Renato Cisneros

Hubo una época en la que ir al estadio significaba, más que ir a ver un club, ir a ver a un jugador. El espectáculo dependía menos del colectivo y más de un sujeto con nombre y apellido. A veces era el creativo, el número 10; otras veces era el delantero, raramente se trataba de un defensa. Si tenías suerte, era un jugador de tu equipo, entonces la emoción se duplicaba, pero podía no darse el caso y entonces tocaba admirar a ese crack en silencio, con una mezcla de fascinación y rencor.