Javier Milei y la impredecible campaña electoral en Argentina | PERFIL

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Dos de los últimos personajes que Quino introdujo en la afamada tira cómica son también síntomas de la misma época. Una es Libertad, niña más pequeña que Mafalda, pero también más contestataria y menos soñadora que su amiga. El otro personaje es una tortuga llamada Burocracia, imperturbable mascota de esta familia de clase media. Ambos aparecieron en 1970.

Ese mismo año, en Buenos Aires, nació un personaje que también parece extraído de una tira de dibujos animados, pero que es un hombre con DNI, carnet partidario y ganas de ser presidente. Se llama Javier Milei y también es producto de esta época.

No es muy difícil decir quién es, pero sí es complicado definir hacia dónde va. Javier Milei suele contar que era un niño reservado y tímido, hasta que en la adolescencia se encontró con el fútbol —era arquero de las juveniles de Chacarita Juniors— y el en el rock —cantó en una banda llamada Éverest—, dos de las expresiones culturales que definen la psiquis argentina.

Finalmente, se graduó de economista y trabajó durante varios años como docente. Su salto a la fama llegó cuando, en 2012, comenzó primero a escribir columnas en periódicos y, al poco tiempo, a participar en programas de televisión que aseguraban el ráting invitando a un polemista incendiario por excelencia. El pelo despeinado, el look desgarbado, la casaca de cuero y la lisura en la punta de la lengua lo convirtieron en aquello que él mismo despreciaba: un político.

“Soy anarcocapitalista de largo plazo y minarquista de corto”, le gusta decir. No al exceso de leyes, no al Estado y sí al capital, pero en todos los extremos posibles. Propone el uso libre de armas, la venta privada de órganos y la abolición de los impuestos con el mismo ímpetu con el que sostiene que el Estado solo debería encargarse de conseguir soldados y jueces. Sus seguidores y sus odiadores comparten el mismo diagnóstico: Milei es la consecuencia de varios años de crisis económica, violencia, inseguridad ciudadana, corrupción y malestar social generalizado; es lo que está al final de ‘the pendiente’ con todas las ganas de cobrar revancha.

“La casta”, llama Milei despectivamente a los políticos de larga trayectoria. Siempre se refirió a ellos como parásitos, como vividores. “Soy peligroso para la casta política porque conmigo se acabó la joda de los privilegios”, dijo en un debate años atrás.

En 2021, quizá entendiendo que los cambios se consiguen desde adentro y no desde los sets de televisión, postuló para diputado y fue elegido por el movimiento La Libertad Avanza. Para diferenciarse de “la casta”, cada fin de mes sortea su sueldo, un acto político más que humano, y que oscila entre el populismo más barato y la soñada coherencia.

El fin de semana pasado, en otro salto hacia aquel universo que él decía despreciar, Milei confirmó que participará en las elecciones primarias y, si logra avanzar, en la campaña para la presidencia. En países como Argentina todo es posible, de ida y vuelta.

Argentina vive un momento complicadísimo, que solo fue temporalmente anestesiado cuando Messi llegó al aeropuerto con el trofeo de la Copa del Mundo en la mano y un termo de mate en la otra.

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Los números son bien claros: la economía caería en 2% este año, según estudios del Cepal, y la inflación está a punto de llegar a los tres dígitos. Frente a ello, el fantasma de la dolarización acecha otra vez. Hay videos en TikTok donde enseñan cómo limpiar los billetes verdes para que duren más, como si fueran estampitas religiosas.

Aunque parezca increíble, uno de los candidatos a los cuales podría enfrentar Milei si avanzara en la campaña es Sergio Massa, actual ministro de Economía en el gobierno de Alberto Fernández y uno de los presuntos culpables del despelote financiero. Otros son Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de Buenos Aires, y Patricia Bullrich, de la coalición Juntos por el Cambio.

Otro célebre episodio de Mafalda dibujado hace unos cincuenta años, pero muy vigente, ayuda a resumirlo todo. En una viñeta figura ella gritando: “¡No tengo por qué obedecer a nadie, mamá, yo soy un presidente!”. La madre no aparece, pero sí su rabiosa respuesta: “¡Yo soy el Banco Mundial, el Club de París y el Fondo Monetario Internacional!”. El factor decisivo en estas elecciones no será otro que la billetera.