Constantino Álvarez, José Javier Castro, Manolo Barrios y César Zamalloa. La primera formación de El AireEl
Constantino Álvarez, José Javier Castro, Manolo Barrios y César Zamalloa. La primera formación de El AireEl
/ Archivo El Comercio
José Tsang

Generar una música que se eleva, aterriza y evoluciona, que va de la tormenta eléctrica a la luz del sol, como un elemento de la naturaleza que muta. A su vez, darle un rasgo pictórico al sonido: estirarlo, reventarlo y producir nuevas texturas y dimensiones. Algo parecido se propuso José Javier Castro, más conocido como Jota, sobre todo con la banda El 11 de setiembre, Jota falleció a los 57 años, debido a un tumor cerebral. Su legado está signado por la libertad de alguien que desafió los límites creativos como pocos en el Perú; con ella, reverberó el aire que está en todas partes.

Jota solía hibridar sonidos desde un grupo de rock. Con este formato, El Aire presentó su disco debut y homónimo en 1996, que primero apareció en caset. Si se elaborara una lista de los discos de referencia del rock peruano, esta producción de El Aire tiene que estar ahí, sin discusión, junto a “Primera dosis” (1985), de Narcosis, “Puedes ser tú” (1986), de Miki González, “No puedo irme” (1988), de Voz Propia, el álbum epónimo de Electro-Z (1999), entre otros (la discusión sería infinita si se debatiera sobre los títulos que deben completar el listado).

Exploración vital

En la primera formación de El Aire, Jota (voz y guitarra) estuvo acompañado por Manolo Barrios (guitarra), César Zamalloa (bajo) y Constantino Álvarez (batería), los cuatro en fina sintonía a punta de ensayos para discurrir con virtuosismo por pautas imprevisibles. Bajo la producción de Wicho García, se grabó el disco en el estudio de Miki González, con las limitaciones y las oportunidades que conllevaba la tecnología de entonces.

Pospunk, ruidismo, pop abrasador, rock visceral, evocación andina, cadencia latina o clima industrial: estas y otras etiquetas sirven para aludir al primer disco de El Aire. La música está al servicio de la performance de Jota, quien describe estados de ánimo o mundos interiores. Las digresiones instrumentales, las desafinaciones o los cambios de ritmo tienen un sentido. Se concilian opuestos: amores y pérdidas, pureza y turbiedad, libertad y represión, susurros y gritos, honestidad e hipocresía, materia y limbo, vida y muerte.

La prensa especializada fue crucial en su valoración. En esos tiempos, Internet era incipiente y el hallazgo de tesoros sonoros requería visitas a Galerías Brasil y el jirón Quilca. También se leía revistas impresas, que hoy se extinguen en un proceso acelerado por la pandemia y los hábitos digitales. En el número nueve de la recordada revista “Caleta”, Carlos Quinto firmó la primera reseña del disco de El Aire y advirtió su relevancia. Luego, en su edición de recuento de 1996, los lectores colocaron a El Aire entre lo más resaltante, aunque no lo ubicaron en el primer lugar. Felizmente, los redactores de “Caleta” equilibraron la situación y eligieron la propuesta de Jota y compañía como, de lejos, lo mejor del año. Cómo se extrañan las recomendaciones y las orientaciones de las revistas alternativas.

Crear para existir

Hacer música era un estilo de vida. Jota se volcó a ello en Humo Rojo, Beat Sudaka y otras bandas, en un Perú colapsado por la hiperinflación, el terrorismo y el descalabro político. En ese país que era un interminable fundido a negro, él sorteó los obstáculos y persistió en lo suyo. La búsqueda abarcó la experimentación electrónica, mientras las formaciones de El Aire variaban. Jota ha dejado una serie de materiales inéditos, pendientes de ser revisados, editados y publicados.

Destacan diversas anécdotas y episodios en su trayectoria. Ahí están su intención de tocar la guitarra en Mar de Copas, pero Manolo Barrios le propuso armar un nuevo grupo con sus ideas; la indicación de Jota de que una canción suene como el cigüeñal de un barco que avanza, en lugar de especificar la nota musical con la que se debe interpretar; su capacidad para planear procesos que lo llevó a ser jefe de proyectos de una corporación que provee soluciones en minería y otros rubros; o su generosidad para apoyar a los demás y viabilizar las propuestas artísticas en un contexto siempre lleno de trabas.

Hace cuatro años, Jota comunicó su retiro de la música (este anuncio no se cumplió). Por ello, quien escribe le propuso entrevistarlo y desarrollar un perfil sobre él, aunque la nota no se concretó. Nos encontramos en el hoy desaparecido local de McDonald’s en el óvalo Monitor, donde le recalqué el valor de El Aire, en especial el del primer álbum, y le pregunté cómo se sentía en una coyuntura en la que el público compra cada vez menos discos, el algoritmo de las redes sociales hace recomendaciones dudosas de consumo cultural y las nuevas generaciones, acostumbradas a otras experiencias musicales y estándares técnicos, quizás sean todavía más reacias a prestar atención a los proyectos que toman riesgos. Jota agradeció mi observación. Con calma, respondió:

-Mira, nosotros ya cumplimos.

Fue la expresión de un momento, porque luego él prosiguió con la música. La frase y su actitud se prestan para varias interpretaciones. Algunas posibles lecturas son la tranquilidad de haber recorrido ese camino difícil pero necesario, y la consecuencia de ser respetado por colegas de otras generaciones; el haber hecho lo que tenía que hacer, lo que incluyó cantar, así su voz no roce la perfección técnica, aunque es imprescindible en la personalidad de sus creaciones; y la conciencia de lo alcanzado con El Aire, por más que a veces sentía que la banda no lo dejaba pasar a nuevas etapas. Felizmente, él continuó con el proyecto, hasta donde la salud le permitió.

Quedan los discos de El Aire entre nosotros. En ellos, Jota llegó a entonar que oía latidos en el viento. En sus canciones, podemos escuchar su voz una y otra vez.

 -El Aire se formó en Lima en la primera mitad de la década de los 90.

 -La banda publicó su último disco, titulado “II”, en el 2016.

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