La regla de oro del ayayero es simple: cuando el político que adulas pierde la batalla, te vas a tu casa. Desapareces. Ya no corres al noticiero para salvarle el pellejo, ya no te inmolas frente a micrófonos, ya no repites sandeces con el rostro serio. Tu misión se acabó. Tus gollerías también. Pero no todos saben decir adiós. Ese es el caso de .

El autor de “No soy sobón, soy demócrata” y “Yenifer Paredes se sacrificó por la democracia” dejó de ser ministro hace cuatro meses, pero sigue gozando de los beneficios del Estado. Salas usa un vehículo del Ministerio de Trabajo que le fue asignado tras el golpe de . Tiene un chofer, un escolta, 80 galones de al mes y lleva recorridos 943 kilómetros entre enero y marzo. Dice que no va a renunciar a nada porque es respetuoso de la ley. En pocas palabras: esto es descarado, pero no es ilegal.

¿Para qué usa el auto?, le preguntó El Comercio. “Solo para acudir a alguna citación o a una entrevista con un medio de comunicación”, contestó. Difícil de creer cuando hay días en los que recorre más de 70 kilómetros. Al paso que va, y tomando en cuenta que aún le quedan dos meses de este beneficio, Salas completará su propio Caminos del Inca dando vueltas por Lima.

Salas dice estar arrepentido de haber sido ministro de Castillo, pero al parecer no del Nissan Sentra ni del Faw Hongqi de alta gama que le prestan por haber servido al régimen del golpista. El solo hecho de haber sido el principal escudero de un presidente que trató de tumbarse el Estado de derecho en el debería de ser razón suficiente para renunciar a cualquier gracia. Llámese a esto dignidad o amor propio. Pero qué podemos esperar de alguien que tuiteaba “la izquierda no debería existir” y terminó siendo dos veces ministro del izquierdista Pedro Castillo.

Políticos como Salas o el exministro Roberto Sánchez, que ahora pide que el Estado le pague el abogado por su rol en el golpe del 7 de diciembre, y muchos otros integrantes de los Gabinetes castillistas se siguen paseando por los medios presentándose como defensores de la democracia cuando lo único que han defendido es a un gobierno corrupto. O, peor aún, ahora los invitan para hablar de los limpialunas, del fenómeno de El Niño, de lo que sea.

Quienes durante meses recurrieron a la victimización y la mentira en vez de responder sobre el pillaje de Castillo, hoy siguen en las mismas. Tomándonos el pelo. Es importante exponerlos y que se sepa quiénes son. Así, la próxima vez que aparezcan frente a cámaras con el rostro compungido afirmando que solo querían lo mejor para el país, la gente ya no los tomará en serio. Esa es la otra regla y desgracia del adulador profesional: por más que pretenda ser alguien, nunca será más que un sobón.



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Juan Aurelio Arévalo Miró Quesada es director periodístico de El Comercio