Torres Vilar:“Somos herederos de una historia no siempre feliz”
Torres Vilar:“Somos herederos de una historia no siempre feliz”
Dante Trujillo

Torres Vilar llega unos minutos tarde a la entrevista, y se excusa con mucha educación y cordialidad. La tarde se le hubo complicado, le duele un poco la cabeza y lo acompaña cierto aturdimiento provocado por una reciente operación en el ojo derecho. Pero es un profesional. En instantes está caracterizado como el tremendo Claudio Echecopar, y así conversamos. En el escenario, sus compañeros lo esperan para ultimar los ensayos de "Collacocha".

Has actuado en cerca de 60 obras de teatro. ¿Todavía mantienes la emoción, la capacidad de asombro, los nervios antes de cada estreno?
Es que más vale que haya todo eso, porque si no, se convertiría en una chamba. Y no puede ser únicamente una chamba. ¡Claro que hay muchos sentimientos activados! Y si se me acerca Rómulo Assereto y me dice “Oye, vamos a hacer "Collacocha" el año próximo, y quiero que tú seas Echecopar”, hay maravilla y sorpresa. Me emocioné. Estoy emocionado. No pasa todas las veces, pero sí buscas esa sensación, algo más… El teatro es una labor dura y no siempre bien pagada, en todos los sentidos.

¿Y qué haces para provocar esa emoción? ¿O es que te dejas llevar por lo que suceda?
Si me dejo llevar solo por lo que suceda, puede ocurrir que no me de placer actuar. Ahora, yo provengo de una familia de actores, siempre he sentido que pertenezco al teatro, que este sería mi destino, mi ocupación. Hay muchos actores jóvenes que empiezan a hacer teatro, se meten a escuelas, a talleres… de esos ¿cuántos llegan a mi edad, 46 años, actuando? ¿El 5%? Y es que en el camino lo van dejando, se van dando cuenta de que la pasión se les va pasando, y comienzan a buscar otra cosa, algo que les dé más dinero, que les permita vivir mejor. En mi caso esa posibilidad jamás se dio.

¿Nunca se te pasó por la cabeza hacer otra cosa?
Sí: guía de turismo.

¿De verdad? Bueno, tiene algo de histrión…
Sí. He visto a muchos guías que son la cosa más aburrida del mundo, y que simplemente recitan información. Pero también hay esos que se acercan al turista y le dicen “Mira qué paja esto que te estoy mostrando”, y esos sí tienen un poco de actores, además de saber de lo que están hablando y sentir genuina admiración y respeto por lo que muestran para poder transmitirlo. Pasa otro tanto con la actuación: sí, tú puedes fingir una emoción, pero ¿no es más paja cuando la sientes de verdad? ¿Cuando recurres a un tipo de técnica, la que sea, y te permites sentir realmente? Yo estoy a favor de ese tipo de actuación. Si lo hago bien o mal es otra cosa, pero sí creo que el actor debe aprovechar la oportunidad que le da su profesión y la vida de experimentar más vidas. La actuación no es solo técnica. Es vivir una doble vida constantemente.

¿Y eso no resulta un poco esquizofrénico?
Bueno, lo actores necesitan terapia, todos. No tanto porque tengan que pasar de un papel a otro, sino porque en la raíz de lo que les ha hecho seguir esta carrera hay una disfunción, casi siempre algún tipo de herida, y la curan con el arte. Yo necesito terapia. No porque sea actor, sino porque la necesito, simplemente.

¿Podemos asociarlo con el deseo de reconocimiento, con el exhibicionismo?
Por supuesto: desde que te paras en el escenario esperando que te aplaudan significa, de alguna forma, que no tienes tanta capacidad para aplaudirte a ti mismo. El actor se alimenta de la aprobación de los demás, del aplauso, las luces, eso que tantos debutantes persiguen, y creen que la actuación es solamente eso, recibir… Y no es solo eso, pero está en la razón por la cual alguien elige las artes escénicas. Sanford Meisner, el maestro cuyo método empleo, decía que un gasfitero no llora si le dicen que ha arreglado mal el wáter, porque no es un arte (al menos que él lo haga arte). El actor sí lo hace, lo suyo es demasiado personal.

¿Cómo tomas el reto de interpretar al ingeniero Echecopar, un personaje de gran valor simbólico dentro de un clásico total? Echecopar, para quien el fin justifica los medios, un progresista, un moderno de los cincuenta. ¿Cómo ha sido construirlo, traerlo al presente?
Lo que "Collacocha" significó cuando se escribió no es lo mismo que en los ochenta, en los noventa u hoy. No creo que Echecopar deba tomarse como un progresista, no en nuestros tiempos. Me parece que es sumamente cuestionable eso de que es viable sacrificar a unos pocos en beneficio del país, de la patria. ¿Cómo me lo tomo? Como si fuera yo de alguna manera. Soy muy autocrítico. Creo que tengo muchísimo de él, disfrazando cierta sensibilidad bajo una apariencia dura. Todos los actores  tenemos un poco de eso, el corazón de un bebé bajo la piel de un rinoceronte. Echecopar debe actuar así para llevar a cabo una obra de esa naturaleza, un túnel inmenso que conectará la costa con la selva. Tendría que ser como un monstruo, pero no lo es, comete errores.

Y los paga…
Los paga terriblemente.

¿Cómo te hubieras comportado en su lugar?
Siento un vínculo intenso con el momento en que el personaje comete el gran error. Respecto a cómo lo soluciona, no. Más bien, en ese punto lo admiro porque le viene un aluvión, y no solo en el túnel, sino en el alma, emocional. Y él tiene que hacer algo: o huye, o se lava las manos. Y se pone los pantalones y lo enfrenta. No admiro su modo de actuar, su proceder, pero sí cuando dice “la cagué, ahora me toca hacer algo”. Y vive con el peso del error el resto de su vida.

¿Por qué es relevante ver —y hablar, y discutir— una temática como la de esta obra?
Es que ya no somos los mismos, el país es otro, hemos vivido todo tipo de crisis, terrorismo, crímenes de Estado… Un clásico como este se puede leer a la luz de los acontecimientos de hoy, y el cuestionamiento será el de siempre y a la vez distinto, incluso más rico. Es importante que los jóvenes tomen en cuenta la problemática que plantea la obra, que se hagan preguntas conforme se las dicte su conciencia. No pueden ignorar las cosas que han ocurrido en las décadas pasadas. Todos podemos elegir lo que pensamos, pero no ignorar, creyendo que el Perú es solo el país de la gastronomía y de Machu Picchu. Somos herederos de una historia no siempre feliz. Lo bueno de "Collacocha" es que nos muestra esa historia y cómo han pensado antes los hombres, y nos interpela con cómo pensarían esos hombres hoy en día.

¿Y cómo sobrellevas que ese papel haya sido interpretado por el recordado Lucho Álvarez?
Don Lucho trabajó en varias obras con mi padre [el actor y director Leonardo Torres Descalzi], lo recuerdo actuando con mi mamá [la recordada actriz Lola Vilar]. Era un gran amigo de la familia, me llamaba por mi cumpleaños, tenía gestos así. Incluso llegué a actuar con él en "Natacha", que fue uno de sus últimos papeles. Tuve la suerte de verlo en "Collacocha": tenía cerca de 80 años y seguía siendo Echecopar, se metía en su piel y era un monstruo. No era un hombre mayor: ¡era el ingeniero! Él será siempre Echecopar, yo estoy modestamente haciéndole un homenaje.
 
Así como Rómulo Assereto hace una revisión de la dramaturgia original de Solari Swayne, ¿alguna vez has pensado escribir teatro?

Yo soy sobre todo actor, y luego, profesor. Con eso me basta. He dirigido, pero no escrito, no lo he hecho nunca, sospecho que no tendría el talento… Creo que no tengo la sensibilidad para ello. Me alegra que existan concursos, como Sala de Parto o el del Británico, y que de allí salgan los nuevos dramaturgos peruanos.

¿Qué te da enseñar actuación?
Tengo como 13 años de profesor. Lo que más me gusta es seguir el proceso de aprendizaje de los jóvenes. Cómo se transforma su visión del teatro. Llegan pensando que ser actor es ponerse un disfraz, y luego descubren lo contrario: que es desnudarse, encender lo más emocional en uno, tenerlo a flor de piel… es algo que a muchos les rompe el cerebro, pero para bien. Eso te ayuda no solo como profesional, sino también como ser humano.

Un poco terapéutico…
Definitivamente. El teatro sana. Y si yo lo disfruté mucho recibiéndolo, es igual o más satisfactorio darlo, y ver replicado el mismo proceso que viví, sus temores, sus dificultades. Y es ahí cuando el profesor tiene que empujar, animar, guiar. Es una pasión, y también un trabajo.

¿Se puede vivir del teatro?
No. No es tanto lo que gana el actor. Y es un albur lo que te vaya a tocar. Por ejemplo yo tengo cuatro obras este año, pero por eso es un gran año, no siempre se da. Tienes que hacer alguna otra cosa. Yo soy muy afortunado porque me dedico a las dos cosas que más me gustan, un privilegio. Si actúas pensando en el reconocimiento o en hacerte rico, vas a sufrir, porque muy pocas veces se te da eso. El aplauso dura un instante. Si no tienes pasión, no tiene sentido que te metas en oficio.

Desde "La Perricholi" [2011] no estás en la tele. ¿Te interesa?
Me interesaría volver con un producto paja, una buena telenovela, una buena serie… pero creo que en cuanto a formatos nos conformamos fácil. El principal problema de nuestra televisión es que la mayoría de productores la ven como un negocio, y no puede ser solo un negocio. La televisión está en todas las familias, cumple un papel importante en la formación de los menores. Últimamente nos estamos volviendo adictos a formatos que deforman, maltratan, desactualizan… 

Leí que existe la posibilidad de retomar "Casado con mi hermano" [la exitosa serie de los noventa, que protagonizara junto a Paul Martin].
Si se presenta la oportunidad real claro que sería divertido, pero no sé qué tanto sea. Lo hemos conversado con Tondero, pero de ahí a que ocurra… Ojalá, ojalá.

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