ENTREVISTA A LA POETISA PERUANA BLANCA VARELA, QUIEN PERTENECE A LA GENERACION DEL 50.
FOTO: JORGE SARMIENTO / EL COMERCIO
ENTREVISTA A LA POETISA PERUANA BLANCA VARELA, QUIEN PERTENECE A LA GENERACION DEL 50. FOTO: JORGE SARMIENTO / EL COMERCIO
/ JORGE SARMIENTO
Claudia Posadas

El temperamento poético de Blanca Varela es un equilibrio entre el sonido y la furia, pero también una reflexión profunda y desgarrada sobre nuestra humana condición de tiempo. Este año, la editorial Galaxia Gutemberg (Círculo de Lectores), publicará su poesía reunida bajo el título “Donde todo termina abre las alas”, y el libro inédito “El falso teclado”. Aquí la transcripción de una charla concedida a La Gaceta, revista del Fondo de Cultura Económica de México.

—Ha reiterado usted que no le gusta hablar de su poesía y sin embargo, ha dicho que le interesa cada vez más la conciencia del acto creador. ¿Cómo es esta relación?

Eso es verdad. Me siento cercana a esa conciencia, pero me interesa más que los especialistas hablen sobre mi trabajo. Yo no tengo un espíritu crítico, pero sí autocrítico, es decir, corrijo mucho. Siempre hago una poda exhaustiva; recorto lo superfluo, lo que no sirve para expresarme. Pero eso es diferente a que yo tenga algo que decir sobre mi poesía; solamente escribo y no puedo hacer crítica sobre lo que hago. Eso se le dejo a los lectores y a los estudiosos. Pienso que cada persona tiene un gusto, una medida: hay poetas que hacen crítica, otros que no, así como hay autores que me gustan, otros que no; hay quienes hacen una obra de tal o cual forma. Yo sólo trato que mi poesía sea poco convencional.

¿En qué sentido?

Es decir, que no sea programática. Escribo de lo que me ha conmovido y me interesa bucear en el ser humano que soy. Incluso, hay ocasiones en que me refiero al orden social, pero nunca desde un punto de vista panfletario. No me llama la atención para nada ese tipo de poesía. Por otra parte, no me interesa la poesía rimada, medida. Creo que es maravillosa, no la voy a discutir ni a poner en tela de juicio, por ejemplo, ahí está Mallarmé, quien tiene textos espléndidos. Tampoco es que no la pueda hacer, simplemente, que mi intención es otra y el verso medido no me sirve. Por un lado, para mí la poesía es respiración y silencio. Esto último es muy importante porque en ese silencio deben haber cosas que tienen que quedar en el alma del lector.

José Angel Valente decía que un poema no existe si no se oye, antes que su palabra, su silencio. ¿Ese es el sentido que busca en su poesía?

Claro. He tenido grandes maestros en ese sentido; Octavio Paz, por ejemplo, quien manejó muy bien ese aspecto: él sabía que había que suspender el discurso en un momento determinado. Otro ejemplo es Valente mismo. Admiro muchísimo su poesía. Además, fue un buen amigo mío y tuve la oportunidad de visitarlo antes de que muriera. Guardo un excelente recuerdo de él. Otro maestro, gran amigo también, ha sido Emilio Adolfo Westphalen, quien no sólo preservó el silencio dentro del poema, sino que mantuvo un silencio de 30 años que hace poco rompió. Y bueno, para qué sigo enumerando. Un autor que no puedo dejar de mencionar es Paul Celan, otro de mis amores en poesía. A mí me gusta el trabajo poético que dice cosas a la manera en que la poesía sabe decirlas; Celan, por ejemplo, es maravilloso ene ese sentido. En fin, también diré que me gusta la poesía alemana, claro, en traducciones, porque no conozco el alemán; sólo leo en francés y en español.

En su poesía este silencio se manifiesta en cierta revelación, en cierta serenidad que, además, se mezcla sutilmente con el canto villano, con el canto desgarrado y que protesta...

La última poesía que he hecho tiene que ver con mi temperamento y con mi edad. Algunos dicen que soy una poeta pesimista, pero es sólo una impresión. No es pesimismo, lo que pasa es que, como he dicho, tuve la experiencia de la muerte a través de alguien muy cercano a mí, y ese es un dolor muy profundo. Pero soy optimista; la gente joven y los niños me apasionan, son muy próximos a mí, me llevo regio con ellos.

El otro aspecto que hace un momento destacó es el de la poesía como una respiración. ¿Cómo es esta concepción?

La música del poema es lo que va dando la respiración. Es algo que vibra en lo más profundo. Me explico. Cuando escribo, más que buscar en el exterior, busco armonía en el interior. Eso es algo que viene desde muy dentro, y viene como un aire: la respiración del poema es el oxígeno del alma. Eso es lo que he tratado de buscar y, como dije, ese viento debe ser contenido. Ahora que soy mayor sería muy fácil llenar páginas y páginas de poesía, porque es menos fácil contenerse.

—En sus primeros años su poesía era como un torrente y ahora, cada vez más, hay silencio y contención. ¿Cómo es ese proceso?

Antes me dejaba llevar por esa cosa terrible que es la inspiración. Lo que pasa es que uno cuando es joven, está fascinado por la vida y por la literatura, y tiende a literaturizar, a ser torrente. En mi primera etapa, digamos, mis poemas eran muy literarios. Creo que más o menos por los 50 años mi poesía cambia, es decir, se vuelve menos literaria y se humaniza, porque comienzo a vivir la realidad de mi país.

—¿La expresión contenida tiene que ver con una obra de la misma índole?

Como dije, hay que contenerse. Pienso que Ejercicios materiales y El libro de barro son libros más calmados que mis primeros trabajos. Incluso pensé que ya no me iba a ser dado escribir más, que esos volúmenes constituían mi etapa final. Pero no. Y eso mismo pasó con Concierto animal. Sin embargo tengo otro libro reciente que incluí en la compilación de Galaxia Gutemberg que se llama El falso teclado. Entonces, sigo escribiendo.

—¿Podría adelantar algo sobre este libro?

El título está relacionado con la poesía. El acto de escribir tiene que ver con un falso teclado porque uno no sabe lo que va a escribir y uno nunca consigue lo que quiere. El poema, entonces, es sólo una aproximación a lo que uno le interesa hacer.

—¿Cómo ha sido este proceso en su escritura?

Mi poesía es dura, y desentona. A veces no tengo respeto por las palabras que son consideradas como “poéticas”. Yo uso todo lo que me sirve, por ejemplo, adjetivos muy duros. Eso lo heredé de César Vallejo: él hacía cosas maravillosas, no le importaba torcerle el cuello a la gramática. Es genial. Así, yo uso todo lo que pueda convenir a mis poemas.

—Ha dicho que, para usted, la poesía significaba un acto de reafirmación de la identidad en el mundo adverso y difícil que le tocó vivir en sus años de formación. ¿Qué representa ahora para usted la escritura?

La poesía ha significado y significa el poder ejercitar mi libertad. Yo soy libre y gratuita, es decir, no espero ninguna recompensa por lo que haga y diga. La poesía no entra en un mercado, como la pintura. Yo viví de cerca esa experiencia por mi marido Fernando de Szyszlo. La poesía no tiene precio, existe felizmente. Y para mí es muy preciada porque es un acto de reflexión. En ella me hago preguntas y como no me responde nadie, ni la política, ni la religión, pues voy a la poesía. En ella especulo, y es la única manera de contestarme cosas.

—¿Qué etapa sigue en su vida y obra después del premio?

No me gusta que la gente me señale, no me gusta el éxito porque soy muy discreta. Soy poco pretenciosa y no soy vanidosa. Ahora hablo demasiado porque hay que hacerlo, pero normalmente no. Solo quiero seguir escribiendo, tal vez haga traducciones del francés y del inglés, pero hasta ahora no he tenido tiempo. Sólo quiero retomar el orden de mi vida que, hasta ahora, ha sido tranquila.


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