¿Qué esperaría usted al asistir a un concierto de , además de cantar a voz en cuello y beber una cerveza? No recurro a un cliché, sino a una verdad sostenida por la experiencia: para sus fans, las canciones de Sabina, su voz grave y rasposa, y su propia actitud ante la vida, son una invitación para embriagarse —como diría Baudelaire— de música, de poesía, de sentires…de la vida misma. La noche del sábado 04 de marzo, durante su más reciente show en Lima, los asistentes nos embriagamos, sobre todo, de nostalgia.

Joaquín Sabina entró al escenario alrededor de las 9:15 p.m. y prontamente entonó “Cuando era más joven”, una canción que data de 1985, cuando su autor contaba con 36 años. ¿Nació acaso como una respuesta al temor del paso del tiempo? “¡Buenas noches, Lima!”, dijo, y siguieron los acordes de “Sintiéndolo mucho”. “Por fin ayer llegó la hora tan temida / De hacer balance de mi vida y terminar esta canción”, dice. Vuelvo a la pregunta anterior. Tal vez a sus 74 años, y después —el cual terminó con una operación a causa de un derrame cerebral—, ese paso del tiempo toma otro significado. ¿Será acaso que el genio empieza a pensar en las despedidas?

Fotos: Alonso Chero
Fotos: Alonso Chero

Pero Sabina es único. A los 40 y a los 74. “Lo niego todo”, “Mentiras piadosas”, “Lágrimas de mármol” suenan una tras otra. Toma una pausa y cuenta que su amor por el Perú tiene tres etapas. La primera, cuando leyó al poeta César Vallejo. La segunda, cuando probó el ají de gallina. La tercera, cuando se enamoró de Jimena Coronado, a quien conoció en 1994 y con quien se casó el 2020, tras más de 20 años de relación. “Cuando compuse esta canción, Jime aún no se venía a vivir conmigo a Madrid. Entonces, se la canté por teléfono”. Por supuesto, entona “Rosa de Lima”, no sin antes dedicársela a todos los peruanos que viven en su corazón, entre ellos Alfredo Bryce y Charito, la dueña del bar “La Noche” de Barranco.

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Lo que vino después fue una sucesión de grandes éxitos: “Por el boulevard de los sueños rotos” y luego, sorpresivamente, “Llueve sobre mojado” —”Tengo la esperanza de que nadie haya echado de menos a Fito”, dijo—, canción con la cual se retira brevemente del escenario “a fumar un cigarro”, mientras su corista Mara Barros interpreta magníficamente “Yo quiero ser una chica Almodóvar” y luego, el maestro Antonio García de Diego, incondicional de Sabina hace casi cuatro décadas, canta “La canción más hermosa del mundo”.

Fotos: Alonso Chero
Fotos: Alonso Chero

¿Se extrañó a Pancho Varona? Sí. Tal vez, sobre todo, porque a los fans nos apena que las tradiciones no se mantengan. Su separación, aunque hay muchas teorías, no tiene una explicación clara. Entonces, Joaquín Sabina regresa al escenario, se vuelve a sentar, le alcanzan un vaso. ¿Será agua, será pisco? No tenemos pistas. “¿Estáis bien, estáis a gustito?”, pregunta. “Porque estáis pasando una situación bien complicada. Como siempre”. Aplausos del público en una noche fresca bajo una luna casi llena.

El público estuvo a la altura del artista, quien entregó, en poco más de dos horas, un repertorio de casi treinta canciones, entre ellas “Tan joven y tan viejo”, “A la orilla de la chimenea”, “Y sin embargo te quiero”, una versión muy moderna de “Princesa”, “Contigo” —con el clásico cambio: “Yo no quiero 14 de febrero, ni Barranco sin ti” —, “Noche de bodas”, cerrando con “Pastillas para no soñar”, canción para la cual Joaquín Sabina sostuvo los platillos, como siempre.

Aunque permaneció sentado todo el concierto, esto no desmereció el espectáculo, pero sí dio pistas de que, efectivamente, el tiempo pasa. Sin embargo, el carisma del “Joaquinito” sigue intacto, y su relación con el público, como siempre, tiene magia. Mientras él y su banda se despedían de nosotros, sonó “La canción de los (buenos) borrachos”. Un himno para despedir al maestro. Al menos hasta la próxima.