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Gonzalo Carranza

"La sociedad reclama que las empresas desempeñen una labor social. Para prosperar a lo largo del tiempo, las compañías deberán no solo generar rentabilidad financiera, sino también demostrar cómo contribuyen de forma positiva a la sociedad”.

El párrafo anterior no corresponde a algún consultor en responsabilidad social buscando vender sus servicios, sino a uno de los ejecutivos más poderosos de Wall Street: Larry Fink, el CEO de la gestora de inversiones BlackRock, que maneja fondos por 6,3 billones (‘trillons’) de dólares. El texto es parte de la carta que Fink envió el martes pasado a decenas de CEO, con sus reflexiones sobre el entorno empresarial y el rol de BlackRock.

La misiva pone en relieve el paulatino alejamiento del paradigma de Milton Friedman, quien afirmara en 1970 que la responsabilidad de los directivos de una empresa es conducirla de acuerdo a la voluntad de los accionistas, “la cual generalmente será hacer tanto dinero como sea posible”. Sobre esa idea se construyó la noción de que la única misión de los gerentes es maximizar el valor de mercado de las empresas.

En julio del año pasado, el premio Nobel de Economía Oliver Hart y el profesor de la Universidad de Chicago Luigi Zingales, publicaron un artículo cuestionando esa premisa para aquellas compañías o actividades en las cuales la maximización de la rentabilidad no puede separarse de la generación de externalidades negativas. En ese caso, Hart y Zingales afirman que los directivos deberían considerar también las preferencias éticas y sociales de sus accionistas (y si el accionista es un inversionista institucional, como BlackRock, este debería hacer lo mismo con los intereses no económicos de los individuos que les confían su dinero).

Este nuevo paradigma impone un desafío: ¿cómo medir las preferencias de los accionistas, más allá de “hacer todo el dinero posible”? Para sustentar su idea, Hart y Zingales ponen como ejemplo la venta de municiones para armas semiautomáticas por parte de Walmart. Si los accionistas de esta empresa están preocupados por los tiroteos masivos, la decisión correcta para la compañía sería dejar de vender este producto, aunque ello implique menos utilidades y menor valor de mercado. Pero la empresa bien podría tener, junto a estos accionistas, a otros preocupados por la libertad de comprar y poseer armas y municiones consagrada en la Segunda Enmienda de la constitución de EE.UU. ¿Debería recurrirse a un voto democrático o los directivos deberán encontrar una manera de priorizar unas preferencias sobre otras?

No tengo una respuesta para esa pregunta, pero sí una conclusión general: la importancia de estos debates tendría que llevar a que las áreas de sostenibilidad y gobierno corporativo cobren un rol protagónico en los comités de dirección. Inversionistas como Larry Fink pondrán su dinero allí donde esto ocurra.

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