fue una de las actrices más comprometidas con la película. Ya no era la juvenil Scarlett O´Hara que suspiraba por Ashley Wilkes mientras se dejaba cortejar por Rhett Butler. Era una actriz de 36 años con todas las herramientas para hacer otro personaje dramático inolvidable. Se sometió a largas sesiones de maquillaje para envejecerse e hizo traer desde Londres sus propias pelucas, para darle una caracterización adecuada a la decadente y extraviada Blanche. Los 100 mil dólares que recibió por su trabajo, además, la convirtieron en la actriz mejor pagada de aquel momento.

A pesar de la presión de la censura, que buscó realizar hasta 68 cortes para evitar cualquier mención a la homosexualidad o la violación, a Tennessee Williams le satisfizo el filme. Al American Film Institute, también: la consideran entre las 50 películas más grandes de todos los tiempos. Dos de sus líneas, además, aparecen entre las más recordadas de la historia del cine: El grito de “¡Stella!, ¡Hey, Stella!” de un Marlon Brando empapado y con la camiseta rota, y la que se convierte en sello eterno de Blanche/Vivian: “Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños”. Se dice que fue en el La Concha Hotel del Key West en Florida, al sur del sur del sur, donde Tennessee Williams se refugió para escribir esa parte en particular. Allí, inspirado en la trágica figura del poeta Hart Crane, ahogado en el Golfo de México por la imposibilidad de vivir en plenitud su homosexualidad, Tennessee, gay también, esbozaría los últimos rasgos de uno de los más importantes personajes femeninos del teatro contemporáneo.

Finalmente, Kim Hunter, Karl Malden y Vivian Leigh ganarían el Oscar por sus actuaciones, aunque para la última, según crueles rumores, el personaje no descansó después de que Elia Kazan gritó “¡Corten!” por última vez. Con su mente cada vez más perdida a lo largo de los años 50, se dice que muchas veces no fue capaz de distinguir entre la realidad de Blanche Du Bois y la suya propia.

Williams, por su parte, siguió escribiendo. Sumó a su carrera otros títulos inolvidables, también llevados al cine: La rosa tatuada (1951), La gata sobre el tejado caliente de zinc (1955), Baby Doll (1956), De repente, el último verano (1958), Dulce pájaro de juventud (1959) o La noche de la iguana lo convirtieron, curiosamente, en uno de los creadores teatrales más importantes de Broadway… y de Hollywood. Fue dos veces candidato al Oscar, dos veces ganador del Pulitzer, dos veces ganó el premio de la Crítica Teatral de Nueva York y obtuvo un Tony. Muchos años después, Pedro Almodóvar tomaría como referencia Un tranvía llamado deseo para Todo sobre mi madre. Pero esa es otra historia.

La casa de tantos

Finalmente, el viernes 25 de febrero de 1983, tras unos últimos años erráticos a causa de su alcoholismo y su combinación con pastillas por la severa depresión que sufría, Tennessee Williams, de 71 años, fue hallado muerto en su habitación del hotel Elysée de Nueva York. Apenas un año antes había estrenado su última obra, A House Not Meant To Stand, que apenas fue representada 40 veces en un teatro de Chicago y tuvo malas críticas.

Al principio se pensó que era una sobredosis. Sin embargo, los forenses encontraron en su garganta la tapa de un frasco de gotas para los ojos que utilizaba seguido: al tratar de quitar la tapa con los dientes, como hasta hoy hacemos muchos, se la tragó y se atoró en su garganta, asfixiándolo. Muy probablemente, su torpeza en un acto sencillo se debió a que había bebido. Su hermana Rose moriría más de 10 años después, pero hacía mucho tiempo que no sabía ya quién había sido.

Si alguna vez visita Columbus, Mississipi, no dude en pasar por la casa de Thomas/Tennessee. Atienen de martes a viernes de 8.30 a.m. a 5 pm y los sábados de 8.30 a 2 p.m. Quizás tenga un poco de suerte y lo escuche a él y a su hermana Rose/Blanche corriendo por la eternidad, con complicidad eterna, en la que fue su primera casa.

Después de todo, ambos siempre han dependido de la amabilidad de los extraños.

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