Visita de Marisol Grau, tataranieta del almirante Miguel Grau a Chile, donde se reunió en el Huáscar con María de la Luz Prat, bisnieta del almirante Arturo Prat. 
FOTO GIANCARLO SHIBAYAMA /  EL COMERCIO
Visita de Marisol Grau, tataranieta del almirante Miguel Grau a Chile, donde se reunió en el Huáscar con María de la Luz Prat, bisnieta del almirante Arturo Prat. FOTO GIANCARLO SHIBAYAMA / EL COMERCIO
/ GIANCARLO SHIBAYAMA
Marisol Grau

Hace unos días, en Talcahuano, visité por primera vez el buque que comandó Miguel Grau Seminario, mi tatarabuelo, durante la Guerra del Pacífico. Mi cómplice en el recorrido fue María de la Luz Prat, bisnieta de Arturo Prat, héroe naval chileno que —como Grau— murió sirviendo a su patria en combate. El Comercio y El Mercurio, de Chile, dan cuenta hoy de esta historia.

Nota de la autora: Deténgase. No siga leyendo si cree que lo que a continuación encontrará es una nota periodística. La periodista ha desaparecido. A bordo del Huáscar ya solo queda la tataranieta de Grau.

No recuerdo haber visto en casa. Sí una maqueta de madera en la sala de estar e imágenes en abundantes libros, pero no fotos actuales. Así que embarcarme en el buque que comandó , mi tatarabuelo, durante la Guerra del Pacífico, despertaba en mí una curiosidad infinita. Esta se multiplicó al enterarme de quien sería mi acompañante. Se trataba de María de la Luz Prat, bisnieta de Arturo Prat Chacón, héroe naval chileno que murió en combate con el Huáscar de Grau. Ella y yo no sabíamos casi nada la una de la otra. Salvo que María de la Luz ya había visitado el monitor, y que esta era mi primera vez.

Soy hija de Miguel Grau Umlauff. Pero también soy hermana, tía, sobrina y prima de Miguel. He crecido rodeada por Miguel Grau: estaban en las navidades, en cumpleaños o en almuerzos por el Día del Padre. Antes de pisar las aulas conocí al Gran Almirante en lo cotidiano. Cuando llegaba al departamento de mi ‘papapa’ Rafael, en Miraflores, y al lado de la puerta de entrada, custodiándola, encontraba la espada que había llevado Grau en el Huáscar, reposando en una urna bajo un enorme retrato. De niña, aquello era más fascinante que cualquier clase de historia.

Primeros pasos

En los días previos a la visita, las marejadas golpearon fuertemente las costas chilenas. Por ello, María de la Luz, quien se marea con facilidad, tomó una pastilla para contrarrestar cualquier síntoma maligno.

“Imagínate que al conmemorarse los 100 años del combate de Iquique nos invitaron a una fiesta, yo tenía 12 años, estaba muy ilusionada, pero quedé tan mareada luego de un paseo que realizamos en [el buque escuela] Esmeralda que luego me quedé dormida hasta el día siguiente”, cuenta mientras esboza una sonrisa. María de la Luz o ‘Lulú’ Prat tiene 46 años, está felizmente casada y es madre de Sol, de 21 años, y Vicente, de 13, con quienes asegura que le gustaría mucho venir al Perú. Ella lo hizo de adolescente, como mochilera.

Contrariamente a nuestros pronósticos, el Huáscar nos espera quieto en la base naval de Talcahuano. El mar está calmo, “como una taza de leche”, comenta María de la Luz. Eso sí, hace frío y corre mucho viento.

A bordo las dos coincidimos en la energía que aún se percibe y en que, al margen de su condición de buque de guerra, el Huáscar nos parece pequeño. Comentario ante el cual la tripulación encargada de su cuidado no demora en aportar: “Por sus características y su rapidez, era en ese entonces como un Ferrari en el agua”.

Unas manchas grises resaltan en diversos puntos de la cubierta. Los marinos explican que representan las marcas de los impactos recibidos durante el combate de Angamos. Las hay en el puesto de mando donde murió Grau, en la torre de artillería y en el cabrestante. El pasado se me materializaba y, lo admito, sentí un estrujón en el pecho seguido de un vacío en el estómago.

“El Huáscar representó varios dolores de cabeza durante la Guerra del Pacifico para la Armada Chilena, su captura significó mucho, pero ahora su valor es otro y por ello lo denominamos reliquia histórica”, relata Samuel Aguilera, contramaestre del monitor. Chile utilizó el buque 22 años antes de darlo de baja. Tres comandantes fallecieron allí: Prat, cuando lo abordó en el combate de Iquique; Grau, durante el combate de Angamos; y el chileno Manuel Thomson en el bloqueo de Arica. El homenaje a los tres está simbolizado en impecables placas de bronce.

En el interior del buque-museo, el suboficial Aguilera nos muestra el ambiente donde los marinos de menor rango solían dormir y comer, y nos explica sobre la vida en alta mar. “Qué vida tan difícil, y para los niños que estaban combatiendo. Son actos heroicos, pero muy tristes”, reflexiona María de la Luz.

Qué paradoja. ¿Por qué recordamos a quienes, a pesar de sus virtudes, protagonizaron momentos de conflicto y dolor? Le hice la pregunta a Ignacio Mardones, director de la Escuela Naval Chilena Arturo Prat, en Valparaíso. “A Grau y Prat los une la caballerosidad, encarnan los valores y principios de todo hombre de bien”, me respondió.

Lazos en el tiempo

Esta no es la primera vez en que un Grau y un Prat se reúnen. María de la Luz me mostró una fotografía inédita en blanco y negro, de 1966, en la que su prima Esmeralda está junto a un primo de mi papá. También me contó que sus padres eran muy amigos de una nieta del gran almirante, Teresa Grau.

Pero probablemente son las cartas que intercambiaron Grau y la viuda de Prat, Carmela Carvajal, el vínculo más inquebrantable entre nuestras familias. La misiva original que, de puño y letra, escribió el Caballero de los Mares tras la muerte de Prat, en el combate de Iquique, la leí en la Escuela Naval de Valparaíso.

“Dignísima señora; Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a usted y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va a rememorar, contribuya a aumentar el dolor que hoy, justamente, debe dominarla […] su digno y valeroso esposo, el capitán de Fragata don Arturo Prat, Comandante de la Esmeralda, fue, como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria”.

Palabras a las que Carmela Carvajal responde: “Distinguido Señor; Recibí su fina y estimada carta fechada a bordo del Huáscar, en 2 de junio del corriente año. En ella con la hidalguía del caballero antiguo, se digna usted a acompañarme en mi dolor, deplorando sinceramente la muerte de mi esposo…”.

Más de 130 años han transcurrido y todavía conmueve. En medio de la guerra no se había perdido la humanidad.

Nuevos horizontes

Una brújula sobresale por encima de la cabecera en el lecho del almirante en el Huáscar. Mi tatarabuelo tenía la manía de despertar y acostarse sin perder el rumbo. La Armada mantiene su cabina y la de los otros oficiales peruanos. El dormitorio es austero, tiene una estrecha cama tallada en madera, una mesa de noche y retratos de él. Al sorprenderme escudriñando cada detalle de aquella habitación el suboficial Aguilera revela, “Llevo 11 años aquí, le tengo harto cariño a este buque”.

¿Y qué imagen tiene María de la Luz Prat de Grau? “Fue un hombre que se portó muy bien, su carta le dio mucho calor y fuerza a Carmela. Los dos [Grau y Prat] cumplieron su deber”, me contesta.

Luego de abandonar el Huáscar, Mariela Herrera, periodista de El Mercurio, me preguntó si la experiencia había cubierto mis expectativas. Le respondí que había sucedido lo que anhelaba: un encuentro sincero.

Ya en Santiago, María de la Luz tuvo la gentileza de invitarme a casa de su hermana mayor, María Trinidad ‘Trini’, ubicada en la zona residencial de Vitacura. Allí conocí a varios de sus hermanos –en total son cinco mujeres y tres hombres–, algunas sobrinas y también me presentó a Vicente, su hijo, y a su marido. Me recibieron con abrazos llenos de cariño. Compartimos anécdotas, comentamos sobre gastronomía peruana y acerca de la espera de nuestros países frente al fallo de la corte de La Haya. Sentada allí, en la sala ‘Trini’ Prat, sentí la familiaridad de quien se reúne con unos parientes lejanos.

A los pocos días de regresar a Lima, encontré un mensaje de María de la Luz deseándome un buen retorno. Entre otros asuntos, le respondí que esperaba verla pronto por Lima. Y ahora, mientras observo la foto que nos tomaron juntas a bordo del Huáscar, comprendo cómo un solo encuentro tiene más valor que otros varios desencuentros.


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