(Ilustración: Rolando Pinillos Romero).
(Ilustración: Rolando Pinillos Romero).

Por: Pablo Quintanilla
Hoy 15 de setiembre se celebra el Día Mundial de la Democracia, una forma de vida que nunca se ha realizado plenamente en ninguna sociedad aunque en algunas se ha desarrollado más que en otras, pues se trata de un ideal regulativo que es imposible de alcanzar totalmente pero que siempre puede ser perfeccionado. La historia muestra, sin embargo, que aquellas sociedades que han ampliado y profundizado más su vida democrática se han desarrollado también en otros aspectos.

El primer experimento democrático se dio en Atenas, manteniéndose con pocas interrupciones desde las reformas de Clístenes en el 508 a. C. hasta la expansión del Imperio macedónico de Alejandro Magno en el 322 a. C. Pero fue una democracia muy limitada, pues los únicos con derechos ciudadanos eran los varones libres nacidos en esa polis.

Obra de Raffael
Obra de Raffael

—Bajo la sombra del imperio—
Un segundo momento de acercamiento al ideal democrático se dio hacia 1215 cuando la aristocracia inglesa exigió al rey Juan I —apodado Juan sin Tierra— ceder gran parte de su poder, mediante una carta magna, a un parlamento conformado por nobles. Este fue un proceso repetido, posteriormente, por otras monarquías europeas, pero a partir de la influencia que el Imperio británico tuvo en todo el mundo, desde aproximadamente el siglo XVIII. Es una interesante paradoja que el Imperio británico convenciera a sus colonias y a otros países influidos por él, que la democracia es un valor digno de ser ensayado. Se suele considerar a la institucionalidad democrática estadounidense una de las más avanzadas, pero hay que recordar que, hasta la Ley de Derechos Civiles de 1964 que prohibió toda segregación racial, la democracia no alcanzaba a los afrodescendientes.

Incluso hoy, en pleno siglo XXI, quienes tienen opciones sexuales diferentes a las de la mayoría heterosexual no tienen los mismos derechos. En la práctica, y más allá de lo que digan las diversas legislaciones, la mayoría de las mujeres tampoco los tienen.

Martin Luther King fue uno de los principales rostros en la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.
Martin Luther King fue uno de los principales rostros en la lucha por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos.

—Ideales y peligros—
Nunca ha existido, pues, una sociedad plenamente democrática, pero es un ideal al que podemos acercarnos o alejarnos, y para evaluarlo tenemos que preguntarnos cuáles son sus rasgos principales y cuáles los obstáculos que reducen su viabilidad.

Pienso que podrían señalarse cinco condiciones principales: (i) la participación real de todos los ciudadanos en las decisiones colectivas, ya sea a través del voto, de la representación o de otros mecanismos. (ii) La existencia de instituciones autónomas que se equilibren y supervisen entre sí. (iii) La plena libertad para pensar, expresarse e incluso cuestionar las bases mismas del sistema que hace esto posible. (iv) La existencia de instituciones que garanticen que las decisiones colectivas se tomen sobre la base del intercambio razonado de ideas y no por imposición ni por voluntad de la mayoría en detrimento de los derechos de las minorías. (v) El principio de que todos los miembros de la sociedad, sin distinción alguna, tienen exactamente los mismos derechos y los mismos deberes.

El sufragio se ha convertido en símbolo de la democracia en el mundo contemporáneo.
El sufragio se ha convertido en símbolo de la democracia en el mundo contemporáneo.

Sospecho que, en tanto estos principios se puedan en mayor medida cumplir, una sociedad será más democrática.

—El populismo—
Pero así como las personas y las instituciones, las sociedades padecen enfermedades. La patología más común en las democracias, que en algunas de ellas resulta endémica, es el populismo. En algunos casos esta dolencia termina con la vida del enfermo, dando lugar a una patología aun mayor que es la dictadura.

Para obtener el favor popular quienes aspiran a representar a la mayoría suelen defender posiciones inviables, absurdas, ilegales o hasta inmorales, aprovechando que el pueblo suele reaccionar emocionalmente ante los problemas y que no siempre está adecuadamente informado. Ejemplos de ello es el proponer el retorno de la pena de muerte o la expulsión de los extranjeros, así como ofrecer dádivas, prebendas y favores.

El populismo suele ir asociado a la corrupción, que es la motivación principal de muchos de los que quieren llegar al poder. En efecto, las investigaciones científicas sugieren que la mayoría de las personas (ciertamente no todas) que ingresan a la política tiene rasgos psicopáticos y narcisistas muy por encima del promedio.

Eso se ve con claridad en aquellos con ilusiones mesiánicas que se consideran los únicos capaces de salvarnos del colapso y se creen dotados con una magia especial para gobernar que nadie más tiene. Casi nunca estos adalides ejercen el poder mejor que los grupos de trabajo bien organizados y con frecuencia su narcisismo los convence de que son irreemplazables, de manera que terminan sus días desterrados, en una cárcel o con una bala en la sien, pensando que nadie comprendió que su amor por el pueblo los obligó a acumular poder para ejercer el bien y que la riqueza amasada era una mínima y justa retribución por sus insustituibles virtudes de líder. No todos llegan a ese nivel de autoengaño, pero sin duda muchos mueren auténticamente decepcionados por la poca gratitud de aquel pueblo al que dedicaron su vida.

Por eso la democracia se robustece y gana en eficiencia si los caudillos pierden protagonismo y son sustituidos por grupos de pares competentes y reemplazables. Pero para elegir a esos equipos de trabajo se necesitan ciudadanos preparados, pues aquellos serán un reflejo de estos. De ahí que se pueda establecer un principio general: la amplitud y la profundidad de la democracia en un país es directamente proporcional a la educación y formación moral de sus ciudadanos. Cuando estas están ausentes, la democracia corre el riesgo de ser inviable. Sin embargo, aun así, la historia muestra que la peor de las democracias es preferible a la mejor de las dictaduras.

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