La moda en Lima en el siglo XIX. Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
La moda en Lima en el siglo XIX. Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Katherine Subirana Abanto

Aunque pareciera una banalidad —como señaló alguna vez Virginia Woolf— dicen que la ropa tiene otro objetivo más allá de mantenernos cálidos: cambia nuestra visión del mundo y la visión que tiene el mundo de nosotros. La frase de la grandísima escritora inglesa no ha perdido sentido. En su libro Sociología de la moda, el sociólogo francés Frédéric Godart explica los principales resortes mediante los cuales la moda funciona hoy como una de las instituciones más importantes en la vida cotidiana; el autor señala, a modo de prueba, que la industria del vestido constituye el 6% de la producción económica mundial; y destaca seis principios que sostienen su importancia.

Uno de los pilares que menciona Godart es la autoafirmación, y se refiere a que la moda genera subjetividades tanto a partir de las disrupciones como de las adhesiones a las normas vestimentarias. Por ello, entre otras cosas, su papel dentro de la historia del desarrollo de las sociedades no es menor. Así lo demuestra el, que reúne 75 fotografías pertenecientes al Archivo de los Estudios Courret y que propone un recorrido visual por la moda decimonónica de Lima, entendiéndola como un aspecto que nos permite conocer las costumbres, valores y estéticas de la sociedad limeña de aquellos años.

La moda en Lima en el siglo XIX. Imagen: Archivo Courret - "Moda del siglo XIX. Imagen y Memoria" (BNP).
La moda en Lima en el siglo XIX. Imagen: Archivo Courret - "Moda del siglo XIX. Imagen y Memoria" (BNP).

El cambiante siglo XIX

La ciudad de Lima no sufrió grandes modificaciones desde fines de la Colonia hasta la década de 1850. escribió, a propósito de una exposición sobre la Lima del siglo XIX que se montó en la UNMSM, sobre cómo ingresó la modernidad a la capital: en 1855 la ciudad moderna comienza a tener sus primeras construcciones en granito; el presidente Castilla prendió fuego al primer farol de gas que se había instalado en el balcón de Palacio de Gobierno y para ese mismo año Lima contaba con 500 luces de gas; y, al año siguiente —1856— se comienza a gozar del agua potable y con ella comenzaron a hacerse realidad las instalaciones de cañerías de fierro en las casas.

Al decir de Basadre, Lima asume para este período las condiciones de vida propias del siglo XX: las tapadas, los gremios, mayorazgos, la esclavitud, pasarán a ser asunto del pasado. El fin de las tapadas, sin embargo, supuso de alguna manera el fin de la libertad para las mujeres. Como señaló Flora Tristán en su conocido testimonio sobre Lima fechado en 1843: “No hay ningún lugar sobre la tierra donde las mujeres sean más libres que en Lima; su vestido es original. Lima es la única ciudad del mundo donde ha aparecido”. En el prólogo del libro editado por la BNP, la fotoperiodista Cecilia Larrabure señala que quizá por esta razón, a lo largo del tiempo, fueron muchos los intentos por censurarla o prohibirla a través de una serie de ordenanzas contra el traje.

La moda en Lima en el siglo XIX. Imagen: Archivo Courret - "Moda del siglo XIX. Imagen y Memoria" (BNP).
La moda en Lima en el siglo XIX. Imagen: Archivo Courret - "Moda del siglo XIX. Imagen y Memoria" (BNP).

Entre 1842 y 1876 existieron en Lima 16 casas de moda, la mayoría de ellas regentadas por modistas francesas. Las calles Mercaderes, Bodegones y Botoneros, ubicadas en el actual Centro Histórico de Lima, estaban llenas de tiendas de telas, de joyas y de accesorios, espacios de visita habitual de las mujeres de las clases aristocráticas. La tendencia que se impone en estos tiempos es la del romanticismo inglés caracterizado por el estricto cumplimiento de los protocolos de la vida social. Así, cada actividad de la vida cotidiana solía tener una indumentaria adecuada: el paseo, el baile, las visitas, los actos religiosos, entre otros.

En el caso de las mujeres se impone el uso de amplias faldas, mangas de tipo «jamón» (voluminosas y ahuecadas desde el hombro hasta el codo que luego se estrechan hasta llegar al puño) y apretados corsés. El vestir femenino no solo muestra la bonanza y el poderío familiar sino, también, las virtudes femeninas. Los vestidos, a su vez, presentan adornos, encajes, cintas, pasamanería, y suelen tener los cuellos altos cubriendo totalmente el escote. El modelo que proyecta esta corriente es el de una feminidad angelical y pasiva, limitada al espacio doméstico y familiar: la mujer como el “ángel del hogar”. El control del cuerpo de las mujeres a través del vestir, se había consolidado.

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