Gino Alva Olivera

A los 12 años, Iñaki Zubizarreta medía 1,82 m, seis centímetros más que la estatura de un adulto promedio en España, su país. En la escuela era –por mucho– el alumno más alto de su aula, pero también uno de los más nobles. En las aulas vivió un infierno: humillaciones, insultos y golpes de parte de otros estudiantes, algunos mayores que él.

Una tarde, la situación llegó al límite: Iñaki ingresó de emergencia a un hospital debido a la brutal paliza que recibió en un baño de su colegio. Estuvo dos días en coma y recién entonces sus padres descubrieron que él era víctima de ‘bullying’.

Zubizarreta, ahora de 51 años, superó esas terribles experiencias y se convirtió en jugador profesional de básquet, luego en masajista y más tarde en conferencista y divulgador sobre detección y prevención del acoso escolar y la violencia en las aulas.

En el 2020, la editorial Panini publicó , una impactante y cruda novela gráfica que muestra fragmentos de su vida. Esta es parte de su historia.

–¿Cuándo empieza tu historia como víctima de acoso escolar?

En lo que sería sexto de primaria. Pero en mi caso, no empieza en el centro escolar, sino a nivel social. Uno de los motivos por los que he pensado que fui víctima de acoso es la estatura: con 12 años medía 1,82 m, con 14 años medía 1,98 m y ahora mido 2,07. La gente en ningún momento veía el niño, veía el cuerpo: asociaban que cómo un tío tan grande se podía comportar como un crío.

–¿Cómo se traslada al entorno escolar?

Todo empieza como suele empezar normalmente, como una broma. Llevo muchos años dando charlas y siempre digo lo mismo: la broma es cuando nos reímos todos. Si alguien no se ríe, ya no es una broma. Pero finalmente, todo lo que estamos diciendo es la excusa que utilizan para acosar. Te acosan porque te eligen.

En el equipo de básquet, así como en su salón de clases, Zubizarreta siempre fue el más alto. "La gente en ningún momento veía el niño, veía el cuerpo", reflexiona. (Foto: Cortesía de Iñaki Zubizarreta)
En el equipo de básquet, así como en su salón de clases, Zubizarreta siempre fue el más alto. "La gente en ningún momento veía el niño, veía el cuerpo", reflexiona. (Foto: Cortesía de Iñaki Zubizarreta)

–¿Qué podría motivarlos a elegir a alguien?

Muchas veces, los mismos chicos que están ejerciendo el acoso son víctimas de sus mayores: familias desestructuradas, padres que no tratan bien a sus hijos, padres que no se tratan bien entre ellos, padres con adicciones. Y estos chicos no saben gestionar esa rabia o sentimiento de culpa. Lo que hacen, sin querer, es dejar esa rabia suelta y, también sin querer, pueden acabar convirtiéndose en eso que vemos.

–Llama la atención que los insultos y apodos que te pusieron partieron de un adulto, más precisamente un padre de familia, no de un chico…

Sí, pero ¿a cuántos chicos les ponen los motes los adultos? Comentarios que se hacen en casa, que los chicos luego repiten, tal como fue en mi caso. El compañero que tuve en mi clase no era alguien tan ocurrente como para ponerme el mote de “Jacobo, cuanto más alto más bobo”, sino que me lo puso su padre.

–Los especialistas e investigadores de la problemática del ‘bullying’ mencionan la vital importancia que tienen los padres en la educación de los hijos. ¿Qué cree que está sucediendo?

Aquí en España, por ejemplo, hay muchos padres que delegan la educación en los docentes, en los centros escolares. Esto es muy cómodo, pero los valores deben trabajarse en casa y esa es una competencia de los padres. La formación sí es competencia de los centros escolares. Pero lo más sencillo es soltar al chico, que se encargue otro de él y yo sigo en lo mío. Y es lo que está haciendo mucha gente.

–En tu caso, una profesora estuvo al tanto de los abusos, pero no actuó, sino que te pedía quedarte en el aula en los recreos; es decir, te aislaba aún más. ¿Piensas que los maestros están capacitados para actuar frente a un problema tan complejo?

Hay gente que ejerce la docencia de una forma bonita y especial, creo que todos hemos tenido ese profesor o profesora que nos ha marcado y los recordamos con admiración. Pero también hay personas –porque no puedo llamarlas profesores ni maestros– que no se implican, no participan y para ganarse el favor del resto de alumnos, adquieren los códigos de esos alumnos y no proteger al elegido [como víctima de abuso]. La falta de interés da muchos problemas.

–¿Qué hace que un joven calle las humillaciones y abusos que pueda estar sufriendo?

El miedo. Te roban tu lenguaje interior, te roban la palabra. Los acosadores usan muy bien dos herramientas. La primera es el miedo: si dices algo, después vamos a ir por ti. Y la otra herramienta es la mentira: te hacen pensar que si dices algo, te conviertes en un soplón.

–¿Cómo lograr que quiebren ese código de silencio? En el colegio, sobre todo en la etapa adolescente, ‘soplar’ puede significar la exclusión.

En las reuniones y charlas, les muestro a los jóvenes la diferencia entre informar y ‘soplar’. Si ves que alguien la está pasando mal y no puede salir de esa situación, porque hay un claro desequilibrio de parte de los acosadores contra él, debes comunicarlo. ¿Es importante transmitir esa información? Claro que sí. Entonces, no es un soplo. Somos dueños de nuestras palabras y nuestros silencios: de lo que hacemos y de lo que permitimos hacer. Por no convertirte en soplón, te puedes convertir en cómplice.

–¿Cómo conseguiste romper la cadena de miedo de la que fuiste víctima?

Yo no la rompí, me dieron una paliza que casi me matan. Mis padres se enteraron cuando me desmayé en casa y me desperté dos días después en el hospital, porque estuve dos días en coma. Ahí es cuando se enteraron de lo que había pasado.

–La historia de “Subnormal” empieza contigo al borde un acantilado, a punto de suicidarte. ¿Qué te hizo retroceder y no tomar esa decisión?

En mi caso, el amor que tengo por mi hermano pequeño. No me pareció justo que él perdiese a tres hermanos en tan poco tiempo. Y te digo tres porque pocos años antes se me murieron dos hermanos el mismo día. Además, la realidad que tenía en casa era francamente difícil.

–Tu historia grafica claramente que las secuelas del ‘bullying’ duran mucho tiempo. En “Subnormal” se ve al protagonista ya adulto en busca de venganza contra sus abusadores y también contra una profesora que, de alguna manera, fue cómplice de los sucesos. ¿Cómo te libraste de ese odio y rencor tan profundos?

Ese odio profundo no se va tan fácil, pero vivir con odio, rencor y rabia no va a traer nada bueno nunca. Pero para lograrlo, primero tenemos que ser conscientes de qué es lo que tenemos que recuperar. Y se trata de lo más bonito e importante que tenemos: el corazón. A partir de ahí tenemos que comenzar a construir nuestro amor propio. Eso es lo primero.

–En el Perú, después de la pandemia. ¿Por qué no se puede contener su avance?

Estamos ante un problema social que hace muchos años se nos ha ido de las manos. Y la gente sigue justificando el acoso escolar con la típica frase “Son cosas de niños”. Y como son cosas de niños, se justifican. Siempre es lo mismo: el problema se minimiza, se justifica y se ignora. Seguimos programados con códigos obsoletos. Por mucho que pase el tiempo, la esencia del problema sigue siendo la misma y es imperecedera.

–El acoso a través de redes sociales y plataformas digitales ha aumentado en los últimos años. ¿Cuál es tu percepción de este fenómeno?

El espacio emocional de los chicos está en el mundo digital. ¿Cuánto se invierte en formarlos emocionalmente, para que puedan generar un entorno digital sano y puedan convivir en él? Nada.

–¿Cómo actuar para que el ‘bullying’ no siga aumentando y agravándose?

No hay una fórmula mágica. Cada uno tiene que ser consciente de lo que hace, pero sobre todo de lo que deja de hacer. Qué le está transmitiendo a su hijo. No podemos acabar con todo esto si obviamos a los chicos. El secreto para acabar con esto son los chicos. Nuestra responsabilidad es darle la formación y recursos necesarios para que ellos puedan actuar bien.


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