Carmen McEvoy

“En memoria de la defensa del sistema republicano”. Esta fue la frase que leí al llegar por primera vez a Huamachuco. La poderosa leyenda aparece en el monumento a , prócer e ideólogo de la República del . Luego de varias horas de recorrido a través de una niebla densa, que no permitía ver la ruta, pero tampoco los abismos que marcan una geografía bellísima además de aterradora, entendí el origen del voluntarismo y de la visión política del discípulo de Toribio Rodríguez de Mendoza. Comprendí, asimismo, lo ambivalente de un camino –real y simbólico– como el nuestro, plagado de desafíos y de lecciones.

En mi caso particular, a la emoción de llegar por primera vez a la “Benemérita Provincia” –en la que se peleó la última y decisiva batalla de la Guerra del Pacífico–, debí de añadir el miedo de dejar la vida en uno de esos innumerables senderos que surcan nuestra endemoniada geografía. Fue precisamente cuando la niebla lo cubrió todo y me llenó de incertidumbre que imaginé al tribuno de la República cabalgando, hace 200 años, con el objetivo de organizar la logística que colaboró en el impensable triunfo en Ayacucho. No solamente ello. En esas dos horas de desorientación absoluta, me distraje pensando en las complejidades de la construcción republicana y en sus múltiples dimensiones que nos dejó como legado Sánchez Carrión. Ciudadanía en armas, en momentos en que la república peligra, pero también la decidida apuesta por la justicia, expresada en la fundación de la Corte de Justicia, y por las humanidades, en la instalación de la Universidad Nacional de Trujillo. Todo ello ocurrió en medio de una guerra peleada entre cumbres y precipicios.

Y es justamente en medio de este precipicio político, económico, pero también social y ético, en el que nos encontramos a 200 años de la fundación de la república, que recuerdo ahora las palabras del recientemente fallecido escritor estadounidense . En una de sus grandes obras, “El Palacio de la Luna”, Auster realizó esta brillante reflexión que considero relevante para estos tiempos de ‘waykis’, frivolidad y estupidez desenfadada: “Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un hecho extraordinario, me enteré de que había gente que me quería. Que le quieran a uno lo cambia todo. No disminuye el terror de la caída, pero te da una nueva perspectiva de lo que significa ese terror. Yo había saltado desde el borde y entonces, en el último instante, algo me cogió. Ese algo es lo que defino como amor”. Para Auster este sentimiento, asociado a la parte noble que tenemos los seres humanos, era el “único” que, desafiando la ley de la gravedad, podía detener nuestra caída.

Ciertamente, más allá de la coyuntura trágica que nos tiene peregrinando en medio de la nebulosa, un concepto que en la literatura se asocia a lo indeterminado y en la mitología a la materia prima del universo, existen “banderas detrás de la niebla”, precioso concepto que he tomado prestado de nuestro gran poeta liberteño José Watanabe. Y dichas banderas, que son múltiples y diversas como lo es el Perú, están relacionadas con proyectos y horizontes, pero también con sueños, temores y anhelos como los expresados por su coterráneo José Faustino Sánchez Carrión.

La paradoja de esta historia de caminos difíciles y proyectos nobles, sistemáticamente traicionados, es que no solo La Libertad está secuestrada por el crimen organizado, sino que el Perú entero se ha convertido en tierra de nadie. Con delincuencia, estatal y de la otra, vampirizando el trabajo honrado de millones de peruanos. En su novela “Niebla”, Miguel de Unamuno prosigue con el tema de la confusión, el malestar, la tristeza e incluso las dudas sobre la existencia que este fascinante fenómeno de la naturaleza representa. Sin embargo, agrega un elemento clave que lo hermana a Auster, porque, a pesar de que para el gran autor español la niebla remite alegóricamente a la agonía existencial, también nos deriva al amor que salva y cura. Para amar algo es necesario vislumbrarlo; es decir, imaginarlo como una alternativa posible en medio de la crisis que la niebla simboliza. Y solo al vislumbrar un Perú digno, justo y capaz de hacer felices a sus hijos, en especial a los más desprotegidos, encontraremos esas banderas que apunten a la esperanza. Una salida definitiva a nuestra desgracia actual.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Carmen McEvoy es historiadora