(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)
Patricia del Río

Pedro Pablo Kuczynski se fue con mucha pena y nada de gloria. Y en su breve paso por la presidencia dejó un país asqueado, agotado de encontrar cada vez más mugre escondida bajo la alfombra. Ya la justicia se encargará de sancionar a los corruptos y la ciudadanía de negarles para siempre su voto. Mientras tanto los niños tienen que ir al colegio, la policía tiene que detener delincuentes, los hospitales tienen que seguir recibiendo pacientes… Hay un país que tiene que seguir funcionando y depende de los políticos que se quedan manejar la situación con responsabilidad. Y la pregunta justamente es: ¿qué nos queda? 

Por un lado, tenemos un Congreso que, a pesar de haber cumplido con su labor de fiscalización en el caso de la compra de votos, no se salva del desprestigio y el repudio nacional. El comportamiento irresponsable de muchos padres de la patria, las acusaciones de corrupción que envuelven a sus líderes y el ejercicio de una política chabacana y soez hacen que los peruanos pidan que se larguen todos. 

Por el otro, nos queda el vicepresidente, Martín Vizcarra, a quien le toca asumir el timón de un barco a la deriva. Y, seamos realistas, por más ánimo que le ponga y por más capaz que sea, Vizcarra será, en un principio, un presidente sin bancada parlamentaria, sin aliados, sin un perro que le ladre. Visto así, de los dos no hacemos uno. 

Este contexto tan extraño, y a la vez tan típico de nuestra caótica política, abre una posibilidad que a muchos aterra pero que cada vez está más cerca: que nos gobierne el fujimorismo. Ya sea a través del soporte a Vizcarra o de la posibilidad de ganar unas elecciones adelantadas, Keiko y su partido naranja jamás han estado tan cerca de manejar las riendas del país, y es inevitable preguntarse si están en condiciones de actuar con responsabilidad. 

Si nos guiamos por su actuación del último año y medio, no tendríamos por qué tener mucha esperanza: la prepotencia, el conservadurismo, el populismo, el revanchismo y demás ‘ismos’ fueron la marca registrada de su labor parlamentaria. Para quienes creyeron durante la campaña que la propuesta de Keiko Fujimori buscaba evolucionar y transitar por territorios más democráticos, la esperanza se fue al cacho y regresó el susto: su lucha contra PPK, un enemigo por demás débil y fácil de derrotar, no les granjeó más simpatizantes sino que produjo un efecto extraño: los que repudian a PPK los repudian también a ellos. 

¿Cómo se reconstruye en un país en este escenario tan frágil? A Vizcarra le toca manejar el timón, pero el gran reto lo tiene el fujimorismo: o construyen un liderazgo democrático y abandonan esas prácticas prepotentes o siguen haciendo más de lo mismo y pierden, una vez más, la oportunidad de no repetir hasta el cansancio esa pesadilla de los 90, de la que pareciera los peruanos nunca terminaremos de despertar.