Mario Vargas Llosa (2º L), el escritor peruano que recibió el Premio Nobel de Literatura, habla durante una concurrida conferencia de prensa en el Instituto Cervantes el 7 de octubre de 2010 en Nueva York. FOTO AFP / Stan HONDA
Mario Vargas Llosa (2º L), el escritor peruano que recibió el Premio Nobel de Literatura, habla durante una concurrida conferencia de prensa en el Instituto Cervantes el 7 de octubre de 2010 en Nueva York. FOTO AFP / Stan HONDA
/ STAN HONDA
Enrique Planas

Ayer muy temprano, la llamada de la Academia Sueca lo sorprendió en su departamento neoyorquino. Pensó que era una broma. Después de tantos años con su nombre voceado en las apuestas, el escritor peruano ni siquiera recordaba que en los primeros días de octubre suele anunciarse el mayor galardón literario del mundo. Y esta vez era su turno. A los 74 años, el autor de La Casa Verde recibe un reconocimiento que toda América Latina reclamaba para él hace tres décadas. En el Perú, todo periodista soñó escribir este encabezado: “Mario Vargas Llosa obtiene el Premio Nobel de Literatura”. Por fin.

Una mañana histórica. Son las 5:30 a.m. y Mario Vargas Llosa está despierto. Ha desayunado y, como todos los días, comienza la jornada preparando su clase para la Universidad de Princeton, donde imparte el curso de Filosofía de la Escritura como profesor visitante. Entonces relee a Carpentier: El reino de este mundo le servirá para su próxima disertación. Desde que llegó a esa ciudad, pensó que esos meses en Estados Unidos serían muy tranquilos. Creía que ese jueves sería también un día normal.

Entonces Patricia irrumpe en su estudio. “Te llama un señor en inglés”, le anuncia. El escritor se angustia. A esas horas, una llamada puede traer malas noticias. Toma el articular y solo entiende algunas palabras antes de que la comunicación se interrumpa. Entre ellas, cree entender: “Swedish Academy”. “Hay que parar las orejas”, se dijo. El teléfono vuelve a sonar cinco minutos después. “Usted ha ganado el Nobel”, dice la voz. “En 14 minutos anunciaremos oficialmente el premio”.

Del otro lado de la línea se encontraba Peter Englund, el secretario de la Academia Sueca. Después de la breve conversación, el sobrio Englund le confesaría a los periodistas de Estocolmo: “Vargas Llosa estaba sencillamente muy feliz. Denotaba mucho temperamento latino”.

¿Qué sucedió en esos 14 minutos que separaban aquella llamada y el posterior acoso de los medios de prensa del mundo? A una emisora de radio local le diría que pensó salir a tomar algo de aire fresco caminando por Central Park. Sin embargo, prefirió quedarse en casa y ser fiel a los suyos. A Álvaro, su primogénito, lo despertó en Washington. “Me llamó desde Nueva York diez minutos antes de que se anunciara oficialmente”, contó a Radio Cooperativa de Chile. “Me comentó que esperaba que no fuera una broma”, añadió. A Gonzalo, el segundo, lo contactó en Ginebra y a Morgana, la menor, en Lima. La madrugadora llamada le dio un buen susto a la joven fotógrafa. “Papá me comunicó la noticia, no sin comentarme que quizá se podía tratar de una broma pesada. Y en ese momento escuché a mi mamá en el fondo diciendo: ‘Mario, es verdad, te han dado el Nobel, lo están anunciando por Internet’”, relató, mientras brindaba con champán con toda la familia reunida en el departamento de su padre en Barranco.

Un día ajetreado

Comenzó así un día en el que Vargas Llosa no pudo detenerse a pensar. “Mi vida ha entrado en una especie de torbellino frenético”, decía, asombrado por las llamadas de todo el mundo, las entrevistas, el trajín terrible. Horas después, ante el pelotón de periodistas que lo escuchaba en el auditorio del Instituto Cervantes en Manhattan, Vargas Llosa repitió lo que venía diciendo temprano a los medios: Que esperaba que la Academia Sueca lo premiara por su obra literaria y no por sus opiniones políticas, y que, a los 74 años, el Nobel no cambiaría su vida ni su estilo ni sus temas. “Voy a seguir escribiendo hasta el último día de mi vida”, aseguró. “Lo que sí va a cambiar es mi vida diaria y espero que solo temporalmente. Hoy no esperaba estar rodeado de tantos periodistas, pero voy a tratar de sobrevivir”, bromeó en la conferencia a la que asistió nuestra periodista Débora DongoSoria.

“El Perú soy yo aunque a algunos no les guste [...] lo que yo escribo es el Perú también”, dijo. Asimismo, confesó que aún no se había detenido a pensar sobre lo que tratará su discurso de aceptación del premio, el próximo 10 de diciembre en Oslo. “La literatura es lo que organiza mi vida, y lo que le da un sentido y una orientación”, respondió a los periodistas en español, y a veces en inglés y francés. “Este premio es también un reconocimiento a la literatura latinoamericana, que ha ido adquiriendo una cierta ciudadanía en el mundo”, subrayó.

Aplauso presidencial

Las reacciones por el premio no demoraron en llegar. No es común que sean los jefes de Estado los primeros en celebrar el triunfo de un Nobel de Literatura, pero Vargas Llosa articuló un solidario coro presidencial: Alan García señaló con orgullo que se trataba de un gran día para el Perú y un reconocimiento a un peruano universal. “Es un acto de justicia enorme que esperábamos desde nuestra juventud”, dijo. Desde Chile, Sebastián Piñera felicitó a su “amigo” Vargas Llosa. “Es un honor y un orgullo para todos los latinoamericanos”, resaltó a través de su cuenta en Twitter. Curiosamente, en la misma red social, su colega mexicano Felipe Calderón apunta exactamente lo mismo. Por su parte, el rey de España Juan Carlos I, quien le entregó el Cervantes en 1994, lo felicitó con su tradicional campechanía: “Es una noticia fantástica para España. Te quiero mucho”, le dijo al escritor a la distancia.

La fiesta en Fráncfort

El frenesí vivido en el ambiente literario tuvo su mayor vitrina en la feria del libro de Fráncfort, donde la agencia del escritor, dirigida por Carmen Balcells, se había convertido en el centro del mayor mercado editorial del mundo. “Ni fotos ni champán ni nada, no teníamos nada para celebrarlo”, confiesa Karina Pons, socia de Balcells, prueba de que la Academia Sueca tomó a todos por sorpresa. Igual sucedió en el stand de Alfaguara, en el que apuraron la compra de unas botellas de cava y brindaron en vasos de plástico. “Nadie pensó que el premio recaería en Vargas Llosa”, admitía Juan González, director general de contenidos del grupo Santillana. La editorial ha tenido reflejos: anunció que adelantará el lanzamiento de El sueño del celta, la más reciente novela de MVLL prevista para el 3 de noviembre y que, obviamente, imprimirá mucho más de los 140.000 ejemplares originalmente previstos.

En el stand de Alfaguara, luce una fotografía gigante de Vargas Llosa, convertida desde ayer en improvisado altar al que el público alemán peregrina para tomarse fotografías. Alguien, con rotulador rojo, ha escrito sobre su efigie: “Premio Nobel”.

Un premio a la resistencia, la rebelión y la derrota

En un escueto comunicado, que fue leído en tres idiomas (sueco, inglés y español) por el secretario de la academia sueca, peter Englund, se anunció que Mario Vargas Llosa recibía el máximo galardón literario. Las razones: “su cartografía de estructuras de poder y sus mordaces imágenes de la resistencia individual, sublevación y derrota”. Voces alrededor del mundo han expresado estar de acuerdo con esta declaración.

El galardón de 10 millones de coronas suecas (1,5 millones de dólares) será entregado el 10 de diciembre, en el aniversario de la muerte de alfred nobel. Los premios nobel se instituyeron como última voluntad del químico sueco, inventor de la dinamita, para distinguir a personas que hayan contribuido notablemente con la sociedad en los campos de la literatura, la medicina, la física, la química y la paz.

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Mario pasionario por Julio Ortega

Hace tiempo que he propuesto que la obra de MVLL se puede leer como una arqueología del mal. Su famosa primera línea de “Conversación en La Catedral” (“¿En qué momento se jodió el Perú?”) se traduce bien en cualquier habla nacional (“¿En qué momento se chingó México?”, por ejemplo) porque corresponde a la genealogía del origen del malestar. Aunque viene de más lejos, esa visión deriva, entre otros, de Octavio Paz y su noción agonista de que somos hijos de una ‘violación histórica y existencial’. De modo que la frustración nos define por un mal de origen, que nos destina al fracaso. Esta visión catastrofista de América Latina, muy fuerte en los años 50, fue contestada puntualmente por el utopismo de los años 60, pero la frustración de los proyectos nacionales pronto nos devolvió al escepticismo. Aunque Mariátegui recomendaba escepticismo de la inteligencia y optimismo de la voluntad, lo cierto es que los peruanos tenemos una excesiva intimidad con el descreimiento. Hasta la palabra ‘yo’ nos resulta un énfasis de estilo. Pero la obra de Vargas Llosa es, además, un exorcismo. No solo la ilustración de la debacle social y política sino su purgación, sacrificio y conjuro. Funde el agudo análisis de Voltaire a la furia descarnada de Dostoievski. Su radical escepticismo tiene fuerza política porque denuncia el poder corruptor que, como en el gran realismo del siglo XIX, es intrínseco a la sociedad misma.

No es casual, por ello, que haya elaborado la tesis de que todo artista es hijo de un desgarramiento. Esa extraordinaria deuda de origen define al escritor, que busca saldarla, nos sugiere, con renovado entusiasmo por la agonía de la purga. Los escritores felices, concluimos, no escriben buenas novelas; en cambio, los desdichados desdicen el decir de que estamos mal hechos.

De allí el extraordinario regusto en la derrota irredimible de personajes magníficos, cuyas heridas y cicatrices configuran su verdadero cuerpo heroico. Estos personajes viven el arrebato de su propia derrota, hasta convertirse en esperpentos deshumanizados. Se diría que MVLL ha explorado el asombro del dolor, que nos abre la mirada al horror despupilado de una verdad intolerable. Se trata de las estaciones de la pasión, sin consuelo ni promesas, del peregrinaje del hombre (el “hombre pobre” vallejiano, desamparado de los discursos reparadores), una y otra vez caído en su vía crucis social. Si en el lenguaje de Vallejo, Dios agoniza; en el de Vargas Llosa se ha ausentado definitivamente, y somos, como en la obra de García Márquez, “huérfanos de nuestros propios hijos”.

Aunque muchos de sus lectores hemos lamentado sus ideas políticas, hay que decir que Mario no solo ha sido un formidable antagonista, cuya obra está a la izquierda de su política; si no que ha mejorado el debate apasionado por las ideas y las certezas de la pasión. Al final, más allá de las posturas de la hora, esa vehemencia recorre su vida pública tanto como su escritura. Quizá, en una figura barroca de la agudeza, se pasó al otro lado de su obra para tolerar los demonios que la dictan.

En una época corrompida por el egoísmo, diezmada por los poderes mediocres, donde ya no se reconocen valores sin precio, la obra de MVLL es un fuego de la tribu, que alumbra la noche negra del mundo en español.



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