Preocuparse por el prójimo
Preocuparse por el prójimo

La historia de la moral de los pueblos está llena de creencias, normas y valores. Pero cualquier enseñanza siempre ha partido de un hecho básico: el encuentro con el otro. Famosa es la parábola del buen samaritano, con la cual Jesús responde al maestro de la ley sobre quién es mi prójimo. Luego de siglos, tenemos una cultura que crea personas-átomos, que luchan por hacer un lugar a su libertad individual. Y la pregunta ética continúa: “¿Por qué debo preocuparme por el prójimo?”

En tiempo de pandemia, esta pregunta se vuelve vital. Falta de balones de oxígeno, sobreprecios de medicamentos, pacientes a la intemperie, enfermos esperando ser atendidos en las entradas de los hospitales, familiares esperando noticias de sus pacientes, gente que sale en horas prohibidas o sin protección, reuniones sociales durante la cuarentena, irresponsabilidad de algunos profesionales, aprovechamiento de algunos empresarios, etc. Y ahora que el Estado ineficiente ha mostrado su imposibilidad de atender las necesidades vitales, la responsabilidad vuelve a cada uno de nosotros, los ciudadanos. Si queremos salir de nuestras perspectivas egocéntricas, tenemos que abrir nuestra mente y corazón y mirar al otro. Y solo eso es una de las más importantes tareas éticas de los ciudadanos en este tiempo.

“¿Quién es mi prójimo?” debiera ser una pregunta que surge no para ocultar nuestros intereses egocéntricos, sino una genuina pregunta que nos disponga a mirar al otro, en su carencia y demanda. Y ahí está la posibilidad de transformación del sujeto, pues la solicitud del otro cuestiona la estrechez de su mundo y le obliga a dar una respuesta.

Una actitud moral natural

En la antigüedad era más sencillo postular una solidaridad natural, pues las formas de vida y las morales que generaba estaban centradas en torno a la comunidad, así su protección era indispensable para la sobrevivencia de los individuos y sus familias.

En ese escenario, era comprensible que Aristóteles dijera que cuando tengamos que elegir entre el bien del individuo y el de la comunidad, debemos optar por el segundo. En la misma época, el filósofo chino Mencio agregaba un matiz importante. Decía que cuando un niño cae en un pozo, es natural que cualquier persona trate de salvarlo. Hay una disposición natural a la moral, es decir, a la empatía, asunto que tanto interés ha despertado a los psicólogos y neurocientíficos en estas últimas décadas. No son dos actitudes diferentes, sino facetas de la misma preocupación moral.

Esta época de crisis, donde la sobrevivencia de millones de personas está en juego, transitamos entre el egoísmo habitual afirmado por la cultura individualista y consumista, y la empatía por el otro, acciones solidarias y desinteresadas. Y el hecho de que sea una disposición natural no significa en absoluto que no debamos esforzarnos por ayudar a otros.

Hemos creído erróneamente que lo natural debe ser espontáneo, cuando en realidad requiere cultivo. Por eso, en estos difíciles momentos, para ponerlo con la metáfora aristotélica, es donde se prueba a los marineros. Así, cuando las cosas son normales y marchan bien, nada extraño es actuar bien, salvo si se trata de unos espíritus malformados que ven maldad y hacen maldad hasta sin darse cuenta. Estos momentos pueden ser una circunstancia propicia para una genuina educación moral del ciudadano, quien haciendo ejercicio de su prudencia, sepa discernir para obrar correctamente, por el bien de los demás y de uno mismo. De ese modo, al mirar al otro, sepa ayudarlo, pero también exigir al Estado lo que le corresponde, por justicia.

La primacía del otro

Por lo general, los estudios éticos se han preocupado por la moral de agente, aquel que actúa y recibe las consecuencias de sus acciones. Desde esa perspectiva, se trata de pensar qué hace, qué siente, qué dice su conciencia, cómo se forma moralmente, todo centrado en el individuo-actor.

El filósofo Levinas descentrará la reflexión ética, pues será el Otro el protagonista de la moral de una persona. No soy yo y mi buena voluntad los que ponen en movimiento las acciones morales, sino es el otro que con su presencia me cuestiona, me llama a actuar y hacer ejercicio de mi libertad y responsabilidad. No soy yo con mi conciencia bien formada quien decide ser solidario, fraterno o justo, sino es la existencia del otro que necesita, que reclama, sufre, pide, nos mira y nos convoca a la acción. Por eso, nuestra responsabilidad empieza en el otro, ante quien debemos responder.

En estos tiempos de pandemia, donde la vida está en juego y los más desfavorecidos luchan por sobrevivir, la práctica de una moral centrada en el otro puede generar mejores ciudadanos. Y si lo consideramos, todo nuestro mundo moral tendría que ser replanteado. Pensar, decir y actuar desde el otro, he ahí la perspectiva ética.

*Miguel Ángel Polo Santillán es filósofo y docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

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