Simpatizantes del derrocado presidente peruano Martín Vizcarra se manifiestan contra el gobierno del presidente interino Manuel Merino en Lima el 14 de noviembre
Simpatizantes del derrocado presidente peruano Martín Vizcarra se manifiestan contra el gobierno del presidente interino Manuel Merino en Lima el 14 de noviembre
/ ERNESTO BENAVIDES

Primera línea médica. Se estaba asfixiando con su propia mascarilla. Lo vieron retorciéndose en el suelo, al lado de su enamorada que pedía a gritos que lo ayudaran. El chico, de unos 23 años, había respirado gas lacrimógeno y gas pimienta a la vez, pero no se había dado cuenta de que ambas sustancias se habían acumulado entre la tela y su boca.

A unos metros de él pasaba Diego Delgado, egresado de Medicina, quien integraba un grupo de ayuda voluntaria. Diego cree que intentar salvarlo fue una de las situaciones más impactantes que ha vivido. Apenas dos días antes, estaba frente al televisor viendo cómo el Congreso de la República aprobaba una vacancia presidencial contraria a lo que muchos ciudadanos querían. Dice que esa noche, frente a la pantalla, detonaron emociones guardadas —”como una válvula a presión”, resume— vinculadas a recuerdos de lo que escuchó durante años sobre los políticos en el Perú.

“Ese día, a todos nos removió por dentro el hecho de que somos el único país de América Latina cuyos expresidentes de los últimos 35 años están involucrados en casos por corrupción, la mayoría llegando a estar presos. Hemos crecido oyendo esas historias de injusticias y comportamientos de gobernantes que lindan con lo dictatorial. Ahora nos tocaba salir a nosotros a expresarlo”, dice Diego. Su herramienta de protesta no fueron carteles ni cacerolas: fue su experiencia en primeros auxilios.

El sociólogo peruano Joaquín Yrivarren lo explica así: “Esa sensación de repudio, de cansancio, de hartazgo es algo que no se ha visto antes. Toda esa información que absorbieron los jóvenes en estas dos últimas décadas ha ido degradando sus expectativas. Eso explica por qué aquel reclamo, que comenzó en las redes, se volcó a las calles masivamente y terminó produciendo un efecto opuesto a lo vivido por sus padres, a través de gestos de solidaridad”, dice.

Diego tenía 24 horas para abastecerse de guantes, vendas, gasas, vinagre, agua y bicarbonato de sodio. Armó un grupo de WhatsApp y la convocatoria se extendió por todas las facultades universitarias buscando encontrar a otros recién graduados que pudieran ser parte de las brigadas sanitarias. Para la noche del miércoles 11 ya eran más de 40 y al momento de la movilización había un centenar de chicos atendiendo a heridos. La mayoría no pasaba de los 25 años.

La noche del 12 de noviembre, la policía cercó a los manifestantes en el cruce de las avenidas Piérola y Abancay, cortando accesos de calles aledañas. En ese cuello de botella arrojaron bombas lacrimógenas. La brigada en la que estaba Diego atendió allí a sus ocho primeros heridos. Algunos recibieron reanimación sobre el pavimento, mientras la policía seguía gaseando alrededor.

Con los jirones Azángaro y Lampa cerrados, la estampida de personas iba directo al punto de inicio: la plaza San Martín. “Ahí nos volvieron a encerrar. La plaza se convirtió en una jaula mientras recibíamos más gas. Por cada cuadra que avanzábamos atendíamos a otras siete u ocho personas más. La represión continuó desde el Poder Judicial hasta la vía de ingreso subterránea de la estación central, donde algunos decidieron arrojarse”, recuerda el joven médico.

Fue entonces cuando Diego vio al joven retorciéndose de la asfixia. Sacó de un bolsillo la última venda que le quedaba, la rompió, le echó agua con bicarbonato y se la puso de inmediato en los ojos y la boca. Fueron los minutos más largos de su corta vida. El chico comenzó a respirar otra vez.

Al día siguiente, la historia se repetiría.

Derecho a defenderse

La noticia sobre jóvenes detenidos arbitrariamente se propagaba más rápido que el propio gas lacrimógeno. A Carlos —así lo llamaremos para no revelar su identidad— lo detuvieron entre varios policías sin identificación, mientras ejercía su derecho a la protesta. Alguien que vio toda la escena tenía guardado en su celular el aviso de asesoría legal gratuita de Ana Lucía Puente, una joven abogada recién egresada que formó un grupo de voluntarias para defender a las víctimas de abuso de autoridad en las marchas.

Ana Lucía no había ejercido antes. Se licenció como abogada poco tiempo atrás y tenía los 206 artículos de la Constitución Política del Perú frescos en su memoria para comenzar a aplicarlos esa noche. Sus bases de operaciones durante la marcha fueron cuatro comisarías del Centro de Lima: Cotabambas, Monserrat, San Andrés y Alfonso Ugarte. Para ir de una a otra tenía que inhalarse todo lo que flotaba en el ambiente.

Ana Lucía tomó el caso de Carlos. “Conversamos telefónicamente y le expliqué cuáles eran las acciones legales que procedían y le dije que yo iba a patrocinarlo sin cobrarle un sol”, dice. Sus compañeras de brigada legal se dividían para hacer lo mismo con otros 60 manifestantes detenidos.

LIMA, 14 DE NOVIEMBRE DEL 2020

TOMAS AEREAS DE LA SEGUNDA GRAN MARCHA NACIONAL CONTRA LA VACANCIA DEL EXPRESIDENTE MARTIN VIZCARRA Y LA ASUNCION DE MANUEL MERINO COMO PRESIDENTE DE LA REPUBLICA.

FOTOS: GIANCARLO AVILA / GEC
LIMA, 14 DE NOVIEMBRE DEL 2020 TOMAS AEREAS DE LA SEGUNDA GRAN MARCHA NACIONAL CONTRA LA VACANCIA DEL EXPRESIDENTE MARTIN VIZCARRA Y LA ASUNCION DE MANUEL MERINO COMO PRESIDENTE DE LA REPUBLICA. FOTOS: GIANCARLO AVILA / GEC
/ NUCLEO-FOTOGRAFIA > GIANCARLO AVILA

No hay registro histórico de una manifestación masiva en el Perú liderada por jóvenes tan organizados en todos los frentes.

“Esta es una generación que se reivindica. Anteriormente fueron llamados ‘pulpines’ de forma despectiva. Se los ha ninguneado, menospreciado. No solo a nivel social, sino también político: recordemos esa ley que creaba un régimen especial para precarizar el trabajo juvenil, con menos derechos. A diferencia de otras marchas, en esta no hubo liderazgos individualistas ni banderas”, opina Yrivarren.

Eso explica por qué la voces de esta comunidad juvenil retumbaron más allá de las marchas. Al cierre de esta edición, el pronunciamiento de la generación del bicentenario ha sido firmado por 53 organizaciones y colectivos, en favor de hallar responsables de las detenciones arbitrarias, de los heridos, de la reparación de las familias de Jack Pintado e Inti Sotelo y de una transformación del sistema político.

Esa noche dejaron a Carlos en libertad, pero a Ana Lucía le esperan al menos dos meses de defensa legal ad honórem en favor del primer patrocinado de su carrera.

Redes contra la desinformación

Expresarse funciona. Protestar funciona. Pero, para alcanzar los objetivos de la movilización, había que unirse y organizarse. Un día antes de la marcha del sábado 14, los manifestantes tenían la ayuda médica y la asesoría legal, pero faltaba comunicación y registro gráfico de lo que pudiera ocurrir esa noche. El Tik Tok fue la plataforma informativa de la marcha, por su concepto de videos de edición y reproducción inmediatas. Joel Fuentes, un ‘tiktoker’ de 21 años con 438.000 seguidores, dejó de producir sus populares videos cargados de ironía para dar aliento y consejos a su audiencia, primero explicando el contexto político y luego promoviendo una protesta pacífica. “Si nos lanzan bombas, no las devolvamos: las apagamos”, se leía en los comentarios de sus publicaciones.

“Decidí hacer un activismo responsable publicando todo lo que nos permita estar seguros: puntos de encuentro, ubicación de la Cruz Roja y los desactivadores, médicos y abogados”, recuerda. El mensaje de Joel, incluso, traspasó fronteras. “Recibí mensajes de aliento de personas en el extranjero que también compartieron la realidad nacional en sus comunidades”, sostiene.

En paralelo, Twitter fue el complemento ideal contra la desinformación. El 11 de noviembre, el hashtag #TerrorismoNuncaMas empezó a circular por parte de personas que buscaban desacreditar a los manifestantes. Un grupo de fanáticos del k-pop, una de las comunidades culturales más populares en el Perú, se apropió de ese hashtag para compartir todo tipo de contenido musical, con lo que logró que fuera tendencia para difundir el género. El resultado fue conmovedor: en pocas horas lograron ‘desviar’ la etiqueta #TerrorismoNuncaMas de la marcha.

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22 de noviembre de 2020

Generación Bicentenario: Los jóvenes a la obra

Por Katherine Subirana

“La Generación del Bicentenario en marcha” es el nombre de la exposición fotográfica que se inauguró este jueves 10 de diciembre en la explanada del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM). Fotos: Cesar Campos / @photo.gec
“La Generación del Bicentenario en marcha” es el nombre de la exposición fotográfica que se inauguró este jueves 10 de diciembre en la explanada del Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM). Fotos: Cesar Campos / @photo.gec

En 1928, el sociólogo húngaro Karl Mannheim dijo con acierto: “Puede decirse que los jóvenes que experimentan los mismos problemas históricos concretos forman parte de la misma generación”. Y estas semanas hemos presenciado cómo un grupo de jóvenes se destacó en las manifestaciones realizadas a raíz de un problema histórico concreto: sintieron en peligro la democracia y acudieron a salvarla. La politóloga Noelia Chávez, en un análisis en el que aplicó la teoría mientras esquivaba bombas lacrimógenas, usó el término ‘generación bicentenario’ para definirla.

Ha llamado la atención esta forma de protestar no solo por encontrar a jóvenes con el disfraz de Pikachu, de Elmo o del tiranosaurio rex, o por pancartas que decían “Miedo solo le tengo a la chancla de mi mamá” –¿cuándo se ha visto una consigna así de inocente en una protesta en este país?–, sino también por lo espontánea y orgánica, en un contexto en el que las convocatorias se hicieron a través de redes sociales, se apostó por la descentralización de la protesta y en la que ningún partido político tuvo el protagonismo de antaño.

En palabras de Adriana Urrutia, directora de la carrera de Ciencias Políticas de la UARM y presidenta de la Asociación Civil Transparencia, se trata de jóvenes que han innovado las maneras de actuar de los movimientos sociales. “Ha sido la primera marcha cubierta por TikTok y también la primera con transferencia de conocimiento internacional. Por ejemplo, la información de cómo desactivar bombas lacrimógenas llegó por redes desde Chile, donde a su vez recibieron información desde Corea el año pasado”, explica.

Improvisación cero

Pero la sorpresa que muestran algunos grupos sociales o etarios por este nivel y tipo de organización solo muestra lo poco que conocen a esta generación, pues si bien no militan en un partido político u organización tradicional, tienen su propia forma de organizarse y sus propios grupos, como los otakus y los gamers. La idea de que no les interesa lo que pasa en el país también es equivocada, como lo evidencia el estudio de valores entre jóvenes peruanos para el proyecto Bicentenario. Dicho trabajo, realizado en el 2019, recoge data interesante para que los sorprendidos entiendan a la generación del bicentenario.

Por ejemplo, los tres principales problemas del país para estos jóvenes, cuyas edades fluctúan entre los 18 y 24 años, son la corrupción, la delincuencia y la violencia de género. El mismo trabajo muestra su fastidio ante una sociedad que valora modelos de éxito que no se basan en el esfuerzo y que es –según la percepción del 53% de los participantes– abiertamente racista. Uno de los consultados recalcó que el peruano se ríe de aquello que en otro país sería considerado racismo. Esta percepción de país tiene que ver, en palabras de Noelia Chávez, en que “ninguno de nuestros últimos gobiernos logró construir una narrativa como país más allá de la Marca Perú, que no está hecha para adentro sino para afuera”.

Para Marisol Cuellar, politóloga por la UNMSM, el que los jóvenes vean con desencanto el funcionamiento institucional del Estado Peruano es lo que ha hecho que se crea que no les interesa la política, cuando esto no es del todo cierto. “Si bien en los estudios se muestra que los jóvenes no están interesados en pertenecer a un partido, también muestran que ellos y ellas ponen su energía en defensa de causas que también son políticas, como las ambientales”, añade.

Por otro lado, el uso de redes sociales ha hecho que estén más atentos a las alertas. Según el estudio del proyecto Bicentenario, el 53% de los jóvenes tiene smarthpone y el 94% pertenece activamente a una red social. Dicho eso, sabemos también que esta generación tiene un acceso a la información nunca antes visto, por lo que, como dice Marisol Cuellar, estuvieron atentos a las alertas. “Por ejemplo, ante el mensaje que el Congreso quería modificar la Ley Universitaria, mucha gente comenzó a observar lo que estaba haciendo la Comisión de Educación. Las sesiones, que normalmente tienen no más de 3.000 vistas, llegaron a tener 30 mil vistas, y podías leer a los mismos jóvenes ahí, comentando en tiempo real”, señala.

Y esta posibilidad de comunicación, según Adriana Urrutia, ha permitido que se conozca el grado de violencia utilizado por la policía y la valentía con la que estos jóvenes le han hecho frente. “A diferencia de quienes se movilizaron en los 90 o en los 2000, sí hay registro de todo lo que ha pasado gracias a las redes”, dice.

Las posibilidades

La generación del bicentenario –en palabras de Noelia Chávez– inventó una movilización líquida, pero organizada desde sus propias autonomías, sin un único liderazgo. Adriana Urrutia reconoce que esto es lo que más sorprende a quienes no entienden la nueva lógica de asociación creada gracias a Internet: que se convocó una marcha pacífica sin ninguna ideología detrás. “Los centennials que no aguantan pulgas empujaron a los indignados millennials a lanzarse al ruedo sin necesitar una columna vertebral, y estos llamaron a la generación X para encontrar respaldo y altavoces hacia arriba. Entonces, miles se encontraron en las calles sin conocerse, sin gremios, sin partidos, sin sindicatos, con comités antibombas y de seguridad espontáneos, y marcharon”, añade Noelia Chávez.

Stéphanie Rousseau, politóloga y docente de la PUCP, considera que lo que hemos vivido y observado debe hacer reflexionar a las organizaciones sociales, gremios y los partidos políticos. “Esta expresión de hartazgo ciudadano debe canalizarse en el deseo de participar, en acciones más propositivas que puedan contribuir a tener una mejor vida ciudadana. Estos jóvenes no han vivido los 80 y 90, entonces no han vivido los momentos de violencia política, de represión, de autoritarismo y, por lo tanto, de alguna manera llegan a la esfera ciudadana dentro de estas protestas sin los viejos esquemas que han generado una sociedad tan fragmentada, tan poco organizada, tan poco capaz de justamente conformar organizaciones y partidos que lleguen a representar las demandas de la mayoría”, explica. Y puntualiza: “Por eso, es posible que estos jóvenes tengan lo que se necesita para formar nuevas organizaciones, porque probablemente no manejan los mismos discursos políticos sobre temas como la izquierda, la derecha, que para mí ya están bastante desactualizados de la realidad política de hoy”.

El estudio del proyecto Bicentenario también nos dice que los jóvenes se reconocen honestos y respetuosos e incondicionales para su clan. Y que tienen la disposición de romper la inercia si reconocen que existe un objetivo común de cambio. Eso, por cierto, ya lo demostraron.


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